sábado, 25 de junio de 2022

 

Semblanza de Jesús María Sánchez

Aníbal Palacios B.

 Humildad, nobleza y modestia son cualidades de la naturaleza humana suficientes para que una persona pase inadvertida en cualquier lugar, pero es casi imposible ignorar la presencia de Jesús María Sánchez, poseedor de tales dones, por muy concurrido y amplio que sea el espacio en el cual se encuentre. Su estatura, física y espiritual, su voz, grave y portentosa, su sonrisa franca y seductora, su andar elegante y su carácter abierto y amigable, tiene un efecto centrípeto sobre quienes le rodean.

Jesús María Sánchez nació en Vega Redonda, Araira, el 14 de septiembre de 1938. Guiado por su madre, Clemencia Sánchez, conoció personajes, historias, cuentos, costumbres y tradiciones de Guatire y Araira, que le llevaron posteriormente a investigar y documentar buena parte de la historia aldeana a través de diversos artículos de prensa, programas radiales y libros, que lo convirtieron en un ilustre guardián del gentilicio aldeano y sus tradiciones autóctonas, defensor de la identidad cultural y reconstructor de nuestra historia.

Formado en dos connotadas instituciones educativas del Guatire de mediados del siglo XX, el Grupo Escolar Elías Calixto Pompa y el Liceo Dr. Ramón Alfonso Blanco, desde muy joven se unió al movimiento cultural guatireño y junto con Guido Acuña y César Gil fundó la Casa de la Cultura del Estado Miranda, luego renombrada Casa de la Cultura Antonio Machado. Por entonces comenzó su prolífica e incansable labor de cronista aldeano y a falta de medios donde publicarlos fundó los propios como El Tambor y Pamiragua, hasta que surgieron semanarios como La Voz y Rutas Mirandinas que acogieron con entusiasmo sus escritos sobre la cotidianidad histórica de Guatire, Guarenas y Araira. También para esa época de principios de los años sesenta incursiona en la Radio con un programa de corte cultural que por arte de su manifiesta credibilidad, sus entretenidos guiones y su mágica voz se convirtió en todo un éxito a través de Radio Industrial; lo llamó Festival, una verdadera fiesta dominical de conocimientos. Años más tarde repetiría la experiencia y el éxito a través de Caliente Stereo con el programa Por los caminos abiertos.

A Jesús María Sánchez se le reconoce como el historiador que rescató para la comunidad guatireña el Decreto que honró a nuestro pueblo con el merecido título de Villa Heroica, por atreverse a dar el primer grito de Federación más allá de las fronteras de Coro. Por el contrario no se le acredita mérito alguno por ser el cronista que rescató para la historia cultural del país la densa obra de Elías Calixto Pompa, excelso poeta nacido en la hacienda El Palmar en 1837, relegado al olvido hasta que con el tesón, paciencia y determinación atribuibles sólo a un paisano interesado en resaltar los valores de su patria chica, pudo Jesús María, luego de un arduo trabajo de investigación en la Hemeroteca Nacional, encontrar en viejos periódicos publicados entre 1862 y 1887, los poemas de K-Listo, como era conocido el poeta. Así, publicaciones como El Federalista, El Porvenir, Diario de Avisos, El Siglo, Registro Literario, El Fonógrafo, y El Independiente, impregnaron sus manos de polvo, su olfato de olor acre, y su mente de maravillosos sonetos que legó posteriormente a la comunidad zamorana en particular y al país entero en general.

Por lo demás, en su rutina diaria de funcionario de la Biblioteca Nacional su atención era requerida por jóvenes estudiantes universitarios que no solo necesitaban consultar libros, sino orientar investigaciones. Adicionalmente, grandes figuras de las letras venezolanas tenían en Jesús María una especie de bibliotecario particular; así, Mariano Picón Salas, Ángel Rosenblat, Miguel Otero Silva, Jesús Sanoja Hernández, Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Gloria Stolk, Antonio Arraiz, Rafael Pizani, entre tantos, se convirtieron en usuarios de lujo  y hasta le solicitaban con anticipación material bibliográfico, que Jesús María curioseaba con interés.

Publicó a través de la Casa de la Cultura del Estado Miranda las siguientes obras: Apuntes sobre Guatire, 1965; Versos de K-Listo, 1966; Poemas y otros trabajos de Elías Calixto Pompa, 1966 y Documentos sobre la Colonia Bolívar, 1968. De memoria prodigiosa, luego de jubilado de sus tareas docentes, Jesús María se convirtió en una especie de profesor ambulante que en las festividad de la Santa Cruz, de la Parranda de San Pedro o de Villa Heroica; es detenido en la calle para dictar clases magistrales sobre Guatire y Araira, sus tradiciones y sus personajes. El trata de camuflarse vestido como un sanpedreño cualquiera, con betún, levita y pumpá, de sanjuanero común y corriente con franela, pañuelo al cuello y sombrero de cogollo, o como ciudadano de a pié cada 20 de septiembre con fresca guayabera pero ¡qué va!, no puede esconderse de quienes se convierten en alumnos fuera del aula por varios y dilatados minutos.

Jesús María Sánchez ocupa, sin lugar a dudas, un distinguido lugar en el Olimpo de los grandes ciudadanos nacidos en estos lares. De él se puede y se debe escribir un extenso libro biográfico.

 

viernes, 24 de junio de 2022


La Independencia fue una guerra civil. 

Discurso de Orden pronunciado por Aníbal Palacios B.,
con motivo del 201° aniversario de la Batalla de Carabobo, en la Plaza 24 de julio 

 El acontecimiento venezolano más relatado por historiadores, cronistas, ensayistas, improvisados y cuenteros de oficio, es a su vez, dada su trascendencia, el menos transparente de cuantos ocurrieron durante la guerra de independencia, en términos historiográficos.

De entrada, el título Batalla de Carabobo genera confusión, y en historia las indefiniciones siempre ocasionan polémicas y las dudas, a su vez, restan credibilidad a los hechos. Si a un distraído estudiante de bachillerato le preguntan cuándo ocurrió la Batalla de Carabobo y responde que el 28 de mayo de 1814 seguramente todos, docente incluido, le dirían que está equivocado. Y resulta que, efectivamente, en esa fecha hubo una Batalla de Carabobo, muy importante, por lo demás. Entonces, ¿a cuál batalla nos referimos?

Por antonomasia, se llama Batalla de Carabobo a un evento acaecido el 24 de junio de 1821, en Valencia, pero ocurre que la retórica lingüista es contraproducente en la narración de eventos reales porque, entre otras razones, atenta contra un concepto básico en la investigación y posterior relato, denominado “rigor histórico”.

Lo primero que se observa al leer las crónicas sobre la Batalla de Carabobo de 1821 es su descripción en términos militares. Desde la escuela primaria nos enseñan que intervinieron compañías, tropas, batallones, divisiones, regimientos, escuadrones, pelotones, etc., indistintamente. Nadie se toma la molestia de explicarnos qué es y cómo está compuesto un batallón, un escuadrón o un pelotón. De las divisiones ni hablar, que ya bastante molestia nos generaba tratar de entender a la maestra cuando se esforzaba en explicarla, luego del sufrimiento que nos causó comprender la multiplicación.

Todo esto trae como consecuencia que más de doscientos años después se desconozca con propiedad cuántos soldados intervinieron en la contienda. Cada bando, patriotas y realistas, ofreció cifras dentro de un contexto estratégico válido para impresionar al enemigo pero carente de utilidad para fines de objetividad histórica. Desde 10 mil para unos y 4 mil para otros, siempre con ventaja numérica para los patriotas, hasta cifras más parejas y menos cuantiosas. Cada quien expone sus números sin más explicaciones ni consideraciones de interés, como por ejemplo lo concerniente a la dotación, alimentación y movilización de las tropas, ni su preparación para la confrontación.

Y para corroborar aquello de que muchas, manos en el guiso ponen el caldo morado, vale acotar que hasta el mismísimo Carlos Marx, aquel que –por unos dólares más- una vez calificó a Bolívar de “canalla, cobarde, brutal y miserable”, y lo comparó con un “analfabeto,  sanguinario y corrupto” emperador haitiano de mediados del siglo XIX, para consternación de los marxistas criollos, pues bien el revolucionario de marras no quiso quedarse al margen de lo acaecido por estos lares y ofreció sus cifras: 4 mil realistas contra 9 mil patriotas. Conclusión: Es impreciso y por ende falso el número de combatientes que, según nos enseñan, intervinieron en la batalla de Carabobo de 1821.

En la Batalla de Carabobo de 1821, sobre la cual –por cierto- René García Jaspe documentó la participación del guatireño José Fruto Oses; el ejército patriota logró una importante y significativa victoria que inclinó favorablemente la balanza para que dos años más tarde, con la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, se lograse el triunfo definitivo sobre las tropas realistas. Podemos convenir que con el triunfo logrado el 24 de junio de 1821 en Carabobo, el Departamento de Venezuela, que eso éramos en aquel entonces, aseguraba su independencia del reino español, pero la guerra no terminó allí, como se nos hace entender. Hubo que esperar dos años para lograr el objetivo de manera categórica e incuestionable, porque los reductos realistas en Cumaná, Puerto Cabello, Coro y Maracaibo generaban esperanzas en el ejército realista y si no inquietud, por lo menos preocupación entre los patriotas. Los combates, enfrentamientos y escaramuzas continuaron hasta el 24 de julio de 1823 cuando en la citada Batalla Naval, las tropas que luchaban a favor de los españoles rindieron su definitivo y último esfuerzo.

¿Por qué nos enseñan que la independencia se logra con la Batalla de Carabobo de 1821 y no con la de Maracaibo de 1823? La batalla de 1821 fue el inicio de la liberación del Departamento de Venezuela o de la Capitanía General de Venezuela, que ambos nombres tenía según quien la aludiera.  Si a ver vamos, el Mariscal Francisco Tomás Morales, con la potestad que le confería el cargo de Capitán General de Venezuela, firmó el 3 de agosto de 1823 la capitulación que oficialmente puso fin a las hostilidades y de paso lo convirtió en la última autoridad del gobierno español en Venezuela, con las repercusiones políticas que el hecho implicó, dentro y fuera de nuestro territorio.

La omisión más llamativa

Pero hay algo muchísimo más significativo y trascendente que tampoco nos enseñan: Nuestra guerra de independencia fue un conflicto entre patriotas y realistas, sí; pero no de venezolanos contra españoles. La lucha por la independencia de Venezuela fue una guerra civil. Solo los oficiales tenían distintas nacionalidades.  

Simón Bolívar, con la perspicacia analítica que siempre le caracterizó, se percató de ello apenas comenzada su lucha. Dado que su formación militar la forjó en Colombia comandando tropas granadinas contra el ejército español, se vio sorprendido cuando al comenzar la Campaña Admirable, el 14 de mayo de 1813, observó que esta vez el ejército enemigo no lo conformaban españoles sino venezolanos; de allí que apenas un mes más tarde, el 15 de junio de 1813 promulgara su famoso y absurdamente cuestionado Decreto de Guerra a muerte. Al Decreto lo juzgan por su título y no por su contenido, y resulta irrazonable: por definición toda guerra es a muerte, no tiene por qué explicarse. Pero lo verdaderamente sustancial y transcendental fue que Bolívar estableció en términos claros, inequívocos y terminantes que sus compatriotas no eran sus enemigos… “… Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables“. Nuestro futuro libertador mostraba tempranamente la lucidez de estadista que le distinguió entre sus compañeros de lucha.

Inexplicablemente esta tesis no ha sido analizada en profundidad en la historiografía venezolana. Solamente la ha considerado el sociólogo e historiador Laureano Vallenilla Lanz. Sus planteamientos han tenido poca resonancia tal vez porque fueron publicados en un polémico libro titulado "Cesarismo democrático. Estudios sobre las Bases Sociológicas de la Constitución Efectiva de Venezuela", publicado en 1919. Cien años después su tesis política ha sido objeto de innumerables análisis y cuestionamientos, como poca atención sus consideraciones históricas.

Decir que la guerra de la Independencia fue una guerra civil, no amengua en nada la gloria de nuestros Libertadores”, señala Vellenilla Lanz. En efecto, la guerra de independencia venezolana fue la más larga y cruenta de hispanoamérica, y buena razón de esa particularidad lo fundamenta su carácter de guerra civil. Los estudiantes comandados por José Félix Ribas derrotaron en La Victoria a un ejército realista compuesto por venezolanos; los ejércitos de José Tomás Boves, Domingo Monteverde y Francisco Tomás Morales estaban conformados por criollos de distintos estamentos sociales. En 1812 bandas realistas provenientes de Curiepe asaltaron Guatire y perpetraron una atroz matanza, denunciada por Bolívar en su Carta a las naciones del mundo”... y no eran españoles. Venezolanos también fueron quienes persiguieron a los patriotas en la Emigración a Oriente.

La guerra de independencia la promovió la aristocracia caraqueña, los pardos y la clase media en general no se avinieron a ella; mucho menos los negros indios y mestizos quienes en su mayoría formaron parte del ejército realista. Pero no solo fueron las clases sociales menos favorecidas quienes dieron la espalda a la causa libertadora; fueron muchos los hombres notables que lucharon o realizaron funciones públicas a favor de la corona española. Esos mismos hombre, una vez concluida la guerra se incorporaron a la vida política republicana con el nombre de godos.

Finalizada la guerra en 1823 esos realistas militares y civiles criollos ahora eran ciudadanos republicanos y desde esta nueva posición continuaron combatiendo el sueño bolivariano de la Gran Colombia y socavaron las bases de su sustentabilidad en Venezuela, permaneciendo abiertamente contrarios a los ideales del Libertador, ahora en el plano político. Lo que no pudieron lograr en diez años de guerra lo obtuvieron en cuatro años de pacífica y soterrada lucha política. En decir, esa guerra civil entre venezolanos continuó hasta el Congreso de Valencia de 1830…

Al final la guerra la ganaron los realistas, llamados godos o conservadores, pero ya éramos una república.

                                                                                                Guatire, 24 de junio de 2022