Ña Virginia en la sierra de Zamurito |
Guatire y Araira; su historia, sus cuentos. Personajes y personalidades; es decir, su gente. Tradiciones, leyendas y costumbres.
viernes, 28 de diciembre de 2018
jueves, 22 de noviembre de 2018
Casona El Norte |
Llegó el año 1974 y con él un cambio de gobierno. Acción Democrática ganó las elecciones y el nuevo Presidente del Concejo Municipal era Ramón Pérez quien tenía planes de expansión y necesitaba sus espacios. Salió Eleggua y la Prefectura, el INOS se redujo a una oficina en la Planta Baja y el CEMAG tuvo que entregar la sede en medio de un conflicto generado en parte por una inapropiada declaración de prensa. Estábamos conscientes de que había que salir de allí; pero a su vez requeríamos otra sede, eso también estaba claro. En la disputa nos ganamos la simpatía de la opinión pública que presionó una solución inmediata; en eso surgió una especie de confluencia astral donde se alinearon los intereses económicos de Aquino Espinoza, con la urgente necesidad de Ramón Pérez de salir del aprieto y la nuestra de obtener una sede: Aquino ofreció un local de su propiedad ubicado en la entrada del hospitalito, allí transcurrieron 35 años hasta que en 2009 realizamos nuestra última excursión desde ese lugar; en una alegre caminata al frente de la cual estaba Esther Rodríguez, llegamos a nuestra sede definitiva, un acogedor e idóneo lugar, porque el confort no es algo que preocupe mucho a un excursionista.
La época de Los Malavares devino en la incorporación de un nutrido grupo de jóvenes habitantes del sector que significó una importante renovación de la generación fundadora que ya se dedicaba a otros quehaceres: Carlos Tovar, Ramón Milano, Carlos Toro, José Noria, Eleazar Marrero, Jesús Torrealba, Edgar Toro, José Luis Salazar, Jesús Blanco; Julio Aragort, Cheo Aragort. En esa época también destacan Simón Palacios, Raúl Suárez, Alfredo Rodríguez, Guillermo Olivier, Antonio Ibarra, José Rodríguez, Juan Graterol, Miguel Delli Carpini, Geofrey Cancino, William Rodríguez, J. J. Lugo, Domingo Delli Carpini y Aurelio Utrera; algunos de ellos habían ingresado como cemagitos cuando ocupábamos otros espacios y ya habían crecido lo suficiente para ejercer tareas directivas. Fueron momentos difíciles por cuanto no hubo transición entre los fundadores, el grupo de relevo y esta nueva generación de muchachos, literalmente, porque los mayorcitos éramos Oscar Muñoz y quien suscribe, con apenas 20 años. Se habían perdido todos los contactos con las autoridades de Defensa Civil, Fundasocial y otros entes públicos y privados con los que se relacionaba el la organización, pero con la oportuna asistencia de Luis Amador García, se pudo reencontrar el camino.
El nombre del CEMAG está asociado a las excursiones, el combate de incendio forestales, el rescate de personas y la actuación en desastres naturales (terremotos, inundaciones, aguadas); dentro y fuera del país. Hoy pocos recuerdan la importante labor científica que en sus orígenes fue factor indefectiblemente asociado al grupo, como es el caso de las tres expediciones realizadas en los años 1973, 1974 y 1975 a Santa Elena de Uairén, el tepuy Roraima y el rio Caura, en Guayana. El objeto fue recolectar escorpiones para una investigación que realizada el profesor Manuel Ángel González. A tal efecto, el grupo realizó un exhaustivo curso sobre la materia y salieron armados con un kit de preservación que incluía cajas, frascos, etiquetas, luz fluorescente, pinzas, sueros antivenenosos, formalina, rollos fotográficos, etc. En un par de jeeps con sus respectivos remolques partieron en el primer viaje Rhadamé Livin ally, Edgar García, Leonel Hernández, Maite Bilbao (padre e hijo), Efrén Toro, Rogelio Delgado, Abilio Da Silva y Miguel Santana. Un accidente estuvo a punto de frustrar la expedición: un jeep volcó y salió herido Maite Bilbao padre; hubo que devolverse a Upata, unos 300 km, y dejarlo en el hospital. De allí, una avioneta de Pedro Lovera lo trasladó a Caracas. El grupo regresó a cumplir con sus objetivos y recolectó 108 nuevas especies y géneros de escorpiones. En el año 1974, el mismo grupo, con la excepción de Miguel
Cruzando el Kuquenan |
Alfredo Perdomo, quien se incorporó desde San Félix, donde vivía. En este viaje hubo otro accidente, esta vez de tipo doméstico: Henry Bueno sufrió una herida en el pié con un machete y tardó cuatro días en recibir asistencia médica, hasta que finalmente fue trasladado a Puerto Ordaz y de allí al Hospital Universitario. Estuvo a punto de perder el pié; una larga convalecencia de 4 meses le permitió salir caminando del recinto. En reconocimiento al trabajo realizado algunos géneros de esos escorpiones llevan el nombre de los muchachos del CEMAG que participaron en la expedición; a saber:
Fue el jueves 9 de febrero de 1917, aproximadamente a las 9 de la mañana, cuando un vehículo de la Policía Nacional Bolivariana, con tres funcionarios, bloqueó la entrada del CEMAG. A la una de la tarde llegaron seis vehículos más y dieciocho agentes policiales; esta vez no se quedaron en la entrada sino que irrumpieron en el estacionamiento en absurda demostración de fuerza digna de mejores causas; un allanamiento por todo lo alto.
Oscar Muñoz, visiblemente preocupado, preguntó qué ocurría; un oficial le respondió que esperaban a un representante de la Alcaldía que vendría a conversar con él, y comenzaron a fotografiar el perímetro. Poco después llegó una persona y se reunió con los efectivos policiales, se identificó como asistente del Síndico Procurador Municipal y señaló que se había firmado un decreto que expropiaba las instalaciones del CEMAG y entregaban las instalaciones a la Policía Nacional Bolivariana. Seguidamente Oscar Muñoz prendió la alarma y declaró al CEMAG en emergencia. A las cinco de la tarde Oscar Kahara publicó una nota en el Facebook de la institución (Más de 1400 seguidores) denunciando el acoso por parte de la Alcaldía y lanzaba un SOS a la comunidad zamorana. ¡Inundó las redes! La información se propagó de inmediato como uno de esos incendios forestales que suele apagar el CEMAG, sin participación de la Alcaldía, por cierto. Twitter, Facebook, Instagram, Periscope y cuanta red social exista por allí sirvió de vaso comunicante y en cuestión de pocas horas miles de ciudadanos e instituciones de todo el país se solidarizaban con el CEMAG.
Paralelamente Oscar Muñoz se movía en otros escenarios; se comunicaba telefónicamente con viejos amigos, al menos pensaba que lo eran, del CEMAG cercanos a la Alcaldesa para informarles del problema y todos le dieron la espalda. Por suerte, amigos como Miguel Alciro Berroterán y Cruz Ortiz elevaron el problema a otras instancias y conversaron con la diputada Aurora Morales, Presidente de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, una vez le explicaron lo qué representa la institución para la comunidad zamorana, la diputada prometió que investigaría la situación y actuar en consecuencia.
El día viernes, a las 11 de la mañana llega la alcaldesa con actitud petulante, avasallante, soberbia y pendenciera a imponer su decisión. Oscar Muñoz y Yolanda Crespo le expresan que su actitud es un atropello a la institución y que el CEMAG rechaza su arbitrariedad. Los ánimos se exaltan, la alcaldesa se altera y exige que se entregue las instalaciones a la Policía Nacional. A todas estas, el conflicto ya es vox populi y de las redes sociales pasa a la calle, la gente comienza a llegar a la sede a expresar su solidaridad. Ex miembros de la institución, Grupos Scout, Voluntarios de Defensa Civil, Bomberos, ONG ambientalistas, estudiantes de Escuelas, Liceos, Institutos Universitarios a quienes el CEMAG ha asesorado en sus tareas y tesis de grado, organizaciones culturales, sociales, deportivas, vecinales y políticas, todos se acercan y manifiestan su perplejidad ante lo que está ocurriendo y ofrecen su apoyo incondicional. Se convoca una Asamblea Popular para el sábado 12, a las 4 de la tarde y se procede a informar a la comunidad a través de las redes sociales. Pese a la premura la asistencia fue masiva y la conclusión unánime: ¡Resistir!
El lunes 13 de febrero el Consejo Directivo de la Red de Patrimonios Culturales del Estado Miranda manifiesta “… su pleno apoyo y solidaridad, en nombre del conglomerado de tradiciones declaradas Patrimonio, que conforman esta Organización”. El martes 14 de febrero el Concejo Municipal publica un acuerdo “… mediante el cual se declara al CEMAG y a las instalaciones donde este centro se encuentra ubicado, como Patrimonio Cultural y Ambiental el Municipio Zamora”.
El CEMAG continuó su lucha en procura de un reconocimiento que pusiese trabas a futuras tentativas de atropello, y en una labor coordinada por Alfredo Rodríguez frente a un equipo conformadopor Oscar Kahara, Oscar Muñoz, José Noria, Rhadamé Livinalli y Zulay Hidalgo, se logró el 16 de noviembre de 2018, en Sesión Extraordinaria realizada en nuestra sede, que el Consejo Legislativo del Estado Miranda declarase al CEMAG Patrimonio del Estado Miranda, bajo la figura de Institución de Buenas Prácticas Sociales y Ambientales.
El trabajo continúa.
domingo, 21 de octubre de 2018
Durante las primeras décadas del siglo pasado las
autoridades municipales se preocuparon por los ríos de nuestros valles, y solo intervinieron
en ellos con el fin de aprovechar el caudal para acercar sus aguas a la
población urbana. Desde entonces esos ríos han sostenido una desigual lucha
contra políticos negligentes, depredadores forestales, religiosos indolentes,
funcionarios indecentes, invasores profesionales y comerciantes inescrupulosos dueños
de autolavados que vierten el aceite de los vehículos al cauce con el
beneplácito de las autoridades.
Dique El Norte |
En Guatire
Al Oeste de la población, en las montañas de Zamurito,
nace el río Santo Cristo, conocido
como río Zamurito por efectos de la suplantación toponímica que el nombre de la
antigua hacienda cafetera impone por cortesía de los pobladores urbanos. El río
Santo Cristo discurre por las laderas
y al llegar a la falda de la montaña se une a las aguas de la quebrada Cucharón en un sector conocido
inicialmente como La Planta –por una generadora de electricidad que allí hubo-
y que hoy llamamos Perque. De la confluencia de esos ríos nace el Guatire, que por obra y gracia de la
comodidad lingüística popular y la negligencia de funcionarios municipales y
algunos comunicadores sociales se le conoce como El Ingenio, ante la
majestuosidad de la antigua hacienda homónima, la más productiva de la comarca
hasta mediados del siglo XX. No obstante, insistimos, su denominación
autóctona, oficial e histórica es río Guatire,
nombre emblemático de la otrora apacible aldea Santa Cruz del Valle de
Pacairigua y Guatire; se trata de la toponimia aldeana en la cual se fundamentan
los orígenes de la población, por lo que no debe permitirse la distorsión. Es un
punto de honor, no se negocia; no existe en el municipio Zamora ningún rio llamado
El Ingenio, a despecho del proyecto aquel convertido en bodrio al que
pretendieron llamar Parque El Ingenio por un inexistente rio que solo fluía en
la mente de sus promotores y cuyas aguas, no podía ser de otra manera, se enturbiaron
y lo condujeron al fracaso. El río Guatire
riega uno de los dos valles que sirven de escolta a la colina donde se erigió
el pueblo; tiene aproximadamente 8 kilómetros de longitud y al llegar a Las
Barrancas se orienta hacia el Este en busca del río Pacairigua, al cual se une cerca de la entrada de Sojo.
Un poco más al centro del territorio zamorano nace el río Norte, cuya cabecera está justamente en la hacienda cafetalera del mismo nombre, a una altura de 1400 metros. Su recorrido es de poco menos de 10 km. Una hermosa cascada, playa y balneario conocida como La Llovizna, que deleitó a varias generaciones de guatireños, es el regalo de despedida de este río antes de unirse al río Aguasales, para dar vida al Pacairigua.
La Llovizna |
Si continuamos hacia el Este encontramos al río Aguasales, a veces llamado La Siria y definitivamente mal llamado La Churca. Nace entre las filas de Aguasales y las Perdices, entre 1600 y 1800 metros de altura y su longitud es de 9 km aproximadamente; al igual que el río Norte en su final, obsequia el Aguasales a la muchachada guatireña un hermoso y emblemático pozo, La Churca, para que luzcan sus dotes clavadistas, aunque con muchísimo riesgo físico, por lo que no lo recomendamos. Lo cierto es que a pocos metros de La Churca los ríos Norte y Aguasales unen sus corrientes para formar otro de los íconos toponímicos representativos de nuestra ciudad, el río Pacairigua, a veces mentado Santa Cruz por la terca comodidad pueblerina de asociar el nombre de sus ríos a las haciendas de caña; su longitud es de aproximadamente de 7 km. Cerca de la entrada de Sojo, los ríos Guatire y Pacairigua se unen, y se impone el nombre de este último hasta su confluencia, en El Calao, con el río Grande, que a muchos kilómetros de allí recibirá también las aguas de los ríos Araira, Chuspita y Morocopo para adentrarse en territorios del municipio Acevedo.
En Araira
Ya en la acogedora parroquia Bolívar tenemos el río
Araira que nace en las estribaciones
montañosas que conforman los topos El Oso y Cogollal a una altura que varía
entre los 1600 y 1800 metros sobre el nivel del mar. Su longitud es de 25 km
aproximadamente desde su vertiente principal en el topo El Oso hasta su
desembocadura en río Grande.
Si dejamos atrás la otrora Colonia y nos adentramos un poco en busca del famoso lar de las mandarinas, nos encontramos primero con el río Chuspita, que nace en las vertientes Este y Sur del topo Majagual, a unos 1400 metros sobre el nivel del mar, y drena entre Las Pavas, topo Redondo y topo El Camejo, con un recorrido aproximado de 38 kilómetros, lo cual lo convierte en el río de mayor longitud en nuestro municipio; desemboca también en el río Grande, que recoge todas las aguas guatireñas con excepción del río Salmerón.
El río Salmerón
nace en los sectores conocidos como Brazo Grande y Brazo Chiquito, montaña
adentro, entre topo Redondo y la Fila del Viento, aproximadamente a 1.000
metros de altura. Se nutre con Quebrada Honda y se dirige a la Fila de las
Perdices en un recorrido aproximado de 15 km., y confluye en la quebrada de El
Bagre, en el sector Las Tapas, a partir de ese lugar pasa llamarse río Capaya, que nace en territorio zamorano
y luego se dirige a regar los valles del municipio Acevedo, donde decae
topográfica y ambientalmente.
Las montañas de Santa Rosalía y El Amarillo, a una
altura relativamente baja de entre 400 y 600 metros, dan vida al río Cupo, que se nutre de las quebradas de
María, los Saltrones y El Amarillo, y con una longitud aproximada de 13,5 km.,
drena también hacia el río Grande.
El Río Grande y su carga de angustia
Por la parte Sur es poca el agua que riega tierras
guatireñas, pero allí tenemos al río Morocopo,
con una longitud aproximada de 6,5 km. que nace entre las filas de Morocopo y
Tierra Negra, al sudeste de Cupo y desemboca en río Grande, en el sector Los Jobos del Municipio Acevedo. Es
precisamente ese río Grande que
tantas veces hemos mencionado, el mayor colector de las aguas zamoranas, y el
único que no mana de nuestras montañas. Se trata del mismo río Guarenas que
cambia el nombre al entrar en tierras zamoranas y al nutrirse de las aguas de
estos valles. Se extiende por todo el flanco sur del municipio y su cauce
natural fue modificado en parte por la construcción de la autopista de Oriente.
Tiene el dudoso honor de recibir también las aguas servidas de Guarenas y
Guatire, efectos estos que llegan al río sin ningún tipo de tratamiento.
Las Quebradas, chicas pero cumplidoras
En cuanto a las quebradas, la conocida con el poco
elegante nombre de Cañaote del Barrio,
otrora tuvo una denominación más ostentosa -como lo estableció René García
Jaspe-: los indios la llamaban Taparaquao
o quebradas de las taparas, y por su cauce fluía agua clara de manera
constante.
Otra quebrada que vio pasar mejores tiempos fue la de Care, cuyas aguas también fluían de manera permanente. Por los
lados de la Urbanización La Rosa (donde nunca hubo flores sino gamelote que los
vecinos acudían a rozar, en busca de alimentos para los animales domésticos,
por lo que la llamaron simplemente “la
roza”), tenemos a la porfiada quebrada Muñoz,
que en su terco discurrir se negó a morir ante la acción urbanística y
reapareció a poca distancia con otro nombre, laguna La Rosa, para ver si la dejaban quieta pero ahora es peor. En la
Urbanización Las Casitas fluía la quebrada Tapaima,
nombre original de esa comunidad
por sugerencia de Jesús María Sánchez. Por otra parte, en El Rodeo, en un
sector hoy llamado Altamira, muy
cerca del botadero de basura, también corre una quebrada que en algún momento
llegó a ser de mucha utilidad a los agricultores de la región, hasta que vino
el progreso y le interpuso un basurero. En su mejor época llegó a conocerse
como la quebrada de Ceniza, cuando
sus aguas regaron este pequeño valle ubicado en la entrada de Araira. Por su
parte, el cauce de la quebrada de Canela sólo
corría agua durante el invierno tropical. Otra quebrada importante es la de Tio Pedrote, que nace en Casupal y
desemboca en el pozo La Llovizna en Chuspita de Lima; de allí es Oscar Muñoz
Lima con quien, por cierto, verificamos las longitudes expuestas. Iginio Palacios,
vecino del sector indica que su corriente es permanente, fluye todo el año.
Nuestros ríos son nobles, resisten el desinterés de las autoridades y la desidia de muchos usuarios; a veces se molestan y pasan factura con crecidas en las que pagan justos por pecadores. Preservarlos no es difícil ni costoso. Nelly Pittol, por ejemplo, una vez explicaba la importancia del bambú que crece en sus márgenes, como elemento natural de contención de sus aguas. Así que tenemos una tarea pendiente.
martes, 9 de octubre de 2018
La cidra; así, con ce, porque la conserva de sidra (con ese) podrá ser acaso un pay de manzana, pero la tradicional, auténtica y exquisita conserva guatireña es elaboraba con cidra que traían indistintamente de Jericó, Chuspita del medio y el Bautismo directamente a la casa de la familia Espinoza ubicada en un sector conocido entonces como La Lagunita, que hoy llamamos calle Santa Rosalía. Antes de eso la golosina era elaborada por diversas familias para un mercado básicamente local y en ocasiones puntuales como fiestas patronales y eventos de menor envergadura pero que congregaban a muchos vecinos en un solo lugar. Conversamos con Nelly Tovar Espinoza, sobrina-nieta de quien tiene el mérito de haber enriquecido la cultura culinaria de tres generaciones de guatireños. Nelly habla con la convicción y la emoción que da el haber vivido la experiencia.
En 1925, Margarita Rico enseño a Francisca Espinoza y a la familia Graterol el proceso de elaboración del dulce, pero fue Francisca quien le sacó más provecho al aprendizaje. De inmediato compartió con sus hermanas y sobrinas todo lo aprendido y les instruyó sobre la manera de comercializar el producto. Así, siempre innovadora, formó una especie de cooperativa familiar con Antonia (quien se convirtió en lo que hoy llamaríamos la chef), Eva Luisa, Dilia y Fortunata. Se desconoce si Francisca había leído La Riqueza de las naciones de Adam Smith o si fue puro olfato productivo, lo cierto es que nuestro personaje pronto comprendió la necesidad de aplicar el concepto de división del trabajo y, siempre en familia, incorporó a las primas Porto-Espinoza (Olga, Juanita, Rosa Amelia),
El Criollito, salida de la calle Santa Rosalía |
Finalmente se envolvían en papel blanco de bodega a razón de dos unidades por paquetes y se ofrecías al público a un precio de 0,75 bolívares (real y medio, en los términos monetarios que aún se usaban en aquel entonces, pero que pertenecían a la unidad monetaria derogada por Antonio Guzmán Blanco cincuenta años antes), que para aquel entonces equivalía a casi un tercio de dólar.
A la izquierda, Bodega de Peruchito Toro |
Nelly Tovar Espinoza, docente, destacada atleta guatireña y cantante, por lo demás, nos cuenta que también había una especie de departamento de Seguridad encargado de que los niños de la familia no metieran la mano, porque pese a la sana y severa costumbre del respeto y el persuasivo método de la mirada severa y, en casos extremos, la oportuna cachetada (o chancletada), el aroma era una tentación muy grande. Confiesa que llegó a infringir las normas en varias oportunidades y recibido el justo castigo, pero eso nunca la detuvo, y eran justamente los limoncitos la razón de sus tormentos.
La distribución
Braulio Istúriz, ya célebre por la elaboración de sus papeloncitos de azúcar, era el encargado de distribuir el producto en el mercado caraqueño aprovechando la amplia cartera de clientes cautivos que tenían sus golosinas. Así, los mercados de Coche, San Jacinto y Quintacrespo esperaban ansiosos la llegada de Braulio. Gustavo Matico Tovar se encargaba de los clientes de Guarenas y Barlovento, y en Guatire usted podía comprarlos en el Restaurant El Criollito (en la esquina de la calle Bermúdez con Santa Rosalía), la bodega de Peruchito Toro (donde hoy está el BOD) y la Panadería Urrutia (final de la Bermúdez, cerca de la actual panadería El Socorro).
Rómulo Betancourt fue el primero en llevar el producto al exterior. En sus frecuentes visitas a Guatire, públicas o clandestinas, solicitaba las conservas de cidra, primero donde las Espinoza, luego en casa las Porto, y solía embalarlas para disfrutarlas en sus viajes como Jefe de Estado. Ya para los años sesenta la segunda generación de la familia Espinoza se fue a Caracas, pero sus primas, las Porto, continuaron con la tradición desde su casa en el Cerro de Piedra. El producto perdió presencia externa porque el crecimiento de la demanda local absorbía la producción, pero paradójicamente se regó por todo el país porque los guatireños viajantes la repartían por todas partes a manera de obsequios.
Clara Pacheco |