domingo, 21 de octubre de 2018



Los ríos del Municipio Zamora

Aníbal Palacios B.

         La palabra “rivalidad” proviene del latín “rivalis”, y esta de “rivus” (riachuelo, arroyo). Es que antes los La palabra “rivalidad” proviene del latín “rivalis”, y esta de “rivus” (riachuelo, arroyo). Es que antes los ríos eran tan importantes para las comunidades que  solía generarse disputas sobre su propiedad, acceso y uso. Cualquier manantial, quebrada o riachuelo era defendida y protegida con afán porque representaba la vida. Con el tiempo los ríos fueron descuidados y el hombre buscó otras excusas para pelearse con el prójimo.

Durante las primeras décadas del siglo pasado las autoridades municipales se preocuparon por los ríos de nuestros valles, y solo intervinieron en ellos con el fin de aprovechar el caudal para acercar sus aguas a la población urbana. Desde entonces esos ríos han sostenido una desigual lucha contra políticos negligentes, depredadores forestales, religiosos indolentes, funcionarios indecentes, invasores profesionales y comerciantes inescrupulosos dueños de autolavados que vierten el aceite de los vehículos al cauce con el beneplácito de las autoridades.

Dique El Norte
A los concejales de 1936 corresponde el honor de haber promovido la construcción de un dique en la Hacienda el Norte para llevar agua a la población, sustituyendo así un viejo acueducto que ya era insuficiente. Todo esto sin destruir el río, con menos recursos económicos, menos tecnología y sin legislación ambiental protectora. Zamora es uno de los municipios con mayor riqueza hidrográfica del estado Miranda y le debemos atención y cuidados para obtener provechos sociales y económicos fortaleciéndolos, no destruyéndolos, de manera que podamos legar a las generaciones futuras los que en buen estado recibimos de la generación que nos precedió.

 En Guatire

Al Oeste de la población, en las montañas de Zamurito, nace el río Santo Cristo, conocido como río Zamurito por efectos de la suplantación toponímica que el nombre de la antigua hacienda cafetera impone por cortesía de los pobladores urbanos. El río Santo Cristo discurre por las laderas y al llegar a la falda de la montaña se une a las aguas de la quebrada Cucharón en un sector conocido inicialmente como La Planta –por una generadora de electricidad que allí hubo- y que hoy llamamos Perque. De la confluencia de esos ríos nace el Guatire, que por obra y gracia de la comodidad lingüística popular y la negligencia de funcionarios municipales y algunos comunicadores sociales se le conoce como El Ingenio, ante la majestuosidad de la antigua hacienda homónima, la más productiva de la comarca hasta mediados del siglo XX. No obstante, insistimos, su denominación autóctona, oficial e histórica es río Guatire, nombre emblemático de la otrora apacible aldea Santa Cruz del Valle de Pacairigua y Guatire; se trata de la toponimia aldeana en la cual se fundamentan los orígenes de la población, por lo que no debe permitirse la distorsión. Es un punto de honor, no se negocia; no existe en el municipio Zamora ningún rio llamado El Ingenio, a despecho del proyecto aquel convertido en bodrio al que pretendieron llamar Parque El Ingenio por un inexistente rio que solo fluía en la mente de sus promotores y cuyas aguas, no podía ser de otra manera, se enturbiaron y lo condujeron al fracaso. El río Guatire riega uno de los dos valles que sirven de escolta a la colina donde se erigió el pueblo; tiene aproximadamente 8 kilómetros de longitud y al llegar a Las Barrancas se orienta hacia el Este en busca del río Pacairigua, al cual se une cerca de la entrada de Sojo.

Un poco más al centro del territorio zamorano nace el río Norte, cuya cabecera está justamente en la hacienda cafetalera del mismo nombre, a una altura de 1400 metros. Su recorrido es de poco menos de 10 km. Una hermosa cascada, playa y balneario conocida como La Llovizna, que deleitó a varias generaciones de guatireños, es el regalo de despedida de este río antes de unirse al río Aguasales, para dar vida al Pacairigua.  

La Llovizna

Si continuamos hacia el Este encontramos al río Aguasales, a veces llamado La Siria y definitivamente mal llamado La Churca. Nace entre las filas de Aguasales y las Perdices, entre 1600 y 1800 metros de altura y su longitud es de 9 km aproximadamente; al igual que el río Norte en su final, obsequia el Aguasales a la muchachada guatireña un hermoso y emblemático pozo, La Churca, para que luzcan sus dotes clavadistas, aunque con muchísimo riesgo físico, por lo que no lo recomendamos. Lo cierto es que a pocos metros de La Churca los ríos Norte y Aguasales unen sus corrientes para formar otro de los íconos toponímicos representativos de nuestra ciudad, el río Pacairigua, a veces mentado Santa Cruz por la terca comodidad pueblerina de asociar el nombre de sus ríos a las haciendas de caña; su longitud es de aproximadamente de 7 km. Cerca de la entrada de Sojo, los ríos Guatire y Pacairigua se unen, y se impone el nombre de este último hasta su confluencia, en El Calao, con el río Grande, que a muchos kilómetros de allí recibirá también las aguas de los ríos Araira, Chuspita y Morocopo para adentrarse en territorios del municipio Acevedo.

 En Araira

Ya en la acogedora parroquia Bolívar tenemos el río Araira que nace en las estribaciones montañosas que conforman los topos El Oso y Cogollal a una altura que varía entre los 1600 y 1800 metros sobre el nivel del mar. Su longitud es de 25 km aproximadamente desde su vertiente principal en el topo El Oso hasta su desembocadura en río Grande.

Si dejamos atrás la otrora Colonia y nos adentramos un poco en busca del famoso lar de las mandarinas, nos encontramos primero con el río Chuspita, que nace en las vertientes Este y Sur del topo Majagual, a unos 1400 metros sobre el nivel del mar, y drena entre Las Pavas, topo Redondo y topo El Camejo, con un recorrido aproximado de 38 kilómetros, lo cual lo convierte en el río de mayor longitud en nuestro municipio; desemboca también en el río Grande, que recoge todas las aguas guatireñas con excepción del río Salmerón.

El río Salmerón nace en los sectores conocidos como Brazo Grande y Brazo Chiquito, montaña adentro, entre topo Redondo y la Fila del Viento, aproximadamente a 1.000 metros de altura. Se nutre con Quebrada Honda y se dirige a la Fila de las Perdices en un recorrido aproximado de 15 km., y confluye en la quebrada de El Bagre, en el sector Las Tapas, a partir de ese lugar pasa llamarse río Capaya, que nace en territorio zamorano y luego se dirige a regar los valles del municipio Acevedo, donde decae topográfica y ambientalmente.

Las montañas de Santa Rosalía y El Amarillo, a una altura relativamente baja de entre 400 y 600 metros, dan vida al río Cupo, que se nutre de las quebradas de María, los Saltrones y El Amarillo, y con una longitud aproximada de 13,5 km., drena también hacia el río Grande.

 El Río Grande y su carga de angustia

Por la parte Sur es poca el agua que riega tierras guatireñas, pero allí tenemos al río Morocopo, con una longitud aproximada de 6,5 km. que nace entre las filas de Morocopo y Tierra Negra, al sudeste de Cupo y desemboca en río Grande, en el sector Los Jobos del Municipio Acevedo. Es precisamente ese río Grande que tantas veces hemos mencionado, el mayor colector de las aguas zamoranas, y el único que no mana de nuestras montañas. Se trata del mismo río Guarenas que cambia el nombre al entrar en tierras zamoranas y al nutrirse de las aguas de estos valles. Se extiende por todo el flanco sur del municipio y su cauce natural fue modificado en parte por la construcción de la autopista de Oriente. Tiene el dudoso honor de recibir también las aguas servidas de Guarenas y Guatire, efectos estos que llegan al río sin ningún tipo de tratamiento.

 Las Quebradas, chicas pero cumplidoras

En cuanto a las quebradas, la conocida con el poco elegante nombre de Cañaote del Barrio, otrora tuvo una denominación más ostentosa -como lo estableció René García Jaspe-: los indios la llamaban Taparaquao o quebradas de las taparas, y por su cauce fluía agua clara de manera constante.
Otra quebrada que vio pasar mejores tiempos fue la de Care, cuyas aguas también fluían de manera permanente. Por los lados de la Urbanización La Rosa (donde nunca hubo flores sino gamelote que los vecinos acudían a rozar, en busca de alimentos para los animales domésticos, por lo que la llamaron simplemente “la roza”), tenemos a la porfiada quebrada Muñoz, que en su terco discurrir se negó a morir ante la acción urbanística y reapareció a poca distancia con otro nombre, laguna La Rosa, para ver si la dejaban quieta pero ahora es peor. En la Urbanización Las Casitas fluía la quebrada Tapaima, nombre original de esa comunidad por sugerencia de Jesús María Sánchez. Por otra parte, en El Rodeo, en un sector hoy llamado Altamira, muy cerca del botadero de basura, también corre una quebrada que en algún momento llegó a ser de mucha utilidad a los agricultores de la región, hasta que vino el progreso y le interpuso un basurero. En su mejor época llegó a conocerse como la quebrada de Ceniza, cuando sus aguas regaron este pequeño valle ubicado en la entrada de Araira. Por su parte, el cauce de la quebrada de Canela sólo corría agua durante el invierno tropical. Otra quebrada importante es la de Tio Pedrote, que nace en Casupal y desemboca en el pozo La Llovizna en Chuspita de Lima; de allí es Oscar Muñoz Lima con quien, por cierto, verificamos las longitudes expuestas. Iginio Palacios, vecino del sector indica que su corriente es permanente, fluye todo el año.

Nuestros ríos son nobles, resisten el desinterés de las autoridades y la desidia de muchos usuarios; a veces se molestan y pasan factura con crecidas en las que pagan justos por pecadores. Preservarlos no es difícil ni costoso. Nelly Pittol, por ejemplo, una vez explicaba la importancia del bambú que crece en sus márgenes, como elemento natural de contención de sus aguas. Así que tenemos una tarea pendiente. 

martes, 9 de octubre de 2018


La emblemática conserva de cidra
Aníbal Palacios B.
          El origen de la conserva de cidra, el dulce más representativo de la artesanía culinaria guatireña, hay que buscarlo siglo XIX abajo, a juzgar por el testimonio de quienes convirtieron su elaboración en una actividad comercial organizada, sistemática y rentable a principios del siglo pasado.
 
          La cidra; así, con ce, porque la conserva de sidra (con ese) podrá ser acaso un pay de manzana, pero la tradicional, auténtica y exquisita conserva guatireña es elaboraba con cidra que traían indistintamente de Jericó, Chuspita del medio y el Bautismo directamente a la casa de la familia Espinoza ubicada en un sector conocido entonces como La Lagunita, que hoy llamamos calle Santa Rosalía. Antes de eso la golosina era elaborada por diversas familias para un mercado básicamente local y en ocasiones puntuales como fiestas patronales y eventos de menor envergadura pero que congregaban a muchos vecinos en un solo lugar. Conversamos con Nelly Tovar Espinoza, sobrina-nieta de quien tiene el mérito de haber enriquecido la cultura culinaria de tres generaciones de guatireños. Nelly habla con la convicción y la emoción que da el haber vivido la experiencia.

Francisca, la emprendedora
          El término emprendedor ha tomado mucha relevancia en los últimos años pero ya a principios del siglo XX Francisca Espinoza era toda una mujer ingeniosa y pudo visualizar que la confección de la conserva de cidra realizada con criterios fabriles no solo mantendría a su familia en una época de economía deprimida sino que además, podía proyectarse como una referencia aldeana de la granjería criolla aún por sobre otras ofertas como el Pan de horno, el Papeloncito de azúcar y el Almidoncito de Yuca, para hablar solo de los tres dulces más distinguidos del arte culinario local. Tal fue su previsión, disposición y empeño que la conserva de cidra hoy por hoy representa el alimento más emblemático de la gastronomía aldeana, tal vez por exclusiva y seguro por deliciosa, a pesar de que la actual generación la desconozca porque no se produce con la regularidad de antaño.
         En 1925, Margarita Rico enseño a Francisca Espinoza y a la familia Graterol el proceso de elaboración del dulce, pero fue Francisca quien le sacó más provecho al aprendizaje. De inmediato compartió con sus hermanas y sobrinas todo lo aprendido y les instruyó sobre la manera de comercializar el producto. Así, siempre innovadora, formó una especie de cooperativa familiar con Antonia (quien se convirtió en lo que hoy llamaríamos la chef), Eva Luisa, Dilia y Fortunata. Se desconoce si Francisca había leído La Riqueza de las naciones de Adam Smith o si fue puro olfato productivo, lo cierto es que nuestro personaje pronto comprendió la necesidad de aplicar el concepto de división del trabajo y, siempre en familia, incorporó a las primas Porto-Espinoza (Olga, Juanita, Rosa Amelia),

Proceso de elaboración
        La cidra es una fruta cítrica pulposa parecida a una parcha granadina de concha gruesa y áspera. Llegaba a la casa de las Espinoza en La Lagunita en sacos de 50 kg aproximadamente. Miguel Ángel Lima era uno de los principales proveedores. La actividad  comenzaba con el lavado, que de por sí requiere mucha agua para quitarle el sabor amargo; luego se procede al rallado. Para esta parte del proceso productivo, dada la ingente cantidad de frutos que requería satisfacer la demanda del producto, se construyó un rallo especial con una lata (recipiente de aceite o manteca de cochino en forma cúbica) extendida cuyos huecos se forjaban con un clavo. Este duro trabajo lo realizaba Alejandro Gámez Espinoza (Nano) en casa de las Porto, ubicada en el Cerro de piedra de la calle Miranda, contigua a la Santa Rosalía, que formaba parte de la cadena de producción. Es pertinente aclarar que a diferencia del dulce de Cabello de Ángel, la pulpa de la cidra se desecha; es la concha del fruto la que se utiliza para elaborar la conserva. Luego viene la molienda; para esto se utilizaba una máquinas Corona, frecuentemente usadas para moler maíz pilado (que estaban es desuso pero cuya renovada demanda es producto de la crisis económica actual). Juanita, Ninfa, Rosa Amelia, Ana Luisa y Socorro conformaban esta unidad operativa.
El Criollito, salida de la calle Santa Rosalía
       Una vez colocada la masa en grandes azafates venía la cocción. Para esto se disponían de enormes pailas de bronce de un metro de diámetro y medio metro de profundidad, sobre un fogón de leña que transportaban en burro hasta la casa de las Espinoza, y a fuego lento, por espacio de tres horas,  entraban en acción las paleteras, con una especie de remo de madera. Este pesado trabajo lo realizaba un equipo conformado por Dilia, Lucina (Vitola), Conchita Pérez y Dominga Pérez. El azúcar también era materia prima guatireña, y lo proveía la prestigiosa Hacienda La Margarita en sacos de 10 kg (cada paila empleaba esa cantidad). Una vez terminada la cocción la conserva se tendía en bateas moldeadas en madera (que fabricaban los Ruiz en la carpintería ubicada justo en frente de la casa de las Espinoza), se oreaba y el proceso finalizaba con el secado al sol por espacio de tres a cuatro horas y requerían voltearse por ambas caras. Esta etapa es fundamental en la confección del producto puesto que le da el característico y distintivo endurecimiento exterior de la conserva y mantiene la suavidad y textura de la parte interna. Con días nublados no se elaboraban conservas y si al atardecer no estaban a punto, las conservas se almacenaban en un cuarto especial, porque no podían serenarse. El aroma del delicado producto atraía a los vecinos, pero estos eran potenciales clientes; el problema eran las abejas que había que espantarlas con soplete y quitar cuidadosamente las ponzoñas de aquellas que no lograban ser persuadidas.
       Finalmente se envolvían en papel blanco de bodega a razón de dos unidades por paquetes y se ofrecías al público a un precio de 0,75 bolívares (real y medio, en los términos monetarios que aún se usaban en aquel entonces, pero que pertenecían a la unidad monetaria derogada por Antonio Guzmán Blanco cincuenta años antes), que para aquel entonces equivalía a casi un tercio de dólar.

Subproductos
A la izquierda, Bodega de Peruchito Toro
       Los limoncitos eran una especie de complemento de la conserva; constituían la delicia de los niños porque su precio era más accesible: un centavo (0,05 céntimos) que por lo general era la única moneda al alcance de toda la chiquillería. Tenían la forma de un limón, de allí su nombre, pero la materia prima era la misma, aunque no tenían la misma textura del revestimiento de la conserva. Para los efectos económicos Francisca Espinoza pensaba en todo, la producción del limoncito facilitaba lo que hoy conocemos como el indispensable ”flujo de caja”.
       Nelly Tovar Espinoza, docente, destacada atleta guatireña y cantante, por lo demás, nos cuenta que también había una especie de departamento de Seguridad encargado de que los niños de la familia no metieran la mano, porque pese a la sana y severa costumbre del respeto y el persuasivo método de la mirada severa  y, en casos extremos, la oportuna cachetada (o chancletada), el aroma era una tentación muy grande. Confiesa que llegó a infringir las normas en varias oportunidades y recibido el justo castigo, pero eso nunca la detuvo, y eran justamente los limoncitos la razón de sus tormentos.

La distribución
        Braulio Istúriz, ya célebre por la elaboración de sus papeloncitos de azúcar, era el encargado de distribuir el producto en el mercado caraqueño aprovechando la amplia cartera de clientes cautivos que tenían sus golosinas. Así, los mercados de Coche, San Jacinto y Quintacrespo esperaban ansiosos la llegada de Braulio. Gustavo Matico Tovar se encargaba de los clientes de Guarenas y Barlovento, y en Guatire usted podía comprarlos en el Restaurant El Criollito (en la esquina de la calle Bermúdez con Santa Rosalía), la bodega de Peruchito Toro (donde hoy está el BOD) y la Panadería Urrutia (final de la Bermúdez, cerca de la actual panadería  El Socorro).
        Rómulo Betancourt fue el primero en llevar el producto al exterior. En sus frecuentes visitas a Guatire, públicas o clandestinas, solicitaba las conservas de cidra, primero donde las Espinoza, luego en casa las Porto, y solía embalarlas para disfrutarlas en sus viajes como Jefe de Estado. Ya para los años sesenta la segunda generación de la familia Espinoza se fue a Caracas, pero sus primas, las Porto, continuaron con la tradición desde su casa en el Cerro de Piedra. El producto perdió presencia externa porque el crecimiento de la demanda local absorbía la producción, pero paradójicamente se regó por todo el país porque los guatireños viajantes la repartían por todas partes a manera de obsequios.  
Clara Pacheco
    Las Porto ya creciditas se mudaron a Caracas y decayó la elaboración de este apetitoso manjar, pese al empeño de las Arnal, vecinas de las Porto, quienes obtuvieron la receta, y de Clarita Pacheco que además de mantener la tradición culinaria del Almidoncito de yuca, ha luchado por rescatar el de la conserva pero tiene un grave problema: no consigue quien le suministre la cidra. Clarita está dispuesta a dictar talleres para su elaboración si obtiene la materia prima de manera constante. Otros artesanos de la culinaria local se han sumado al proceso de elaboración de la conserva de cidra, pero sin lograr el punto exacto de su exquisitez que le da la ausencia del amargo característico de la fruta.
Guatire, octubre de 2018