María Arnal y la conserva de cidra, la tradición continúa
Aníbal Palacios B.
Los guatireños éramos felices con nuestra golosina y lo sabíamos, pero nunca nos preocupó conocer su origen, su historia, la conversión de costumbre a tradición. Quizás lo veíamos como algo natural; como aquella vieja hipótesis de Aristóteles que estableció que toda la dulcería guatireña se había originado por generación espontánea y no fue así, se trató de un largo proceso que bien perfiló Marlon Zambrano en su galardonado libro Guatire melaza y fogón y que podemos asociar al hecho de que aquí se producía la materia prima de mejor calidad en el país, porque azúcar y papelón como el de nuestros trapiches eran incomparables.
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María Arnal |
Se
puede afirmar categóricamente que la conserva de cidra como tradición culinaria
guatireña descansa sobre tres familias: las Espinoza, las Porto y las Arnal. A Francisca
Espinoza le corresponde el mérito de haber concebido la idea de masificar la
producción y comercialización de la conserva en los años cuarenta cuando creó una especie de cooperativa
familiar con sus sobrinas Antonia, Eva Luisa, Dilia, Fortunata y además Rosalía
Espinoza de Porto. Esta última en su casa ubicada en el cerro de piedra; las
primeras vivían en la calle Santa Rosalía.
Es
decir, al principio las Porto simplemente formaban parte de la cadena de
producción. Pelar, lavar y rayar se realizaba en casa de Rosalía; Juanita,
Ninfa, Rosa Amelia, Ana Luisa, Socorro y Olga lideraban esta unidad operativa. Cocer
a fuego lento sobre leñas, en casa de Francisca Espinoza. Se requería de mano
de obra adicional; así, Alejandro Gámez Espinoza (Nano) se encargaba del rayado
y un equipo conformado por Dilia, Lucina (Vitola), Conchita Pérez y Dominga
Pérez atendían la cocción y la conserva se tendía en bateas moldeadas en madera,
se oreaba y el proceso finalizaba con el secado al sol por espacio de tres a
cuatro horas. De la distribución se encargaban Braulio Istúriz en Caracas, ya
célebre por la elaboración de sus papeloncitos de azúcar, Gustavo Matico Tovar
en Guarenas y Barlovento, y en Guatire se entregaba en el Restaurant El Criollito
(en la esquina de la calle Bermúdez con Santa Rosalía), la bodega de Peruchito
Toro (donde hoy está el BOD) y la Panadería Urrutia (final de la Bermúdez,
cerca de la actual panadería El Socorro).
Cuando la familia Espinoza se mudó a Caracas las Porto, hijas de Rosalía
Espinoza, asumieron todo el proceso de elaboración.
Las
Porto a su vez también se mudaron a Caracas; ya la edad no les permitía
realizar el duro trabajo físico que requería la fabricación de este apetitoso
manjar, pero nunca dieron su receta a nadie, ni siquiera a María Arnal, vecina
y amiga de la familia. Es que Rosalía Espinoza tenía nueve hijos que alimentar
y lo hacía a fuerza de dulces y la conserva de cidra era la estrella de su
amplio catálogo, simplemente no podía generar su propia competencia.
María Arnal nació en El Clavo el 25 de septiembre de 1935 –ya lo saben, los guatireños nacen donde les da la gana-; la familia se mudó a Guatire diez años después. Para esos momentos las niñas aprendían a leer y escribir en la Escuela Padre Puerto, mientras que los varones acudían a la Escuela Narvarte. Como quiera que María sabía leer y escribir, fue inscrita en una institución conocida como Hogar Campesino, frente a la iglesia, antecesora de la Escuela Artesanal; allí aprendió bordado y tejido. Estudió peluquería en Academias de Caracas y fue este oficio el que la convirtió en referencia obligada en la comunidad. De carácter afable y entusiasta María pronto se ganó el favor de las mujeres guatireñas por sus conocimientos, dedicación y profesionalidad. Además, también estudió corte y costura y repostería pero la demanda del servicio de peluquería copaba su tiempo. No obstante, el dulce aroma que permanentemente envolvía su hogar proveniente de los fogones de sus vecinas le obligaba a visitarlas y mostrar un manifiesto interés en aprender la elaboración de la conserva, pero nada que le decían la receta; la familia era muy hermética al respecto; cuidaban su negocio. María lo intentaba por su cuenta pero no lograba su objetivo; la única explicación que recibía de parte de Socorro Porto era “ponle azúcar y dale paleta”; siempre fueron muy respetuosas, pero evasivas; nada de indicaciones, medidas y proporciones. Pero en el fondo Socorro le estaba dando una pista.
Cuando
las Porto no pudieron más entra en escena María Arnal; no le agradaba la idea
de que se perdiera esta exquisitez de la cocina guatireña como ya había
ocurrido con el papeloncito de azúcar, las melcochas, las arepitas dulces y los
pandehornos. Sabía todo el proceso de elaboración pero no daba con “el punto”,
esos detalles conocidos como elementos organolépticos del producto; es decir
sabor y olor característicos, suavidad en la textura interior y firmeza en la
exterior y sin el fuerte amargor de la fruta. Fue Juana Hernández, vecina,
esposa de Isidoro Gámez y asidua visitante quien le proporcionó la vital
información que necesitaba: una vez lavada la pulpa y extraído el amargo la
masa debe pesarse y agregarle la misma proporción de azúcar. ¡Listo! María
Arnal pudo dar continuidad a una tradición en peligro de extinción.
Para finales del siglo XIX la elaboración de la conserva de cidra era una costumbre arraigada en toda la comunidad. La gama dulcera de las familias guatireñas incluía el dulce de lechosa, membrillo, el cabello de ángel, los buñuelos de yuca, torrejas, majaretes y dulce de leche. Otros rubros como el dulce de batata, de martinica, los almidoncitos de yuca, papeloncitos de azúcar, la melcocha y la conserva de cidra requerían cierto grado de especialización, por lo que la oferta era menor, pero nunca faltaron. María González de García, Clemencia García Ortiz, Zoa Díaz, Gervacia García González, Auristela Rondón, Juana Hernández, Dominga Padrón, María de Jesús Tachón, Margarita Rico, la familia Graterol, Clarita Pacheco, Lesbia Escalante; en fin como bien dijera Jesús María Sánchez en ningún hogar guatireño faltaban ollas, calderos y paletas. En ese sentido, este grupo de mujeres lograron salvaguardar y difundir el producto manteniendo siempre la característica de su sabor y textura. Otras personas lo intentaron sin éxito y desistieron; algunos lo siguen haciendo pero apenas logran un producto final a base de cidra pero no propiamente una conserva de cidra.
Fueron
entonces las familias Espinoza (Francisca y sus sobrinas), las Porto y las
Arnal quienes convirtieron la costumbre en tradición: De no ser por ellas la
conserva de cidra hubiese desaparecido en el tiempo. Lideradas por Francisca
Espinoza, Rosalía Espinoza de Porto y María Arnal, estas familias han sostenido
una tradición que supera los ochenta años a fuerza de arduo trabajo,
perseverancia, guatireñidad y amor. Porque la tarea como tal no enriquece a
nadie.
Las
generaciones posteriores al grupo de mujeres citadas descontinuaron el producto
por la laboriosidad que conllevaba. La mejor melcocha guatireña para la venta
era la de Belén Blanco, pero ese dulce requiere mucho y hasta riesgoso esfuerzo
físico; más fácil es un dulce de lechosa. Al morir Belén, no hubo quien le
diera continuidad. La cebada elaborada por Juana Berroterán que vendía Domingo D´León, su esposo, duró una generación más; su
hija Luisa, casada con Francisco Lorenzo Ubierna, siguió la comercialización;
pero no hubo más. Chichilia Berroterán,
tía de Miguel Alciro, virtuosa dulcera, comenzó a vender la cebada junto
con un pastel de auyama como nunca los he comido en mi vida. Pero ya no quedan
vestigios. Las hijas de Clarita Pacheco están produciendo almidoncitos de yuca, lo que
constituye un valiosísimo esfuerzo.
Los
principales proveedores de María Arnal fueron Enrique Lima y Antonio Cruz; pero
la materia prima comenzó a escasear. Con el tiempo la producción fue decayendo
por asuntos de rentabilidad; en el mundo de los cítricos naranjas, limones y
mandarinas quitan tiempo y espacio a la cidra, la martinica y la toronja.
Con respecto a la conserva de cidra también hay relevo; Mayra Montesinos, sobrina de María Arnal, quien ha sido su ayudante de cocina durante tantos años, no solo conoce perfectamente todo el proceso de producción, sino que está dispuesta a enseñar a todos aquellos quienes deseen aprender siempre y cuando se comprometan a respetar las características tradicionales del producto.
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