sábado, 10 de septiembre de 2022

 

Toponimia aldeana

                                                                                     Aníbal Palacios B.

No fue iniciativa propia del Concejo Municipal del Distrito Zamora sino una disposición legislativa la que llevó a los ediles guatireños a sustituir el nombre de la Avenida 19 de diciembre por el de calle 9 de diciembre, en toda su extensión. En efecto, un Acuerdo de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda del 30 de enero de 1936, mes y medio después de la muerte de Juan Vicente Gómez,  exhortaba a los diferentes distritos a que sustituyeran los nombres alusivos al extinto gobernante en calles, avenidas, plazas y parques y lo remplazaran por el de próceres o artistas de reconocidos méritos. Así, además de la citada calle, la placita Alí Gómez pasó a llamarse Elías Calixto Pompa. Para la rimbombante Avenida Rehabilitación Nacional se optó por una denominación un poco más  modesta: calle 19 de abril, que en realidad era más apropiada, vale decir; La legislatura había sugerido el nombre del general Berrmúdez pero ya teníamos una calle así llamada. También aprovecharon los ediles para sacarse una dolorosa espinita del cuerpo y bautizaron como 5 de mayo el puente sobre el río Guatire, hoy conocido como Puente Machado, para reivindicar la fecha del año 1929 que tantos dolores de cabeza generó al pueblo guatireño y que fuera la génesis de la plaza 24 de julio, instituida el 17 de diciembre de 1930. Fue la primera manifestación de reconocimiento público, y oficial, del trascendental acontecimiento. Dado que se vivían momentos de mucha y peligrosa incertidumbre política, puede calificarse de valiente la determinación de los concejales Jesús María Gámez, Rafael Jaén, Elías Centeno, Luis Felipe Escobar, Jesús María García, hijo, Manuel María Yánez y Rafael Hernández Suárez, principales; y los suplentes Carlos Martus, Ramón Alfonzo Blanco, Alciro R. García, Pedro Antonio Muñoz, Ramón Palacios, Andrés J. Muñoz y Felipe Aurelio Pacheco.

sábado, 3 de septiembre de 2022

 El concejal Grippa

Aníbal Palacios B.

 De cómo Carlos Grippa fue Presidente del Concejo Municipal por 5 días, Belén de Jesús Marrero se le alzó a su jefe y Ana Francisca Mujica perdió su empleo

La Casa de Gobierno Municipal albergó durante mucho tiempo a la Jefatura Civil, la Comandancia de la Policía y al Concejo Municipal; era pequeña, pero como no existía burocracia, había espacio para todos. A comienzos de 1953, luego de aquellas polémicas elecciones  del año anterior, en las cuales el pueblo votó por Jòvito Villalba, pero que debido al procedimiento, aún no famoso, llamado “acta mata voto”, ganó el gobierno de Pérez Jiménez, se decidió nombrar autoridades municipales, y para evitar sorpresas las mismas no serían electas. El Jefe Civil, Jesús Velásquez, fue el encargado de seleccionar a los concejales guatireños; los requisitos fundamentales eran dos: ser ciudadanos honestos y no ser adeco ni comunista; así pues, se buscó entre copeyanos, urredistas e independientes.

Carlos Grippa, uno de los candidatos, consultó con los directivos de COPEI; su posición era que si se respetaba la autonomía municipal podía aceptar el nombramiento, pero que si el Jefe Civil o el Gobernador interferían, renunciaría. Entre los seleccionados figuraban también Antonio Rebanales, Ana Chacìn, Manuel Antonio García y Eduardo Hernández. Ana Francisca Mujica asumió el cargo de Secretaria de la Cámara. En el acto de instalación Ángel María Dalò, quien fungía de Administrador de Rentas, le comentó a Grippa, designado Presidente: “Carlos, aquí quien manda es Velásquez, y se hace lo que él dice; te sugiero que dispongas que la Administración no haga ningún pago que no venga avalado por la Presidencia de la Cámara”.

Un domingo, cinco días después de la toma de posesión, Velásquez asistió a una corrida de toros en Caracas y al día siguiente un empleado de la Prefectura se presentó en la Administración con una factura de gasolina de una estación de servicio petareña; pertenecía al Jefe Civil. Ángel María le indicó que pasase por la  Presidencia del Concejo para que autorizaran el pago porque ahora con la nueva Cámara Municipal, los procedimientos administrativos eran otros. Carlos Grippa recibió la factura y habló con el Comandante de la Policía para saber si alguna patrulla había ido el día anterior a Petare (en aquella época habían solamente dos patrullas y ambas servían); el  Jefe Policial dijo que no. En el ínterin de la verificación, el empleado de la Prefectura se fue a informar al Jefe Civil sobre el particular, y Jesús Velásquez entró al despacho presidencial en forma desenfrenada y altanera y le gritó a Grippa:

- “Por qué tanta investigación para pagar una factura; aquí sobra uno de los dos”

 Acto seguido sacó un revólver y lo colocó sobre el escritorio de Carlos Grippa y le dijo:

-“Toma, defiéndete; vamos a la calle a echarnos unos tiros”-

 Sin lugar a dudas el tipo era una especie de caballero medieval, hay que reconocerlo; otro en su lugar simplemente le hubiese caído a tiros al concejal  y ya. Carlos Grippa siempre tuvo un carácter vehemente, irónico, impetuoso; terco dirían algunos, pero loco no era. Asustado, pero sereno, atinó a decir:

-’Si me vas a matar hazlo aquí, yo no sé manipular un revólver”

 En eso apareció la figura de Belén de Jesús Marrero, ex - dirigente campesino de Salmeròn y guardaespaldas de Velásquez, e intervino milagrosamente en el conflicto y le dijo al Jefe Civil:

- “Mira Velásquez, si las cosas son así, creo que también sobra uno entre tú y yo, vente a la calle que yo si me voy a dar unos tiros contigo”.

-“Tú eres mi subalterno” -, grita con desdén el Jefe Civil.

            -“Pero soy más amigo de Carlos Grippa” -.

 De inmediato se quitó la chapa policial lanzándola sobre el escritorio, justo al lado del revólver.

El Jefe Civil, quien tampoco era loco y sabía cazar una buena pelea, optó por retirarse. Se fue inmediatamente a Los Teques y al día siguiente reunió a la Cámara Municipal y les informó que por orden del Gobernador el señor Carlos Grippa no podía seguir siendo Concejal, y le pidió que desalojara el recinto. Carlos abandonó la sala y con él otros colegas de Cámara.

- “No, no, ustedes no, solo Grippa”-, indicaba Velásquez.

- “Si él se va, nosotros también”-.

 En eso se levanta la Secretaria de la Cámara, Ana Francisca Mujica y recoge sus bártulos.

- “Señorita, usted no, son los Concejales”-, dice ya en tono de súplica.

- “Mire señor Velásquez, en esta semana aprendí que soy la Secretaria de la Concejo Municipal, no del Jefe Civil”-, e igualmente se marchó…

 Cincuenta años más tarde, Ana Francisca Mujica nos dijo: “Consideré que no era justo lo que estaban haciendo, y le dije que si ellos renunciaban yo también, agarré mis cosas y me fui. Él no quería que yo renunciara, y después estuvo mucho tiempo sin tratarme”. Por su parte, Carlos Grippa comentó que el gesto más significativo y admirable fue el de Ana Francisca, puesto que renunciaba a su empleo en solidaridad con ellos: “… los demás teníamos nuestras fuentes de ingresos, porque el cargo de Concejal era ad-honorem; ella dependía de su sueldo y renunció”.

Eso la convierte en una mujer con dignidad y sólidos principios, porque no sólo renunció a un cargo, también se enfrentó a la máxima autoridad civil del Municipio, lo cual en aquella época era mucho decir.

 Rómulo Betancourt y su arraigo pueblerino

Aníbal Palacios B.

          Rómulo Betancourt, la más relevante figura política de la democracia venezolana del siglo XX, apenas vivió nueve años en Guatire, pero fueron suficientes para impregnarse de una atmósfera aldeana que jamás olvidó y cuya espiritualidad mantuvo a pesar de los avatares políticos que le tocó vivir.

Para 1908 Guatire era un pequeño pueblo de mil seiscientos ciudadanos, según datos de Pedro Cunill Grau. En una casa de la calle Bolívar vivía Luis Betancourt, de origen canario, y su esposa guatireña Virginia Bello; allí nació el 22 de febrero un niño bautizado como Rómulo Ernesto. Poco tiempo después los Betancourt-Bello se mudaron a la calle Miranda, en la casa que hoy ocupa la Biblioteca Don Luis y Misia Virginia.

La familia se trasladó a Caracas en 1918, pero esos primeros años coexistidos en la sencillez y calidez de la vida aldeana marcaron a Rómulo Betancourt de manera tal que ni la cárcel, el exilio, la clandestinidad, ni los quehaceres de su investidura política, pudieron desarraigar de su vida la espiritualidad pueblerina, y más bien sirvieron para fortalecerlo en momentos en que el ánimo se debilitaba ante las muchas dificultades que tuvo que sortear.

Amigos como Luis Felipe Muñoz, Dimas Bolívar, Jesús García Tellechea y Pablo Antero Muñoz, entre otros, con quienes compartió escapadas al pozo Las Catanas del rio Pacairigua y disfrutó las travesuras infantiles de la época, nunca fueron olvidados en las buenas ni en la malas. Figuras fraternales como Isidoro Gámez, heredada de su padre, Elías Centeno, Miguel Lorenzo García, Antero Muñoz, Régulo Rico, Vicente Emilio Sojo y el maestro Juan José Fermín, de quienes recibió consejos y orientaciones, siempre merecieron el respeto y la consideración de un agradecido discípulo. Todo el ambiente que se generó en torno a estos y otros personajes, aunado a la enseñanza familiar de valores como el amor por el terruño donde nacemos y nos formamos, convirtieron a Betancourt en un guatireño a carta cabal.

Rómulo no fue dotado de oído musical lo cual fue una circunstancia afortunada; a fin de cuentas, la aldea ya tenía a Vicente Emilio Sojo. Decimos esto porque él vivía justo enfrente de la casa de Régulo Rico y no aprendió a tocar ningún instrumento, para fortuna del país. Su preferencia por el rio Pacairigua en detrimento del rio Guatire era un asunto de longitudes; en cinco minutos llegaba al primero, mientras que el otro requería una caminata de media hora. Betancourt visitó al pueblo en 1945; sus viajes habían dejado de ser clandestinos desde el advenimiento al poder de Isaías Medina Angarita; esta vez lo hizo en calidad de Presidente de la República. En un acto en la Plaza 24 de Julio al doctor Gilberto Useche, en nombre de la comunidad guatireña, le correspondió solicitar la construcción de una escuela, que conocemos hoy como Elías Calixto Pompa. En otra ocasión, en su segundo mandato y durante una sesión del Concejo Municipal,  Miguel Lorenzo García le pidió un estadio para Guatire. Miguel murió antes de concluirse la obra y el propio Rómulo sugirió su nombre para el estadio; merecido por lo demás, porque fue un gran dirigente y mecenas del deporte.

 Anecdotario aldeano

Betancourt aprendió a leer y escribir guiado por las Hermanas Hernández,  vecinas que dirigían una escuela de primera enseñanza para niñas. En aquel entonces varones y hembras recibían clases en planteles separados, por lo que Rómulo no era formalmente alumno de las Hernández sino que ellas, como amigas de la familia, asumieron esa tarea. Pero la mamadera de gallo de los amigos más grandecitos convirtieron en insoportable el aprendizaje y un buen día se presentó en la escuela de Elías Centeno. Entre maestro y alumno se produjo el siguiente diálogo:

-       Don Elías quiero que usted me enseñe”

-       Pero Rómulo, no tienes la edad suficiente para asistir a este plantel”

-       Yo no quiero ir más a la otra escuela”

 No hubo maneras de convencerlo de que era muy pequeño para ese nivel; la terquedad, al parecer, le venía desde niño al futuro dirigente político. Al respecto, Virginia Betancourt comentó que se trataba de perseverancia, no terquedad. Lo cierto fue que Elías Centeno se convirtió en maestro formal de Rómulo con gran ascendencia en su vida extraescolar.

Perseguido político de Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras, Betancourt algunas veces se escondía en la casa de Chucho Pacheco, a una cuadra de la Jefatura Civil. Cuando eso ocurría las hijas de Pacheco no salían a jugar a la plaza, justo enfrente, por temor a deslices infantiles. Cuando Elías Centeno, a la sazón Jefe Civil del Municipio, se percataba del hecho mandaba un mensaje con los amigos: “Dile a Chucho que le aconseje a Rómulo que se vaya, que no me comprometa porque me lo están pidiendo y yo sé que él está allí”. Y Betancourt no abusaba ni de la hospitalidad de Pacheco ni de la tolerancia y complicidad de Centeno; al día siguiente las niñas volvían a jugar en la plaza. Tiempo después, una tarde se presentó un anciano en casa de Centeno; Elías lo reconoció pese al convincente disfraz:

-       Rómulo ¿qué haces aquí, no sabes el peligro que corres?”

-       Ayúdame Elías, me están acorralando”

-       Me pones en un aprieto entre el deber de funcionario y el de amigo”

     Privó la amistad, y Elías Centeno ayudó a escapar al fugitivo político. Años más tarde Betancourt se acordó del gesto. Cuando derrocaron a Isaías Medina Angarita, las nuevas autoridades adecas detuvieron a Elías Centeno, Ángel María Daló y Manuel María Yánez. Al enterarse, Betancourt se enfureció y ordenó la inmediata libertad de los detenidos. La solidaridad con sus amigos era absoluta; cuando murió Isidoro Gámez, el 11 de octubre de 1945, al no poder asistir al sepelio por razones que saldrían a la luz siete días más tarde, hizo un alto en sus actividades encubiertas para enviar un telegrama manifestando su pesar por no poder estar presente.

En 1960 Betancourt invitó a todos los guatireños residenciados en Caracas para salir en una caravana desde el Paseo Los Próceres hasta la Iglesia Santa Cruz de Pacairigua, e instituyó el reencuentro entre paisanos el día de la Santa Patrona. Cuando se planteó el problema del deterioro físico de la iglesia, y ante la petición de algunos ciudadanos de construir una nueva convocó a los dirigentes de la comunidad (Vicente Milano, Manuel Hernández Suárez, René García, Guido Acuña, Luis Felipe Muñoz, Germán Pacheco, Mariano Marianchic, Gilberto Useche, Francisquito León, entre otros) a una reunión en la residencia  presidencial en Altamira. Un informe de ingeniería del Ministerio de Obras Públicas confirmaba el deterioro de la edificación y recomendaba su demolición porque no resistiría otro terremoto, que al final se produjo cinco años después. Rómulo se inclinó por la sugerencia técnica y Dimas Bolívar, camarero de Palacio, amigo del Presidente y guatireño conservador le recriminó al Presidente: “A ti no te duele la iglesia porque no fuiste bautizado en ella”; es que en esa reunión el Presidente se despojó de su investidura y actuó como un ciudadano más.

Ese día, tal vez para disminuir la tensión del momento, Betancourt apeló a una de sus facetas menos conocida, el humorismo; así, propuso la creación de un Gabinete Ejecutivo con puros guatireños, por lo que designó al diputado Guillermo Muñoz, Ministro de Hacienda; a Cruz Ana Ortega (esposa de Leopoldo Sucre Figarella) Ministra de Obras Públicas; César Gil Gómez, Ministro de Educación; el Obispo Feliciano González fue nombrado Cardenal, y así conformó un equipo de trabajo completo con sus entusiastas paisanos.

Una vez concluido su mandato, Betancourt no dejó de visitar al pueblo; cualquier oportunidad era propicia para compartir con sus amigos de la infancia en casa de Luis Felipe Muñoz. Pero era casi imposible pasar inadvertido porque todo el mundo esperaba su presencia para conversar con él. Pero esos encuentros carecían de la intimidad con la que prefería reunirse con sus amistades. El 29 de junio de 1975 acudió a la celebración de la Parranda de San Pedro. Era esperado en casa de Lourdes Hernández pero había mucha gente en la entrada y cambió de parecer Su intención era ir a casa de Luis Felipe Muñoz en Macaira, como era su costumbre, pero la calle también estaba abarrotada, por lo que decidió darle una vuelta la manzana e inesperadamente se presentó en casa de Emilia Gámez, hija de su entrañable amigo Isidoro Gámez, en el Cerro de Piedra. Allí se auto invitó a almorzar (o se coleó, si le parece a usted mejor) y en compañía de Marcos Falcón Briceño y Jesús María Graterol puso en aprieto a la desconcertada anfitriona, quien le ofreció lo que había preparado para sus hijas que venían a visitarla: mondongo, pernil y ensalada de gallina; el postre era quesillo y dulce de lechosa, y Betancourt adicionalmente solicitó conserva de cidra. Al convite se incorporaron Luis Felipe y Pablo Antero Muñoz y la puerta se cerró a cal y canto. A duras penas lograron entrar las hijas de Emilia y Pedro Manuel Pompa, el esposo. La familia Porto, que elaboraba las exquisitas conservas, vivía diagonalmente y Emilia simplemente cruzó la calle en su búsqueda. Previsiblemente trajo más de lo requerido para el momento porque el ex Presidente pidió para llevar; los sabores pueblerinos aún perduraban en su memoria y en su paladar.

Además del Grupo Escolar, son obras de Betancourt el Estadio, la Iglesia y la Casa Sindical; esta última la entregó directamente a Felipe Berroterán, de Calvarito, y Marcelino Urrutia, de Los Malavares, representantes del Sindicato de trabajadores cañicultores; en el acto estuvo presente José Antonio Álvarez, de Barrio Arriba, vicepresidente del Sindicato Nacional correspondiente. Fueron ellos quienes propusieron el nombre de Luis Moreno pare el recinto, en honor a quien fuera un destacado dirigente de los trabajadores que construyeron el dique de El Norte.

Betancourt solía preguntar por las novedades del pueblo cada vez que venía y era Felipito Muñoz quien lo mantenía al tanto. En una ocasión Luis Rondón vio frustrada su aspiración de ser Director Regional de Deportes porque Simón Alberto Consalvi solicitó al gobernador Manuel Mantilla que designara a la sobrina de un diputado merideño. Mantilla se disculpó con Rondón y le dijo que necesitaría una palanquita. Visitaba Rómulo, como era usual, la casa de Luis Felipe Muñoz y éste, ya informado de la situación por Felipito, le comentó lo ocurrido. Posteriormente Betancourt conversó con Octavio Lepage, Secretario General del partido, y le indicó que a los guatireños no les parecía bien que un merideño dirigiera el deporte mirandino, Días después, cuando el gobernador Manuel Mantilla juramentaba al nuevo Director de Deportes le comentó: “Caramba Rondón, te recomendé que buscaras una palanquita pero se te pasó la mano”:

Rómulo nunca se desprendió de su carácter aldeano y el apego sentimental por el terruño, a pesar de haber estado aquí apenas sus primeros nueve años de vida.







sábado, 20 de agosto de 2022

 

Las plazas Zamora y 5 de julio

Aníbal Palacios B.


En 1911, en el marco de la programación para celebrar el primer centenario de la Declaración de Independencia de Venezuela, el Concejo Municipal acordó “Dedicar los doscientos barriles(de) cemento cedidos por el Benemérito Jefe del País, a la construcción inmediata de las aceras de la Plaza Zamora, a las de las calles Miranda y 19 de diciembre y a las aceras de la pequeña plaza adyacente a la Plaza Principal, que de ahora en adelante se denominará Parque 5 de julio…”

Ese nombre permaneció por veinte años puesto que al inaugurarse la Plaza 24 de julio con la estatua de Bolívar, el busto de Zamora –donado por la municipalidad de Villa de Cura en 1917- fue trasladado a la placita que en adelante se llamó  Plaza Zamora; posteriormente el lugar dio paso a parte del actual Centro Cívico.

La calle 19 de diciembre era la antigua calle Manzanares, cuyo nombre lo recibe de la quebrada homónima que corre en su parte oeste y desemboca en la Quebrada de las Ánimas. Fue la calle de mayor longitud del municipio y por muchos años la más importante. La municipalidad dispuso llamarla 19 de diciembre como un homenaje a la fecha del ascenso al poder del general Juan Vicente Gómez.  Luego de la muerte de Juan Vicente Gómez en 1936 –en una manifiesta acción de sincretismo político- las autoridades municipales tacharon el número 1 de su nombre y quedó simplemente como 9 de diciembre; en reconocimiento a la batalla de Ayacucho que en 1824 determinó la definitiva derrota de los ejércitos que representaban al imperio español en suramérica.

viernes, 5 de agosto de 2022

 

Guatireña, la primera venezolana que se graduó de médico en la UCV

Aníbal Palacios B.


Zahra Bendaham Chocrón fue una audaz, paradigmática y legendaria mujer guatireña que se atrevió a desafiar
prejuicios religiosos, sociales, culturales y familiares en el primer tercio del pasado siglo para lograr no solo un propósito personal, sino además para ensanchar caminos que dignificarían a la mujer venezolana. Sin embargo, es una ilustre desconocida en la comunidad guatireña. Zahra fue la primera venezolana en graduarse de médico en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Zahra Bendaham nació en Guatire a las cinco de la mañana del 28 de agosto de mil novecientos. Hija de Elisa Chocrón y Carlos Bendaham, próspero comerciante judío sefardí de origen marroquí. Su tienda –y hogar- estuvo ubicada en la calle Miranda; vecino a la vivienda de Luis Betancourt y Virginia Bello. Estudió con las hermanas Hernández Suárez y con el maestro Juan José Fermín, los mismos docentes que formaron a Rómulo Betancourt, y al igual que este viajó a Caracas para culminar sus estudios de bachillerato.

 En 1923 Zahra obtuvo el Certificado de Educación Secundaria y se inscribió en la Facultad de Medicina de la UCV. En 1939 se convirtió en la primera venezolana en titularse Doctora en Ciencias Médicas de la Universidad Central de Venezuela. Terminó los seis años de la carrera en 1930, antes que ninguna otra mujer en el país, pese a una severa tuberculosis que casi se lo impide. Pero ese año no pudo presentar la tesis final requerida en la época para oficializar su título; su organismo –minado por una severa tuberculosis- ya no daba para  más y tuvo que esperar nueve años para cumplir con el requisito que le otorgó el título que le honra, que enorgullece a la comunidad guatireña en particular y a la mujer venezolana en general. En un país de principios del siglo XX diseñado para que triunfaran los hombres, Zahra Bendaham enfrentó también los prejuicios sobre la idoneidad de la mujer para realizar tareas diferentes a las domésticas y trazó un camino por el que transitarían con comodidad cientos de miles de mujeres venezolanas.

Cursaba el tercer año de carrera cuando se enfermó víctima de una tuberculosis que casi acaba con su existencia y compromete seriamente la continuidad de sus estudios; pero Zahra logra sobreponerse y con un esfuerzo sobrehumano culmina la carrera en 1930, pero no fue sino hasta el 31 de julio de 1939, ya bastante recuperada, cuando se enfrentó al jurado que finalmente aprobó su tesis y le otorgó, ese mismo día, el título de Doctora en Ciencias Médicas.

Al respecto, en su discurso de grado señala: “Mis seis años de estudiantado fueron seis años de calvario con todas sus estaciones, sin faltar una, debido a los tiempos que atravesábamos: incomprensión, preconceptos arcaicos, falta de costumbre de ver a las mujeres en las aulas, maledicencia, envidia, pequeños caciquismos en cada jerarquía, groserías innatas, de unos, persecuciones sistematizadas de los otros, pasiones políticas encontradas. Desde el bachillerato hice toda la carrera sola: única mujer existente en aquellos predios de varones, fui por la fuerza de las circunstancias poco compañera de la generalidad de mis compañeros; para ellos se anteponían por falta de costumbre, la mujer a la estudiante, no queriendo comprender o no comprendiendo cómo una mujer podía estudiar medicina sin ser un marimacho, sin perder su decoro, sin mengua de su honestidad”.

Ese fue parte del discurso pronunciado por Zahra Bendaham, oradora de orden del acto donde recibió el título de Doctora en Ciencias Médicas en la UCV el 31 de julio de 1939. Fue una deferencia de parte de sus colegas graduandos, quienes reconocieron así el esfuerzo, sacrificio y constancia de esta mujer que supo enfrentar adversidades personales, académias y sociales con mucha entereza.

En ese discurso Zahra plantea: “¿Qué más se necesita para no sonreír alegremente ni siquiera ante este triunfo? No que el orgullo se apodere de mi espíritu, ¡oh, no!, y lo considere como triunfo científico, mas sí como triunfo extraordinario sobre el medio, los prejuicios, la envidia, las circunstancias que me han rodeado, mi mal estado de salud y por ende la muerte, el tiempo que ha pasado desde la terminación de mis estudios…”

La precedió en el intento de estudiar medicina en la UCV Virginia Pereira Álvarez en 1911, pero su familia tuvo que emigrar y finalmente terminó la carrera en Estados Unidos en 1920. Por su parte, Lya Imber llegó a Venezuela en 1930, mismo año en que Zahra completaba sus estudios. Terminó en 1936, la primera ciudadana extranjera en graduarse.

La doctora Sonia Hecker rescató para la historia de la medicina en Venezuela la importante y determinante presencia de Zahra Bendaham en un hermoso libro cuyo título es Por una puerta estrecha, publicado por Fundación Polar en 2006. El relato final, el discurso de graduación de Zhara refleja sucintamente la vida de esta figura aldeana. Si eres mujer, si eres médico y sobre todo si eres guatireño debería leer ese libro.

Zahra se casó y tuvo una hija, murió en Los Teques en el año 1946, víctima de la enfermedad que no pudo truncar sus sueños.

            Es el momento de rendir homenaje a Zhara Bendaham Chocrón; el Hospital General de Guatire debe llevar el nombre de esta extraordinaria mujer que ha puesto en alto el gentilicio guatireño; en ese sentido las autoridades municipales deben realizar los trámites correspondientes ante los entes a quienes competa la designación. Asimismo, una de las tantas avenidas sin nombre que rodean al pueblo debe llevar el nombre de este ilustre personaje; finalmente, el libro de la doctora Sonia Hecker debe ser reeditado por la municipalidad, con el permiso correspondiente de su autora.

 

domingo, 3 de julio de 2022

 

Guatire y sus locos

                                                                   Aníbal Palacios B.

 Por supuesto, cada pueblo venezolano tuvo sus locos, pero dudo que hayan sido como los de por aquí. Intelectuales, eruditos, embusteros, aguajeros, pendencieros, agresivos, amables, religiosos y claro está, el simplemente loco e’bolas. Una variedad de personajes significativos en la historia aldeana que, en nuestro particular caso, fueron simultáneamente para varias generaciones porque, en algunos casos, de niños le temíamos, de adolescentes les molestábamos y de adultos buscábamos su conversación. ¡Una locura!

Definitivamente los locos de antes no son como los de ahora; éstos son personajes anónimos, totalmente ajenos a nuestra comunidad, muchas veces recogidos por las autoridades de algún municipio y abandonados en otro para quitárselos de encima, porque les estorban. Los locos de otrora formaban parte de nuestro entorno, conocíamos a sus familias, que por lo demás no se avergonzaban de su existencia, convivíamos con ellos en la mayoría de los casos y, por supuesto, vivíamos atentos a salir corriendo cuando la ocasión lo ameritara.

 El Loco Tomás

Tomás Muñoz era un dilecto loco que gozaba del respeto y admiración de toda la población, no sólo porque perteneciera a una muy querida familia guatireña sino porque además llamaba la atención por su inteligencia y erudición. No son pocos quienes afirman que su insania le vino precisamente de allí, de tanta lectura, de tantos conocimientos que procesaba su mente. Escritores aldeanos como Guido Acuña y Rafael Borges lo consideraban un poeta que se expresaba en prosa. Uno de los signos distintivos de Tomás era golpear los postes, era su manera de anunciar su presencia; tanto, que cuando su tía Roseliana escuchaba el opaco sonido, le colocaba la comida en el jardín de la casa y entraba apresuradamente. Tomás se percataba, pero no le importaba. En una ocasión le comentó a Rosita Rondón, su prima, que Roseliana estaba más loca que él; ¿a quién se le ocurriría poner la comida en el jardín y salir corriendo para no verle?

Tomás era agricultor y tuvo tres hijos; en los años cuarenta comenzó a presentar síntomas de abstracción y más tarde de facundia, que pronto llamaron la atención de todos por la coherencia de su discurso. No hablaba solo, le gustaba tener audiencia; apenas veía un grupo de cuatro o cinco personas, comenzaba su bien orquestada perorata. El Miércoles Santo era para él una jornada especial porque se trataba de la mayor congregación de guatireños que pudiese reunirse y aprovechaba el descanso de los cargadores para soltar una arenga al Nazarero:

“El mundo fuese distinto si no te hubieses sacrificado. Sacaste a los mercaderes del templo ¿y qué? Volvieron al irte tú; necesitábamos tu justicia, no tu sacrificio”

             Y por ese estilo; era un discurso breve, unos cinco minutos tal vez, y al terminar se arrodillaba, realizaba una reverencia y se retiraba en medio de aplausos; golpeando postes, como siempre se le recordó. Murió en 1959 y Rafael Borges, el mejor poeta guatireño del siglo XX, lo inmortalizó en un poema lírico titulado Adiós al Loco Tomás.

 Otilio

Al principio a Otilio se le conocía como el muchacho de los mandados, aunque él se autocalificaba como encargado de encomiendas. El pueblo le agregó a su nombre el impropio remoquete de Pila e’mierda, que además de injurioso era absolutamente injusto; no se correspondía con su perfil de hombre sencillo, mal vestido pero no maloliente. Eso sí, embustero como ninguno. Si a algún parroquiano se le hubiese ocurrido recopilar y documentar sus relatos, con toda seguridad se hubiese hecho acreedor de un record Guinness como el hombre más embustero del mundo.  Asentó su popularidad entre los años cincuenta y sesenta y su mendacidad era compulsiva. Otilio se desaparecía del pueblo un par de meses y regresaba subrepticiamente al Bar Tropical de Miguel Lorenzo García donde era bien recibido y agasajado por un grupo de contertulios que se peleaban el honor de brindarle un trago de aguardiente para estimular su inventiva:

 “Estuve en Manhattan, y mientras paseaba por Central Park se me acercó un emisario del mismísimo Dwight Eisenhower con una invitación a cenar en la Casa Blanca, quería conocer mi opinión sobre las elecciones presidenciales y le dije: Ike, lamento que Rockefeller haya retirado su candidatura en las primarias, Nixon no le ganará a Kennedy

 

–Así, con ese desparpajo-

En una ocasión se excusó con el Generalísimo Franco porque debía atender una invitación del papa Juan XXIII, ¿y cómo decirle que no al Santísimo Padre?

“Caminaba por Hyde Park cuando observe al Príncipe Felipe, duque de Edimburgo, dirigirse hacia mi. La reina Isabel II me requería en el palacio de Buckingham, necesitaba mi valoración de una obra de arte para la Royal Collection; al terminarla, ofreció una cena en mi honor en el Throne room”.

             Al final de la jornada, Otilio había deleitado a sus anfitriones del Bar, luego se marchaba en busca de cualquier abandonado techo para pasar la noche y al día siguiente volvía a sus recados. ¿De dónde sacaba Otilio la minuciosidad de sus historias? Algunos opinan que recogía ejemplares de Ultimas Noticias y El Nacional de los basureros del pueblo; otros, que se acercaba a la Plaza Bolívar de Caracas a escuchar a viejos embusteros como él. Lo cierto es que a cada escapada traía nuevas, sazonadas y bien documentadas historias para satisfacción de todos.

 Coquito

Delfín Armas era el nombre de este polifacético personaje. Sufría de epilepsia y era cordial cuando lo deseaba, agresivo si se burlaban de él y pendenciero en momentos en los cuales se sentía aburrido. Al grito de ¡Coquito! podía reaccionar de dos maneras: lanzaba piedras con certera puntería o corría detrás de quienes lo molestaban. Los muchachos preferían las piedras porque eran más fáciles de eludir; cuando Coquito los perseguía era toda una proeza escapar de él porque era muy rápido.

 “Me choca ese candidato”

Con esta frase, o alguna similar, daba a entender que buscaba camorra, sentía deseos de agredir a alguien y, por supuesto, nadie se metía con él. A veces una simple y maliciosa sonrisa servía de alerta. Ignoraba que el lenguaje corporal lo delataba: Se paraba con las piernas abiertas y metía sus pulgares dentro del pantalón a nivel de la cintura; nadie se le acercaba, la insensatez juvenil no llegaba a tanto. Coquito usaba alpargatas de cuero y se deslizaba silenciosamente en la acera como un michaeljackson cualquiera para sorprender a distraídas y potenciales víctimas. Si usted lo veía en una esquina a prudente distancia no debía demostrarle miedo, simplemente con la discreción necesaria alejarse del lugar. Si se descuidaba en fracciones de segundos lo tenía al lado en actitud belicosa.

A Coquito le gustaba el beisbol y como cualquier guatireño de los años cincuenta, se acercaba al estadio a ver al temible Gavilanes. Pero en las caimaneras de los muchachos su participación era protagónica: el ompaya, como se le decía entonces al árbitro. Cuando los jovenzuelos jugaban pelota sabanera lo hacían sin árbitro y, lógicamente, surgían discusiones y hasta peleas por los desacuerdos que generaban las jugadas cerradas. El terreno de La Matancita (actual Liceo Juan José Abreu), casualmente cerca del hogar de nuestro personaje, era el lugar más frecuentado por los peloteros. Allí llegaba Coquito en son de paz para ejercer de árbitro, y aunque usted no lo crea, su presencia gozaba del beneplácito de los contendientes por una sencilla razón: nadie se atrevía a cuestionar una apreciación suya, porque las consecuencias de tal audacia eran previsibles; de manera que el juego fluía con rapidez y normalidad… a menos que le diera un ataque de epilepsia, en cuyo caso todos corrían despavoridos porque al recuperarse su agresividad se potenciaba. Solo un mozuelo, Tomás Oses, se compadecía de él y corría a auxiliarlo para que no cayera con brusquedad y lo acompañaba hasta ver los primeros síntomas de serenidad, tras lo cual arrancaba a correr; la gratitud no era una de las virtudes de Coquito, y estar a su lado siempre era un peligro.

Esta es una pequeña muestra del portafolio local de personajes que poco a poco fueron desapareciendo de nuestras calles por razones pueden ser varias; desde los tratamientos médicos que los controlaban, a la vergüenza familiar que los ocultaba; pero si, los locos de ahora no son como los de antes.

sábado, 25 de junio de 2022

 

Semblanza de Jesús María Sánchez

Aníbal Palacios B.

 Humildad, nobleza y modestia son cualidades de la naturaleza humana suficientes para que una persona pase inadvertida en cualquier lugar, pero es casi imposible ignorar la presencia de Jesús María Sánchez, poseedor de tales dones, por muy concurrido y amplio que sea el espacio en el cual se encuentre. Su estatura, física y espiritual, su voz, grave y portentosa, su sonrisa franca y seductora, su andar elegante y su carácter abierto y amigable, tiene un efecto centrípeto sobre quienes le rodean.

Jesús María Sánchez nació en Vega Redonda, Araira, el 14 de septiembre de 1938. Guiado por su madre, Clemencia Sánchez, conoció personajes, historias, cuentos, costumbres y tradiciones de Guatire y Araira, que le llevaron posteriormente a investigar y documentar buena parte de la historia aldeana a través de diversos artículos de prensa, programas radiales y libros, que lo convirtieron en un ilustre guardián del gentilicio aldeano y sus tradiciones autóctonas, defensor de la identidad cultural y reconstructor de nuestra historia.

Formado en dos connotadas instituciones educativas del Guatire de mediados del siglo XX, el Grupo Escolar Elías Calixto Pompa y el Liceo Dr. Ramón Alfonso Blanco, desde muy joven se unió al movimiento cultural guatireño y junto con Guido Acuña y César Gil fundó la Casa de la Cultura del Estado Miranda, luego renombrada Casa de la Cultura Antonio Machado. Por entonces comenzó su prolífica e incansable labor de cronista aldeano y a falta de medios donde publicarlos fundó los propios como El Tambor y Pamiragua, hasta que surgieron semanarios como La Voz y Rutas Mirandinas que acogieron con entusiasmo sus escritos sobre la cotidianidad histórica de Guatire, Guarenas y Araira. También para esa época de principios de los años sesenta incursiona en la Radio con un programa de corte cultural que por arte de su manifiesta credibilidad, sus entretenidos guiones y su mágica voz se convirtió en todo un éxito a través de Radio Industrial; lo llamó Festival, una verdadera fiesta dominical de conocimientos. Años más tarde repetiría la experiencia y el éxito a través de Caliente Stereo con el programa Por los caminos abiertos.

A Jesús María Sánchez se le reconoce como el historiador que rescató para la comunidad guatireña el Decreto que honró a nuestro pueblo con el merecido título de Villa Heroica, por atreverse a dar el primer grito de Federación más allá de las fronteras de Coro. Por el contrario no se le acredita mérito alguno por ser el cronista que rescató para la historia cultural del país la densa obra de Elías Calixto Pompa, excelso poeta nacido en la hacienda El Palmar en 1837, relegado al olvido hasta que con el tesón, paciencia y determinación atribuibles sólo a un paisano interesado en resaltar los valores de su patria chica, pudo Jesús María, luego de un arduo trabajo de investigación en la Hemeroteca Nacional, encontrar en viejos periódicos publicados entre 1862 y 1887, los poemas de K-Listo, como era conocido el poeta. Así, publicaciones como El Federalista, El Porvenir, Diario de Avisos, El Siglo, Registro Literario, El Fonógrafo, y El Independiente, impregnaron sus manos de polvo, su olfato de olor acre, y su mente de maravillosos sonetos que legó posteriormente a la comunidad zamorana en particular y al país entero en general.

Por lo demás, en su rutina diaria de funcionario de la Biblioteca Nacional su atención era requerida por jóvenes estudiantes universitarios que no solo necesitaban consultar libros, sino orientar investigaciones. Adicionalmente, grandes figuras de las letras venezolanas tenían en Jesús María una especie de bibliotecario particular; así, Mariano Picón Salas, Ángel Rosenblat, Miguel Otero Silva, Jesús Sanoja Hernández, Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Gloria Stolk, Antonio Arraiz, Rafael Pizani, entre tantos, se convirtieron en usuarios de lujo  y hasta le solicitaban con anticipación material bibliográfico, que Jesús María curioseaba con interés.

Publicó a través de la Casa de la Cultura del Estado Miranda las siguientes obras: Apuntes sobre Guatire, 1965; Versos de K-Listo, 1966; Poemas y otros trabajos de Elías Calixto Pompa, 1966 y Documentos sobre la Colonia Bolívar, 1968. De memoria prodigiosa, luego de jubilado de sus tareas docentes, Jesús María se convirtió en una especie de profesor ambulante que en las festividad de la Santa Cruz, de la Parranda de San Pedro o de Villa Heroica; es detenido en la calle para dictar clases magistrales sobre Guatire y Araira, sus tradiciones y sus personajes. El trata de camuflarse vestido como un sanpedreño cualquiera, con betún, levita y pumpá, de sanjuanero común y corriente con franela, pañuelo al cuello y sombrero de cogollo, o como ciudadano de a pié cada 20 de septiembre con fresca guayabera pero ¡qué va!, no puede esconderse de quienes se convierten en alumnos fuera del aula por varios y dilatados minutos.

Jesús María Sánchez ocupa, sin lugar a dudas, un distinguido lugar en el Olimpo de los grandes ciudadanos nacidos en estos lares. De él se puede y se debe escribir un extenso libro biográfico.

 

viernes, 24 de junio de 2022


La Independencia fue una guerra civil. 

Discurso de Orden pronunciado por Aníbal Palacios B.,
con motivo del 201° aniversario de la Batalla de Carabobo, en la Plaza 24 de julio 

 El acontecimiento venezolano más relatado por historiadores, cronistas, ensayistas, improvisados y cuenteros de oficio, es a su vez, dada su trascendencia, el menos transparente de cuantos ocurrieron durante la guerra de independencia, en términos historiográficos.

De entrada, el título Batalla de Carabobo genera confusión, y en historia las indefiniciones siempre ocasionan polémicas y las dudas, a su vez, restan credibilidad a los hechos. Si a un distraído estudiante de bachillerato le preguntan cuándo ocurrió la Batalla de Carabobo y responde que el 28 de mayo de 1814 seguramente todos, docente incluido, le dirían que está equivocado. Y resulta que, efectivamente, en esa fecha hubo una Batalla de Carabobo, muy importante, por lo demás. Entonces, ¿a cuál batalla nos referimos?

Por antonomasia, se llama Batalla de Carabobo a un evento acaecido el 24 de junio de 1821, en Valencia, pero ocurre que la retórica lingüista es contraproducente en la narración de eventos reales porque, entre otras razones, atenta contra un concepto básico en la investigación y posterior relato, denominado “rigor histórico”.

Lo primero que se observa al leer las crónicas sobre la Batalla de Carabobo de 1821 es su descripción en términos militares. Desde la escuela primaria nos enseñan que intervinieron compañías, tropas, batallones, divisiones, regimientos, escuadrones, pelotones, etc., indistintamente. Nadie se toma la molestia de explicarnos qué es y cómo está compuesto un batallón, un escuadrón o un pelotón. De las divisiones ni hablar, que ya bastante molestia nos generaba tratar de entender a la maestra cuando se esforzaba en explicarla, luego del sufrimiento que nos causó comprender la multiplicación.

Todo esto trae como consecuencia que más de doscientos años después se desconozca con propiedad cuántos soldados intervinieron en la contienda. Cada bando, patriotas y realistas, ofreció cifras dentro de un contexto estratégico válido para impresionar al enemigo pero carente de utilidad para fines de objetividad histórica. Desde 10 mil para unos y 4 mil para otros, siempre con ventaja numérica para los patriotas, hasta cifras más parejas y menos cuantiosas. Cada quien expone sus números sin más explicaciones ni consideraciones de interés, como por ejemplo lo concerniente a la dotación, alimentación y movilización de las tropas, ni su preparación para la confrontación.

Y para corroborar aquello de que muchas, manos en el guiso ponen el caldo morado, vale acotar que hasta el mismísimo Carlos Marx, aquel que –por unos dólares más- una vez calificó a Bolívar de “canalla, cobarde, brutal y miserable”, y lo comparó con un “analfabeto,  sanguinario y corrupto” emperador haitiano de mediados del siglo XIX, para consternación de los marxistas criollos, pues bien el revolucionario de marras no quiso quedarse al margen de lo acaecido por estos lares y ofreció sus cifras: 4 mil realistas contra 9 mil patriotas. Conclusión: Es impreciso y por ende falso el número de combatientes que, según nos enseñan, intervinieron en la batalla de Carabobo de 1821.

En la Batalla de Carabobo de 1821, sobre la cual –por cierto- René García Jaspe documentó la participación del guatireño José Fruto Oses; el ejército patriota logró una importante y significativa victoria que inclinó favorablemente la balanza para que dos años más tarde, con la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, se lograse el triunfo definitivo sobre las tropas realistas. Podemos convenir que con el triunfo logrado el 24 de junio de 1821 en Carabobo, el Departamento de Venezuela, que eso éramos en aquel entonces, aseguraba su independencia del reino español, pero la guerra no terminó allí, como se nos hace entender. Hubo que esperar dos años para lograr el objetivo de manera categórica e incuestionable, porque los reductos realistas en Cumaná, Puerto Cabello, Coro y Maracaibo generaban esperanzas en el ejército realista y si no inquietud, por lo menos preocupación entre los patriotas. Los combates, enfrentamientos y escaramuzas continuaron hasta el 24 de julio de 1823 cuando en la citada Batalla Naval, las tropas que luchaban a favor de los españoles rindieron su definitivo y último esfuerzo.

¿Por qué nos enseñan que la independencia se logra con la Batalla de Carabobo de 1821 y no con la de Maracaibo de 1823? La batalla de 1821 fue el inicio de la liberación del Departamento de Venezuela o de la Capitanía General de Venezuela, que ambos nombres tenía según quien la aludiera.  Si a ver vamos, el Mariscal Francisco Tomás Morales, con la potestad que le confería el cargo de Capitán General de Venezuela, firmó el 3 de agosto de 1823 la capitulación que oficialmente puso fin a las hostilidades y de paso lo convirtió en la última autoridad del gobierno español en Venezuela, con las repercusiones políticas que el hecho implicó, dentro y fuera de nuestro territorio.

La omisión más llamativa

Pero hay algo muchísimo más significativo y trascendente que tampoco nos enseñan: Nuestra guerra de independencia fue un conflicto entre patriotas y realistas, sí; pero no de venezolanos contra españoles. La lucha por la independencia de Venezuela fue una guerra civil. Solo los oficiales tenían distintas nacionalidades.  

Simón Bolívar, con la perspicacia analítica que siempre le caracterizó, se percató de ello apenas comenzada su lucha. Dado que su formación militar la forjó en Colombia comandando tropas granadinas contra el ejército español, se vio sorprendido cuando al comenzar la Campaña Admirable, el 14 de mayo de 1813, observó que esta vez el ejército enemigo no lo conformaban españoles sino venezolanos; de allí que apenas un mes más tarde, el 15 de junio de 1813 promulgara su famoso y absurdamente cuestionado Decreto de Guerra a muerte. Al Decreto lo juzgan por su título y no por su contenido, y resulta irrazonable: por definición toda guerra es a muerte, no tiene por qué explicarse. Pero lo verdaderamente sustancial y transcendental fue que Bolívar estableció en términos claros, inequívocos y terminantes que sus compatriotas no eran sus enemigos… “… Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables“. Nuestro futuro libertador mostraba tempranamente la lucidez de estadista que le distinguió entre sus compañeros de lucha.

Inexplicablemente esta tesis no ha sido analizada en profundidad en la historiografía venezolana. Solamente la ha considerado el sociólogo e historiador Laureano Vallenilla Lanz. Sus planteamientos han tenido poca resonancia tal vez porque fueron publicados en un polémico libro titulado "Cesarismo democrático. Estudios sobre las Bases Sociológicas de la Constitución Efectiva de Venezuela", publicado en 1919. Cien años después su tesis política ha sido objeto de innumerables análisis y cuestionamientos, como poca atención sus consideraciones históricas.

Decir que la guerra de la Independencia fue una guerra civil, no amengua en nada la gloria de nuestros Libertadores”, señala Vellenilla Lanz. En efecto, la guerra de independencia venezolana fue la más larga y cruenta de hispanoamérica, y buena razón de esa particularidad lo fundamenta su carácter de guerra civil. Los estudiantes comandados por José Félix Ribas derrotaron en La Victoria a un ejército realista compuesto por venezolanos; los ejércitos de José Tomás Boves, Domingo Monteverde y Francisco Tomás Morales estaban conformados por criollos de distintos estamentos sociales. En 1812 bandas realistas provenientes de Curiepe asaltaron Guatire y perpetraron una atroz matanza, denunciada por Bolívar en su Carta a las naciones del mundo”... y no eran españoles. Venezolanos también fueron quienes persiguieron a los patriotas en la Emigración a Oriente.

La guerra de independencia la promovió la aristocracia caraqueña, los pardos y la clase media en general no se avinieron a ella; mucho menos los negros indios y mestizos quienes en su mayoría formaron parte del ejército realista. Pero no solo fueron las clases sociales menos favorecidas quienes dieron la espalda a la causa libertadora; fueron muchos los hombres notables que lucharon o realizaron funciones públicas a favor de la corona española. Esos mismos hombre, una vez concluida la guerra se incorporaron a la vida política republicana con el nombre de godos.

Finalizada la guerra en 1823 esos realistas militares y civiles criollos ahora eran ciudadanos republicanos y desde esta nueva posición continuaron combatiendo el sueño bolivariano de la Gran Colombia y socavaron las bases de su sustentabilidad en Venezuela, permaneciendo abiertamente contrarios a los ideales del Libertador, ahora en el plano político. Lo que no pudieron lograr en diez años de guerra lo obtuvieron en cuatro años de pacífica y soterrada lucha política. En decir, esa guerra civil entre venezolanos continuó hasta el Congreso de Valencia de 1830…

Al final la guerra la ganaron los realistas, llamados godos o conservadores, pero ya éramos una república.

                                                                                                Guatire, 24 de junio de 2022