viernes, 28 de diciembre de 2018


La chiva de ña Virginia
Majandra Hernández

 En la sierra de Zamurito, entre sembradíos de café y cacao, se levantaba una vieja casona rodeada de grandes patios en los que se secaban las preciadas cosechas. En sus alrededores vivían peones y jornaleros en pequeñas casas de bahareque y techos de pajas; y más allá, en una hermosa loma se encontraba la casa de ña Virginia, un sitio mágico y misterioso lleno de destellos de luces, con jardines de colores de girasoles, clavellinas y tulipanes, y también de olores a toronjil, malojillo y mejorana.

Ña Virginia era una viejecita de talle delgado y faldones anchos. Apreciada comadrona y rezandera. A ella acudían enfermos y parturientas de la sierra en busca de alivio para sus males que, con la unción de sus manos, la luz de su cirio, cataplasmas de yerbas santas y susurros de oraciones, daba la sanación a penas y dolores.

De la luz de sus manos nacían todos los niños de la comarca; ella daba sus cuidos a las mamás entre dolores y pujidos hasta ver alumbrar las caritas de llanto de aquellos angelitos. Para esas ocasiones ña Virginia recogía su bojotico lleno de hierbas y unciones. Mientras duraba su ausencia le encargaba sus maticas y animales a su nieto Julián, que vivía más abajito con su mamá y sus hermanos, camino al platanal.

Julián se encargaba de regar las matas, recoger las frutas y darle de comer a todos los animales: gallinas, pavos, cochinos, perros y gatos; ah, y dos chivas tremendas que siempre saltaban la cerca. En una ocasión, ya de regreso su abuela, Julián le preguntó:

-       Abuela, ¿quiénes son esos que siempre veo sentados debajo del jabillo cuando tú no estás? No me hablan ni se mueven y ni sus caras les veo. ¡A mí me dan mucho miedo y paso corriendo derecho al corral!
 
-       ¡Mijito, no le tenga miedo, que ellos están pa’ cuidalo a usted y cuidá lo mío!

Una tarde fresca y tranquila ña Virginia estaba sentada en su mecedora tomándose un guarapito contemplando la inmensidad de las montañas, cuando a lo lejos ve a un hombre que se acercaba corriendo a su casa. Era José, el capataz del cafetal, que llegó jadeando y ña Virginia le dijo:

-       José, mijo, cálmese, tome un poco de agua y cuénteme ¿qué le pasa?

El se calma y le dice:

-       Ña Virginia, Sara, mi mujer, anda con dolores de parto, y yo la veo muy mal.

Ña Virginia soltó el posillo y entró a buscar sus macundales, dio un grito llamando a Julián que llegó con la rapidez de un ratón.

-       ¿Qué pasa abuela?

-       Mijo, me voy con José, Sara está pariendo. Ya sabe, cuide la casa, las matas y los animales.

           Terminó de recoger y se fueron antes de que la noche los agarrara en el camino.

A la mañana siguiente Julián se quedó dormido, y de un salto voló de la cama y gritó:
          -       ¡Mamá ya es tarde, los animales de la abuela deben de estar alborotados del hambre!

-       Pero Julián, ven acá -dijo ella- siéntate y cómete una arepa y el guarapo.

Ña Virginia en la sierra de Zamurito
Él, casi que atarugado, salió corriendo, llegó jadeando, pasó sigiloso al lado del jabillo y se fue directo al corral. Las gallinas cacareando, los perros ladrando y en eso vio que faltaba la chiva grande; la buscó por todo el corral y no la encontró. Entonces atendió a los otros animales, recogió las frutas y se fue a su casa. Cuando llegó le dio la noticia a su mamá.

-       ¡Mamá, mire, mamá¡

-       ¿Qué pasó Julián?

-       Sabe, la chiva grande no está en el corral, la busqué y busqué y nada que la encontré.

-       Ah pues Julián- Seguro que saltó la cerca del corral, tenemos que salir a buscarla, no vaya ser que se meta en el maizal del vecino.

Y así, buscaron por todo el camino entre el monte y la quebrada; al fin, cerca del barranco, al lado de la ceiba, la encontraron tirada y tajeada.

            Mientras, montaña arriba ña Virginia atendía a Sara, sobándole la barriga con ungüentos y dándole a beber sus guarapos de canela y hierba santa. Sara pujaba y ella le alentaba:

-       Falta poco mija. ¡Puja Sara!

Y por fin asomó la cabecita y salió la morenita linda con ojitos azabache; entonces cortó el cordón y embojotó la niña con una cobijita. Ña Virginia al terminar la faena encendió su cirio, dio gracias al Santísimo, recogió y se marchó dejando la buena bendición.

Cuando llegó a su casa Julián fue a contarle lo sucedido; ella lo escuchó y se santiguó.

-Julián, vaya y búsqueme la chiva, debemos preparar su carne y dar de comer.

            Ña Virginia limpió la carne y le dijo a su nieto que le llevara a los vecinos y ellos, agradecidos, se preguntaban quién habría hecho esa maldad con la pobre chiva.

            Ña Virginia, entre susurros, dijo:

-       Pronto llegará y se develará quién hizo el mal.

Julián tenía la certeza de que su abuela era una sabia iluminada por Dios, y cuando ella susurraba al cielo sus palabras eran escuchadas. Y así, al siguiente día se apareció en la puerta de la casa de ña Virginia Elías, doblado del dolor.
            Ella le preguntó:

-¿Y qué le pasa Elías?

 Y él respondió:

-¡Ña Virginia, vengo a pedir perdón por el daño contra su chiva y a que me alivie este dolor que me está matando!

-Pues siéntese en el taburete, usted sabe que quien obra mal, mal le va, pero siempre Dios perdona a quien busca misericordia.

            Así pues, ella encendió el cirio y buscó sus ungüentos y colocándole las manos en la cabeza susurró sus oraciones. Julián observaba desde el rincón, aprendiendo del arrepentimiento y el perdón; él desde ese momento sintió en su corazón el llamado de la fe y supo que debía acompañar a su abuela ña Virginia a hacer el bien.

            El tiempo transcurría y su abuela se hacía cada día más vieja y un día, cuando las fuerzas ya la abandonaban, llamó a su nieto Julián, le entregó su cirio, sus oraciones y los ungüentos para que siguiera sus pasos por la montaña llevando el alivio y la sanación a todo aquel que lo necesitara.

            Dicen y cuentan que muchos años pasaron desde que ña Virginia tomó el  sendero de las nubes, pero que en la sierra se sigue sintiendo su presencia susurrando oraciones, brisas con olores a hierbas santas y la luz de su cirio recorriendo los caminos de la montaña.