domingo, 25 de junio de 2017

GUATIRE Y LA BATALLA DE CARABOBO:
una historia incompleta

Aníbal Palacios B.

El acontecimiento venezolano más relatado por historiadores, cronistas, ensayistas, e improvisados y patrioteros cuenteros de oficio y de afición, es a su vez, dada su trascendencia, el menos transparente de cuantos ocurrieron durante la guerra de independencia, en términos historiográficos.

De entrada, el título Batalla de Carabobo genera confusión, y en historia las indefiniciones siempre ocasionan polémicas, y las dudas, a su vez, restan credibilidad a los hechos. Si a un absorto estudiante le preguntan cuándo ocurrió la Batalla de Carabobo y responde que el 28 de mayo de 1814, seguramente todos, docente incluido, se burlarían de él. Y resulta que efectivamente en esa fecha hubo una Batalla de Carabobo, muy importante, por lo demás. Entonces, ¿a cuál batalla nos referimos? Por antonomasia, se conoce como Batalla de Carabobo a un evento acaecido el 24 de junio de 1821, en Valencia, pero ocurre que la retórica lingüista es contraproducente en la narración de sucesos reales porque, entre otras razones, atenta contra un concepto básico en la investigación y posterior relato, denominado “rigor histórico”.


Historia para eruditos


Imagen: Dolis Quintana
Lo primero que se observa al leer las crónicas sobre la Batalla de Carabobo de 1821 es su narración en términos militares. Desde la escuela primaria nos enseñan que intervinieron compañías, tropas, batallones, divisiones, regimientos, escuadrones, pelotones, etc., indistintamente. Nadie se toma la molestia de explicarnos qué es y cómo está compuesto un batallón, un escuadrón o un pelotón, todo en grado superlativo, como corresponde al mundo militar. De las divisiones ni hablar, que ya bastante molestia nos generaba tratar de entender a la maestra cuando se esforzaba en explicarla, luego del sufrimiento (estrés le llaman ahora) que nos causó comprender la multiplicación. Tal vez de esa circunstancia se valen los militares para hacerse los locos y no dar detalles sobre su estructura organizativa.
Todo esto trae como consecuencia que casi doscientos años después se desconozca con propiedad cuántos soldados intervinieron en la contienda. Cada bando, patriotas y realistas, ofreció cifras dentro de un contexto estratégico válido para impresionar al enemigo pero carente de utilidad para fines de objetividad histórica. Desde 10 mil para unos y 6 mil para otros, siempre con ventaja numérica para los patriotas, hasta cifras más parejas y menos cuantiosas. Cada quien expone sus números, siempre inmensos y sin más explicaciones ni consideraciones de interés como por ejemplo lo concerniente a la dotación, alimentación y transporte de las tropas. Pareciera que cada soldado dispuso de una cajita feliz con su taparita de agua correspondiente; para no hablar de otros temas relacionados con la especie humana y sus necesidades fisiológicas.

Carlos Marx: Por unos dólares más
Para corroborar el viejo refrán que establece que muchas manos en el guiso ponen el caldo morado, hasta el mismísimo Carlos Marx, aquel que una vez (bajo la atractiva seducción de unos dólares norteamericanos) calificó a Bolívar de “canalla, cobarde, brutal y miserable”, y lo comparó con un “analfabeto,  sanguinario y corrupto” autonombrado emperador haitiano de mediados del siglo XIX, para consternación de los marxistas bolivarianos criollos, pues bien el revolucionario de marras no quiso quedarse al margen de lo acaecido por estos lares y ofreció sus cifras: 4 mil realistas contra 9 mil patriotas. Conclusión: Es falso el número de combatientes que, según nos enseñan, intervino en la batalla de Carabobo de 1821.

Carabobo 1821, ¿el comienzo del fin?

 Debemos precisar que lo que hoy denominamos Venezuela, en términos jurídicos, políticos, territoriales, económicos y sociales existe desde 1930 y, ¿casualidad?, comienza precisamente en Valencia, muy cerca del Campo de Carabobo, a partir el denominado Congreso Constituyente de Valencia. En la Batalla de Carabobo de 1821 el ejército patriota logró una importante y significativa victoria que inclinó favorablemente la balanza para que dos años más tarde, con la Batalla Naval  del Lago de Maracaibo, se lograse el triunfo definitivo sobre las tropas realistas. Podemos convenir que con el triunfo logrado el 24 de junio de 1821 en Carabobo, el Departamento de Venezuela, que eso éramos en aquel entonces, aseguraba su independencia del reino español, pero la guerra no terminó allí, como se nos hace entender. Hubo que esperar dos años para lograr el objetivo de manera categórica e incuestionable, porque los reductos realistas en  Cumaná, Puerto Cabello, Coro y Maracaibo generaban esperanzas en el ejército realista y si no inquietud, por  lo menos preocupación entre los patriotas. Los combates, enfrentamientos y escaramuzas continuaron hasta el 24 de julio de 1823 cuando en la citada Batalla Naval, las tropas que luchaban a favor de los españoles rindieron su definitivo y último esfuerzo.

¿Por qué se nos enseña que la independencia se logra con la Batalla de Carabobo de 1821 y no con la de Maracaibo de 1823? La batalla de 1821 fue el inicio de la liberación del Departamento de Venezuela o de la Capitanía General de Venezuela, que ambos nombres tenía según quien la aludiera.  Si a ver vamos, el Mariscal Francisco Tomás Morales, con la potestad que le confería su cargo de Capitán General de Venezuela, firmó el 3 de agosto de 1823 la capitulación que oficialmente puso fin a las hostilidades y de paso lo convirtió en la última autoridad del gobierno español en Venezuela, con las repercusiones políticas que el hecho implicó, dentro y fuera de nuestro territorio.

 Antecedentes de la Batalla de Carabobo de 1821
Para no ir muy lejos, ubiquemos los antecedentes inmediatos de la referida batalla a partir del Tratado de Armisticio y el de Regularización de Guerra, dos acuerdos firmados entre la Gran Colombia (que no Venezuela) y el Reino de España representados por Bolívar y Morillo, respectivamente, en noviembre de 1820. Entre otras significativas consideraciones se estableció un cese de hostilidades y una tregua de seis meses que fue política y militarmente mejor aprovechada por los criollos, porque el enemigo esperaba directrices de la lejana y convulsa España que sufría su propia crisis institucional, lo cual sin lugar a dudas incidió en las luchas libertarias de estos lares. El acuerdo concluyó antes de lo previsto. Maracaibo, que nunca se sintió parte del movimiento independentista, decidió unirse a la Gran Colombia en enero de 1821. Eso quiere decir que la guerra la reiniciaron los maracuchos con esa acción política y la culminaron ellos mismos con la acción militar sobre el lago, dos años más tarde.

 Guatire en la Batalla de Carabobo:
El Rodeo en el marco de la estrategia militar
Rota la tregua ambos contendientes sabían que Carabobo era el lugar que orientaría el rumbo por el que transitaría Venezuela. Por una parte, estaba muy cerca del poder político, Caracas y por otra, su condición de  encrucijada para acceder a cualquier lugar del país, lo convertían en lugar de importancia estratégica inequívoca y determinante. Así, sólo había que defenderla, los realistas, y atacarla, los patriotas. Pero estos optaron por una estrategia de distracción que haría creer a los comandantes españoles que el objetivo era Caracas, y para ellos dispusieron de uno de sus oficiales más destacados, y por ende con el suficiente prestigio para dar veracidad a las acciones militares que comandaba. José Francisco Bermúdez, inició un avance desde Oriente y enfrentó en Guatire, en El Rodeo para ser más precisos, el 12 de mayo de 1821, al ejército realista, al cual derrotó y persiguió por lo valles del Tuy y acosó hasta Caracas. El objetivo de Bermúdez no era tomar la ciudad, aunque no lo descartase, sino atraer fuerzas enemigas hacia él, y fue tan eficiente, que el Mariscal Miguel de la Torre, Comandante general de las tropas enemigas.se vio en  la necesidad de enviar tropas para retomar Caracas, y debilitó así las fuerzas con las cuales defendería a Valencia. La historiografía tradicional otorga poca relevancia a la Batalla de El Rodeo, pero sus protagonistas; es decir, el ejército patriota si valoró en su justa medida ese acontecimiento.

 Guatire en el Correo del Orinoco
La primera edición extraordinaria del Correo del Orinoco (hubo dos más) publicada el 31 de mayo de 1821 fue dedicada a informar a Venezuela y al mundo sobre el éxito de lo que se conoció luego como la Batalla de El Rodeo, lo cual indica la importancia de la misma y que no fue un hecho casual, por lo que era necesario informar al ejército patriota que los planes se cumplían tal como se habían previsto, y que el general José Francisco Bermúdez había logrado atraer satisfactoriamente al ejercito adversario con sede en Caracas, para hacerle creer que la ofensiva final que se avecinaba tenía como objetivo esa ciudad . 

La citada edición publica un oficio del general Bermúdez fechado en Caracas el 14/05/1821 en el cual notifica la “…evacuación de esta plaza por el enemigo después de haber sufrido ayer en el pueblo de Guatire un fuerte revés…”. La edición se complementa con otros informes relacionados con la batalla. Dos ediciones más tarde, N° 107 del 16 de junio de 1821, se publican notas sobre la trascendencia de la lucha escenificada en El Rodeo el 12 de mayo de 1821.

 ¿Retaliaciones históricas?
Si bien es cierto que la Batalla de Carabobo de 1821 fue determinante en la posterior liberación de Venezuela del dominio español, también lo es que la misma no terminó con la guerra. Hubo que esperar dos años más para lograr el ansiado objetivo, que se obtuvo no sólo con métodos militares en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, sino también en términos políticos con la capitulación por parte de Francisco Tomás Morales, hasta ese momento Capitán General de Venezuela.
 ¿Por qué se subvalora lo acaecido en Maracaibo? ¿Es acaso retaliación por la  actitud marabina de no identificarse con la causa independentista sino hasta el último momento? La  pregunta quizá tenga rasgos de capciosa, pero no deja de llamarnos la atención el hecho de que cerca ya de cumplirse doscientos años  de la referida batalla, 24 de julio de 1823, y de la firma de la importantísima capitulación, 3 de agosto de 1823, aún se desconozca este último documento; es decir ha existido un notorio desinterés en encontrarlo y difundirlo, bien en los archivos españoles o en los colombianos, aunque los maracuchos han emprendido una especie de  cruzada para recuperar dicho documento, tal  vez en el marco de una campaña de desagravio histórico, que por lo demás, compartimos.

jueves, 8 de junio de 2017


Emilio Cañongo Blanco, sanpedreño de seis décadas
Aníbal Palacios B.

Seis décadas y medias para ser más precisos, pues anda en estos menesteres desde 1952. Emilio Cañongo Blanco nació en Cantarrana el 11 de mayo de 1945, hijo de María Blanco y Emilio Cañongo. Su madre murió cuando tenía siete años y es justo a partir de esa edad cuando comienza a acompañar a su padre cada 29 de junio, vestido de tucusito. La conversación con Emilio permite conocer algunos de los tantos parajes oscuros de la historia de la parranda durante la década posterior a la muerte de Pico Tovar ocurrida en 1965.

Durante muchos años su padre, también llamado Emilio, tuvo la responsabilidad de anunciar la llegada del año nuevo a todo el pueblo guatireño. Quienes vivían en los valles de los ríos Pacairigua y Guatire, así como los habitantes de las zonas montañosas como Jericó, Santa Rosa, El Norte, Zamurito, El Bautismo, La Siria y sitios aledaños, se enteraban simultáneamente del acontecimiento porque Emilio, con la debida autorización de las autoridades del pueblo, excavaba un hueco  profundo en El Calvario, colocaba un cartucho de dinamita y pocos segundos antes de la hora indicada encendía una mecha larga y entonces, a las doce de las noche en punto, un fuerte sonido reverberaba por todos los confines de la aldea. Emilio padre era un hombre explosivo, porque también se encargaba de hacer estallar los cohetes durante las fiestas patronales, oficio que luego heredó Berecheche.
Pero Emilio Cañongo padre, comerciante ambulante (o turco, como se les llamaba) nacido el 29 de octubre de 1900, también era sanpedreño, coticero para más señas y de él su hijo adquirió conocimientos, compromiso y pasión por esta ancestral tradición guatireña. La familia vivía en Cantarrana y luego se mudó a la al 23 de enero. Su padre murió en 1960, cuando Emilio aún no había cumplido 15 años, por lo que también heredó la responsabilidad de criar a sus tres hermanos; así, por más de cincuenta años se calzó las cotizas del padre hasta que en 2014  sus piernas ya no eran capaces de atender apropiadamente el verso “y se me ponen de frente que ya los voy a llamar”, por las exigencias físicas del caso.

Por las calles de Guatire…
Emilio nos cuenta que la Parranda salía de la Iglesia, cruzaba la calle y entraba a la Prefectura; era un ritual obtener la bendición del párroco y la autorización del Jefe Civil; a partir de allí, ya ubicados en la calle Miranda se ofrendaba al Nazareno y luego visitaban las casas de Gilberto Useche. Henry Leroux y más adelante, en la Lagunita (o Macaira), la de Luis Felipe Muñoz. Subían a Cantarrana donde les esperaba María de Jesús Tachón con un apetitoso condumio y retornaban en busca de la calle Concepción para visitar las barriadas al norte del pueblo. En el trayecto visitaban familias como la de Ao Ibarra en Caja de Agua. Ocasionalmente eran invitados a entrar a la vivienda de algún promesero. Al llegar a calle Piar cruzaban en busca de la Padre Sojo y se orientaban hacia Barrio Arriba para finalizar en El Olivo, a eso de las seis de la tarde.
El único que vestía pumpá y levita era Justo Pico Tovar, recuerda Emilio, los demás parranderos llevaban cualquier paltó negro y sombrero de cogollo, no había uniformidad en el vestir, tampoco organización como la conocemos ahora, era una festividad espontánea que giraba alrededor de Pico. Como tucusito Emilio bailó amparado por los faldones de Juan Berroterán y Lucas Mijares en sus roles de María Ignacia, junto con sus hermanos Enrique y Jacinto; luego suplió la ausencia del padre quien lo precedió como coticero, rol que lo convirtió por muchos años en una emblemática figura de la tradición del San Pedro de Guatire.
Aún cuando debe existir una perfecta armonía entre el canto, el cuatro y las cotizas - explica Emilio Cañongo- el coticero se guía por el ritmo del cuatrista. Un par de meses antes de parrandear remoja sus cotizar en agua salada y las pone a secar en una superficie plana con un peso encima. Su función dentro de la parranda ahora la transmite a los más jóvenes, aunque admite con un dejo de tristeza su preocupación por el desinterés que observa en muchos parranderos que no terminan de entender que la tradición es mucho más que el 29 de junio. De sus andanzas en el rol de tucusito con Celestino Alzur recuerda que éste le decía “cuando tengan hambre me jalan el paltó”, pero llegado el momento y la acción les replicaba “tan temprano y ya van a estar pidiendo comida”. En los años sesenta visitar Sarría por invitación de Pablo Linares. También recuerda la presencia de la Parranda de San Pedro en la inauguración del Puente Angostura en Ciudad Bolívar; aunque desconoce quién les invitó, estuvieron presentes en el acto, coordinados por Celestino Alzur. Eso ocurrió el 6 de enero de 1967, para entonces Pico Tovar había muerto, por lo que presumimos que la invitación pudo venir de la señora Cruzana Ortega, guatireña, esposa del Presidente de la Corporación Venezolana de Guayana.
De los viejos parranderos recuerda a Peruchito Álvarez, Guillermo Silva, Martín Vaamonde y Antonio Núñez, quien llegaba desde Guarenas cuando ya la Parranda iba por Caja de Agua; “nosotros a su vez visitábamos Guarenas los 5 de julio”, acota. Aunque cada padre atendía a sus hijos tucusitos, era costumbre que en las casas que visitaban les obsequiaran dulces y una de sus favoritas era la casa de María de Jesús Tachón, quien les daba un trato preferencial. También llegados a los Altos de Vallenilla (cerca del Hospitalito) Braulio Istúriz les esperaba con sus papeloncitos de azúcar.
Justo Tovar vivía en Caracas y venía directamente a la misa el 29 –continúa su relato - es decir, no participaba en las actividades previas o posteriores a la festividad, de estas se encargaban parranderos como Celestino Alzur o Guillermo Silva. La parranda terminaba en El Olivo, y Pico acostumbraba obsequiar a los  tucusitos una bolsita con doce mediecitos (tres bolívares) que Emilio le entregaba a su padre. Hoy Emilio sigue activo en la Fundación Parranda de San Pedro del 23 de Enero, institución que presidió y desde la cual enseña a coticear, a confeccionar el  pumpá y la levita y enseñar sobre la importancia y trascendencia de esta ancestral tradición.