viernes, 28 de diciembre de 2018


La chiva de ña Virginia
Majandra Hernández

 En la sierra de Zamurito, entre sembradíos de café y cacao, se levantaba una vieja casona rodeada de grandes patios en los que se secaban las preciadas cosechas. En sus alrededores vivían peones y jornaleros en pequeñas casas de bahareque y techos de pajas; y más allá, en una hermosa loma se encontraba la casa de ña Virginia, un sitio mágico y misterioso lleno de destellos de luces, con jardines de colores de girasoles, clavellinas y tulipanes, y también de olores a toronjil, malojillo y mejorana.

Ña Virginia era una viejecita de talle delgado y faldones anchos. Apreciada comadrona y rezandera. A ella acudían enfermos y parturientas de la sierra en busca de alivio para sus males que, con la unción de sus manos, la luz de su cirio, cataplasmas de yerbas santas y susurros de oraciones, daba la sanación a penas y dolores.

De la luz de sus manos nacían todos los niños de la comarca; ella daba sus cuidos a las mamás entre dolores y pujidos hasta ver alumbrar las caritas de llanto de aquellos angelitos. Para esas ocasiones ña Virginia recogía su bojotico lleno de hierbas y unciones. Mientras duraba su ausencia le encargaba sus maticas y animales a su nieto Julián, que vivía más abajito con su mamá y sus hermanos, camino al platanal.

Julián se encargaba de regar las matas, recoger las frutas y darle de comer a todos los animales: gallinas, pavos, cochinos, perros y gatos; ah, y dos chivas tremendas que siempre saltaban la cerca. En una ocasión, ya de regreso su abuela, Julián le preguntó:

-       Abuela, ¿quiénes son esos que siempre veo sentados debajo del jabillo cuando tú no estás? No me hablan ni se mueven y ni sus caras les veo. ¡A mí me dan mucho miedo y paso corriendo derecho al corral!
 
-       ¡Mijito, no le tenga miedo, que ellos están pa’ cuidalo a usted y cuidá lo mío!

Una tarde fresca y tranquila ña Virginia estaba sentada en su mecedora tomándose un guarapito contemplando la inmensidad de las montañas, cuando a lo lejos ve a un hombre que se acercaba corriendo a su casa. Era José, el capataz del cafetal, que llegó jadeando y ña Virginia le dijo:

-       José, mijo, cálmese, tome un poco de agua y cuénteme ¿qué le pasa?

El se calma y le dice:

-       Ña Virginia, Sara, mi mujer, anda con dolores de parto, y yo la veo muy mal.

Ña Virginia soltó el posillo y entró a buscar sus macundales, dio un grito llamando a Julián que llegó con la rapidez de un ratón.

-       ¿Qué pasa abuela?

-       Mijo, me voy con José, Sara está pariendo. Ya sabe, cuide la casa, las matas y los animales.

           Terminó de recoger y se fueron antes de que la noche los agarrara en el camino.

A la mañana siguiente Julián se quedó dormido, y de un salto voló de la cama y gritó:
          -       ¡Mamá ya es tarde, los animales de la abuela deben de estar alborotados del hambre!

-       Pero Julián, ven acá -dijo ella- siéntate y cómete una arepa y el guarapo.

Ña Virginia en la sierra de Zamurito
Él, casi que atarugado, salió corriendo, llegó jadeando, pasó sigiloso al lado del jabillo y se fue directo al corral. Las gallinas cacareando, los perros ladrando y en eso vio que faltaba la chiva grande; la buscó por todo el corral y no la encontró. Entonces atendió a los otros animales, recogió las frutas y se fue a su casa. Cuando llegó le dio la noticia a su mamá.

-       ¡Mamá, mire, mamá¡

-       ¿Qué pasó Julián?

-       Sabe, la chiva grande no está en el corral, la busqué y busqué y nada que la encontré.

-       Ah pues Julián- Seguro que saltó la cerca del corral, tenemos que salir a buscarla, no vaya ser que se meta en el maizal del vecino.

Y así, buscaron por todo el camino entre el monte y la quebrada; al fin, cerca del barranco, al lado de la ceiba, la encontraron tirada y tajeada.

            Mientras, montaña arriba ña Virginia atendía a Sara, sobándole la barriga con ungüentos y dándole a beber sus guarapos de canela y hierba santa. Sara pujaba y ella le alentaba:

-       Falta poco mija. ¡Puja Sara!

Y por fin asomó la cabecita y salió la morenita linda con ojitos azabache; entonces cortó el cordón y embojotó la niña con una cobijita. Ña Virginia al terminar la faena encendió su cirio, dio gracias al Santísimo, recogió y se marchó dejando la buena bendición.

Cuando llegó a su casa Julián fue a contarle lo sucedido; ella lo escuchó y se santiguó.

-Julián, vaya y búsqueme la chiva, debemos preparar su carne y dar de comer.

            Ña Virginia limpió la carne y le dijo a su nieto que le llevara a los vecinos y ellos, agradecidos, se preguntaban quién habría hecho esa maldad con la pobre chiva.

            Ña Virginia, entre susurros, dijo:

-       Pronto llegará y se develará quién hizo el mal.

Julián tenía la certeza de que su abuela era una sabia iluminada por Dios, y cuando ella susurraba al cielo sus palabras eran escuchadas. Y así, al siguiente día se apareció en la puerta de la casa de ña Virginia Elías, doblado del dolor.
            Ella le preguntó:

-¿Y qué le pasa Elías?

 Y él respondió:

-¡Ña Virginia, vengo a pedir perdón por el daño contra su chiva y a que me alivie este dolor que me está matando!

-Pues siéntese en el taburete, usted sabe que quien obra mal, mal le va, pero siempre Dios perdona a quien busca misericordia.

            Así pues, ella encendió el cirio y buscó sus ungüentos y colocándole las manos en la cabeza susurró sus oraciones. Julián observaba desde el rincón, aprendiendo del arrepentimiento y el perdón; él desde ese momento sintió en su corazón el llamado de la fe y supo que debía acompañar a su abuela ña Virginia a hacer el bien.

            El tiempo transcurría y su abuela se hacía cada día más vieja y un día, cuando las fuerzas ya la abandonaban, llamó a su nieto Julián, le entregó su cirio, sus oraciones y los ungüentos para que siguiera sus pasos por la montaña llevando el alivio y la sanación a todo aquel que lo necesitara.

            Dicen y cuentan que muchos años pasaron desde que ña Virginia tomó el  sendero de las nubes, pero que en la sierra se sigue sintiendo su presencia susurrando oraciones, brisas con olores a hierbas santas y la luz de su cirio recorriendo los caminos de la montaña.

 

jueves, 22 de noviembre de 2018


Centro Excursionista Manuel Ángel González:
 50 años de orgullo aldeano
Aníbal Palacios B.

Pudiéramos decir que la curiosidad de un grupo de jóvenes por saber si era cierto lo que un profesor de Biología explicaba en las aulas del Liceo Dr. Ramón Alfonzo Blanco de Guatire llevó finalmente a constituir, a finales de los años sesenta, lo que hoy conocemos como el CEMAG.

No era desconfianza hacia la palabra de Manuel Ángel González; todo lo contrario, sus clases eran tan motivadoras que a esos estudiantes no les bastó la excelente dotación de los laboratorios del Liceo, y optaron por hacer investigaciones de campo, en busca de alacranes culebras y arañas. Ciertamente, ayudó también que no eran muchas las opciones que tenía un joven guatireño para distraerse en esa época. El Centro Excursionista Manuel Ángel González se gesta entonces en las montañas que rodean al Valle de Santa Cruz de Pacairigua y Guatire, y nace un 22 de noviembre de 1968, eso le otorga un fresco sabor rural y la característica cordialidad campesina. El profesor Manuel Ángel, a pesar del aprecio y consideración que sentía por sus discípulos, se negaba a aceptar que su nombre engalanara a la institución; argumentaba que ellos no sabían si después, con el correr de los años, él “se echaba a perder”, con el consecuente efecto devastador sobre la organización.
Pero aquellos muchachos conocían bien a su mentor; de él no sólo obtenían conocimientos sobre las ciencias naturales; también recibían, a manera de refuerzo de la educación familiar, un fortalecimiento de los valores espirituales del hombre, entre los que destacaba la modestia del investigador en los fines y objetivos de su vida profesional y personal. Estos jóvenes estaban plenamente seguros de que su tutor jamás se “echaría a perder”, más bien podía existir el temor de que fuesen ellos quienes no estuviesen a la altura de la figura del nombre que identificaría a la institución, por lo que el proyecto se convirtió no solo en un reto, sino en una responsabilidad, y convencieron finalmente al profesor Manuel Ángel González. Originalmente, el CEMAG lo conformaban cinco secciones: Herpetología, Espeleología, Biología, Rescate y Cemagitos; el excursionismo era la base para desarrollara las actividades.

El duro comienzo
El CEMAG nace por iniciativa de siete jóvenes: Rogelio Palacios Berroterán, Edgar Oliva Medina, Francisco Núñez Flores, José Muñoz Reggio, Cristóbal Fernández Daló, Guillermo Patruyo Pedroza y Elías Silva Aponte; a la sazón, militantes de la juventud comunista la mayoría de ellos. Eso permitió que algunas voces maledicentes dijeran que estos jóvenes iban a las montañas a llevar comida a los guerrilleros, y se propagó el rumor sin importar que para la época el movimiento guerrillero estaba prácticamente acabado, que el Parque Nacional El Ávila no era el lugar más idóneo para esconderse nadie y que los muchachos solían subir a esos parajes a recolectar culebras y escorpiones y a llevar ropa y juguetes a los niños que allí habitaban. Lo cierto fue que causó daño, pero la mano extendida de Francisco Delgado, Presidente del Concejo Municipal, ayudó a superar el obstáculo. Del Ministerio de Relaciones Interiores emanó la orden de investigar al grupo y Francisco no sólo defendió a los muchachos, sino que además los acogió en el seno del Centro Cívico y así el CEMAG tuvo su primera sede fija: la azotea del edificio. Esto tuvo otro efecto determinante en el futuro de la institución porque allí se incorporaron un nutrido grupo de jóvenes habitantes del caso central cuyas familias, por lo demás, militaban en los partidos AD y Copei, y que le dieron el dinamismo y la diversidad que el CEMAG requería y a la vez le quitaron el sambenito político a la institución. Oscar Muñoz, Edgar García, Ricardo Toro, Rhadamé Livinalli, Leonel Hernández, Iván Delgado, Mauricio Flores, Alfredo Oropeza, Luis Amador García, Efrén Toro, Antonio Irureta, Manuel Berroterán, Rogelio Delgado, Miguel Santana, Abilio Da Silva, Antonio Olivier y Luis Martínez, son algunos de esos muchachos que se incorporaron al CEMAG en esa oportunidad. 

El aliento de vida
Casona El Norte
El CEMAG crece y se desarrolla con el ejemplo de nuestro padre afectivo Manuel Ángel González, pero también el de una gran mujer que fungió de madre, Custodia Reggio de Muñoz y hasta de unos padrinos Benito Ribas y Blasina, custodios del Parque Nacional El Ávila en las montañas del norte de Guatire. Pero a su vez hemos seguido los pasos de quien siempre consideramos nuestro hermano mayor: el Centro de Educación Artística Andrés Eloy Blanco (CEA), en cuyo seno encontramos el apoyo físico y anímico suficiente para no desfallecer. También contó con la ayuda de la Congregación del Divino Maestro a través de la madre Teresita Puertas quien le inculcó al grupo la oportuna orientación espiritual que todo joven requiere. De personas como Pedro Lovera, quien donó al CEMAG una variedad de equipos de radiocomunicaciones que nos convirtió en el grupo mejor dotado del país; Francisco Delgado, la primera persona fuera del entorno en creer en estos jóvenes y prestar una decisiva y determinante ayuda; Hernán Rengifo, cuya determinación hizo posible la construcción de la actual sede; Francis Citty Pittol, autor del diseño arquitectónico de la edificación, que más allá de lo profesional le agregó ese toquecito especial de afecto que establece diferencias; Francisco Mujica, quien desde el CEA guió nuestros pasos por ese intrincado camino que deben transitar las organizaciones no gubernamentales y Miguel Alciro Berroterán; quien silenciosamente se convirtió en factor fundamental en el éxito de nuestra lucha contra quienes pretendieron expropiar nuestra sede. Por supuesto que ha sido la juventud de Guatire y Araira, quienes han sostenido a través de estos 50 años nuestra institución, así como la comunidad de la Urbanización La Rosa que poco a poco se ha identificado con la organización, integrándose a ella. No tardó mucho tiempo el CEMAG en ganarse el respeto, aprecio y reconocimiento de la comunidad zamorana en particular, y mirandina en general; pronto también su esfuerzo fue reconocido en todo el territorio nacional, y las cualidades ambientalistas y de solidaridad social de la agrupación traspasaron nuestras fronteras para ponerse a la disposición de los ciudadanos del mundo.

La sedes
La primera sede del CEMAG fue el propio ambiente natural donde nació; es decir, la vieja casona de la Hacienda El Norte, que en un tiempo perteneció a la familia Nicolai. Pero luego la necesidad de crecer y de integrarse a la población le llevó a un continuo peregrinar por los hogares de sus miembros y muy especialmente la casa de Custodia Reggio, en la calle Brión. Luego nos acogió por algunos meses el Colegio Santa María Goretti, de la mano de la madre Teresita Puertas, en el marco de aquel Centro Juvenil de grata recordación para los jóvenes guatreño; con un nutrido grupo de monjas subimos a la hacienda el Norte, a pesar de lo incómodo de sus hábitos. La siguiente parada sur, por invitación de Jesús María Sánchez, la Biblioteca Elías Calixto Pompa, en sus sedes de las calles Girardot y 9 de diciembre, hasta que en 1971 llegamos al Centro Cívico por cortesía de Francisco Delgado. La edificación era muy grande para el Concejo Municipal en esa época; tenían arrendado la mitad del espacio a Eleggua y el INOS y la Prefectura. y sobraba la azotea. De esta época recordamos la arborización de las calles de las calles de Guatire en un operativo financiado por el Concejo Municipal y la entusiasta participación de toda la muchachada del CEMAG. Luego llegamos a la sede del hospitalito (en 1974), donde crecimos junto con los jóvenes de Los Malavares y Barrio Ajuro; pero arribar a este hogar tiene su historia.
Llegó el año 1974 y con él un cambio de gobierno. Acción Democrática ganó las elecciones y el nuevo Presidente del Concejo Municipal era Ramón Pérez quien tenía planes de expansión y necesitaba sus espacios. Salió Eleggua y la Prefectura, el INOS se redujo a una oficina en la Planta Baja y el CEMAG tuvo que entregar la sede en medio de un conflicto generado en parte por una inapropiada declaración de prensa. Estábamos conscientes de que había que salir de allí; pero a su vez requeríamos otra sede, eso también estaba claro. En la disputa nos ganamos la simpatía de la opinión pública que presionó una solución inmediata; en eso surgió una especie de confluencia astral donde se alinearon los intereses económicos de Aquino Espinoza, con la urgente necesidad de Ramón Pérez de salir del aprieto y la nuestra de obtener una sede: Aquino ofreció un local de su propiedad ubicado en la entrada del hospitalito, allí transcurrieron 35 años hasta que en 2009 realizamos nuestra última excursión desde ese lugar; en una alegre caminata al frente de la cual estaba Esther Rodríguez, llegamos a nuestra sede definitiva, un acogedor e idóneo lugar,  porque el confort no es algo que preocupe mucho a un excursionista.
La época de Los Malavares devino en la incorporación de un nutrido grupo de jóvenes habitantes del sector que significó una importante renovación de la generación fundadora que ya se dedicaba a otros quehaceres: Carlos Tovar, Ramón Milano, Carlos Toro, José Noria, Eleazar Marrero, Jesús Torrealba, Edgar Toro, José Luis Salazar, Jesús Blanco; Julio Aragort,  Cheo Aragort.  En esa época también destacan Simón Palacios, Raúl Suárez, Alfredo Rodríguez, Guillermo Olivier, Antonio Ibarra, José Rodríguez, Juan Graterol, Miguel Delli Carpini, Geofrey Cancino, William Rodríguez, J. J. Lugo, Domingo Delli Carpini y Aurelio Utrera; algunos de ellos habían ingresado como cemagitos cuando ocupábamos otros espacios y ya habían crecido lo suficiente para ejercer tareas directivas. Fueron momentos difíciles por cuanto no hubo transición entre los fundadores, el grupo de relevo y esta nueva generación de muchachos, literalmente, porque los mayorcitos éramos Oscar Muñoz y quien suscribe, con apenas 20 años. Se habían perdido todos los contactos con las autoridades de Defensa Civil,  Fundasocial y otros entes públicos y privados con los que se relacionaba el la organización, pero con la oportuna asistencia de Luis Amador García, se pudo reencontrar el camino.

Fue también la época (1978) de la incorporación de la mujer a las actividades cotidianas del CEMAG, venciendo tabúes aún existentes: Zulay Hidalgo, Nujat Blanco, Maribel Calcurian, Ludmila Palacios, Yaneth Blanco, Betty Piñate, María Matos, Josefina Aragort, María Rodríguez, Fátima Da Silva, Belkis Monterola, Isaura Muñoz, Silvia Monterola, Fiorella Machado, Naxsos Ñañez y Evelyn Piñate, pioneras en medio de un escenario diseñado para la población masculina.
También los años en que el Toyota de Antonio Olivier y el Willys de Carlos Bustamante eran los vehículos oficiales de la institución hasta que el Ministerio del Ambiente nos asignó uno.  Período cuando frenamos las pretensiones de establecer una cantera en La Siria y enfrentamos a las areneras. La de formación en paracaidismo, helitácticas, supervivencia en selva, primeros auxilios, entrenamientos para desalojos en casos de emergencia en los colegios Ramón Alfonzo Blanco, Elías Calixto Pompa, Santa María Goretti, Juan José Abreu y Araira.

Los héroes olvidados

El nombre del CEMAG está asociado a las excursiones, el combate de incendio forestales, el rescate de personas y la actuación en desastres naturales (terremotos, inundaciones, aguadas); dentro y fuera del país. Hoy pocos recuerdan la importante labor científica que en sus orígenes fue factor indefectiblemente asociado al grupo, como es el caso de las tres expediciones realizadas en los años 1973, 1974 y 1975 a Santa Elena de Uairén, el tepuy Roraima y el rio Caura, en Guayana. El objeto fue recolectar escorpiones para una investigación que realizada el profesor Manuel Ángel González. A tal efecto, el grupo realizó un exhaustivo curso sobre la materia y salieron armados con un kit de preservación que incluía cajas, frascos, etiquetas, luz fluorescente, pinzas, sueros antivenenosos, formalina, rollos fotográficos, etc. En un par de jeeps con sus respectivos remolques partieron en el primer viaje Rhadamé Livin
 
ally, Edgar García, Leonel Hernández, Maite Bilbao (padre e hijo), Efrén Toro, Rogelio Delgado, Abilio Da Silva y Miguel Santana. Un accidente estuvo a punto de frustrar la expedición: un jeep volcó y salió herido Maite Bilbao padre; hubo que devolverse a Upata, unos 300 km, y dejarlo en el hospital. De allí, una avioneta de Pedro Lovera lo trasladó a Caracas. El grupo regresó a cumplir con sus objetivos y recolectó 108 nuevas especies y géneros de escorpiones. En el año 1974, el mismo grupo, con la excepción de Miguel 
Cruzando el Kuquenan
Santana se llegó hasta la meseta de Roraima, esta vez tenían que traer las especies vivas, por lo que se llevaron una gran cantidad de potes de frescavena, y el mismo kit sin la formalina; regresaron con 130 nuevas especies. Todas debidamente clasificadas por Manuel Ángel González. Para el viaje al Caura en 1975 no estuvo Rhadamé, pero si 
Alfredo Perdomo, quien se incorporó desde San Félix, donde vivía. En este viaje hubo otro accidente, esta vez de tipo doméstico: Henry Bueno sufrió una herida en el pié con un machete y tardó cuatro días en recibir asistencia médica, hasta que finalmente fue
 
trasladado a Puerto Ordaz y de allí al Hospital Universitario. Estuvo a punto de perder el pié; una larga convalecencia de 4 meses le permitió salir caminando del recinto. En reconocimiento al trabajo realizado algunos géneros de esos escorpiones llevan el nombre de los muchachos del CEMAG que participaron en la expedición; a saber:

Broteas libinallyi (Rhadamé Livibally)
Broteas dasilvai (Abilio Da Silva)
Broteochactas bilbaoi (Maite Bilbao)
Broteochactas efreni (Efrén Toro)
Broteochactas leoneli (Leonel Hernández)
Broteochactas garciai (Edgar García)
Broteochactas santanai (Miguel Santana)
Chactas rogelioi (Rogelio Delgado)

Anteriormente géneros como Broteochactas eliassilvai (Elías Silva) y Microtityus biordi (Luis Biord) habían sido incorporados al catálogo del profesor Manuel Ángel González.

Y vino el corre corre
La fortaleza de una institución se cimienta sobre la responsabilidad, la constancia, la credibilidad y el efectivo compromiso social labrado a través del tiempo, y el CEMAG, el arribar a 50 años, es hoy por hoy –junto con el CEA- una de las instituciones más sólidas y de mayor prestigio en la comunidad zamorana. Es una especie de axioma, por tanto no necesita ser demostrado, sin embargo, el pasado 11 de febrero de 2017, la comunidad zamorana puso en evidencia esa fortaleza cuando envolvió al CEMAG en un manto de protección ante el atropello de la alcaldesa del Municipio Zamora quien pretendió desalojar a la Institución de su propia sede, con la arbitrariedad, la arrogancia y el desafuero que otorga el poder político mal ejercido.
Fue el jueves 9 de febrero de 1917, aproximadamente a las 9 de la mañana, cuando un vehículo de la Policía Nacional Bolivariana, con tres funcionarios, bloqueó la entrada del CEMAG. A la una de la tarde llegaron seis vehículos más y dieciocho agentes policiales; esta vez no se quedaron en la entrada sino que irrumpieron en el estacionamiento en absurda demostración de fuerza digna de mejores causas; un allanamiento por todo lo alto.
Oscar Muñoz, visiblemente preocupado, preguntó qué ocurría; un oficial le respondió que esperaban a un representante de la Alcaldía que vendría a conversar con él,  y comenzaron a fotografiar el perímetro. Poco después llegó una persona y se reunió con los efectivos policiales, se identificó como asistente del Síndico Procurador Municipal y señaló que se había firmado un decreto que expropiaba las instalaciones del CEMAG y entregaban las instalaciones a la Policía Nacional Bolivariana. Seguidamente Oscar Muñoz prendió la alarma y declaró al CEMAG en emergencia. A las cinco de la tarde Oscar Kahara  publicó una nota en el Facebook de la institución (Más de 1400 seguidores) denunciando el acoso por parte de la Alcaldía y lanzaba un SOS a la comunidad zamorana. ¡Inundó las redes! La información se propagó de inmediato como uno de esos incendios forestales que suele apagar el CEMAG, sin participación de la Alcaldía, por cierto. Twitter, Facebook, Instagram, Periscope y cuanta red social exista por allí sirvió de vaso comunicante y en cuestión de pocas horas miles de ciudadanos e instituciones de todo el país se solidarizaban con el CEMAG.
Paralelamente Oscar Muñoz se movía en otros escenarios; se comunicaba telefónicamente con viejos amigos, al menos pensaba que lo eran, del CEMAG cercanos a la Alcaldesa para informarles del problema y todos le dieron la espalda. Por suerte, amigos como Miguel Alciro Berroterán y Cruz Ortiz elevaron el problema a otras instancias y conversaron con la diputada Aurora Morales, Presidente de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, una vez le explicaron lo qué representa la institución para la comunidad zamorana, la diputada prometió que investigaría la situación y actuar en consecuencia.
El día viernes, a las 11 de la mañana llega la alcaldesa con actitud petulante, avasallante, soberbia y pendenciera a imponer su decisión. Oscar Muñoz y Yolanda Crespo le expresan que su actitud es un atropello a la institución y que el CEMAG  rechaza su arbitrariedad. Los ánimos se exaltan, la alcaldesa se altera y exige que se entregue las instalaciones a la Policía Nacional. A todas estas, el conflicto ya es vox populi y de las redes sociales pasa a la calle, la gente comienza a llegar a la sede a expresar su solidaridad. Ex miembros de la institución, Grupos Scout, Voluntarios de Defensa Civil, Bomberos, ONG ambientalistas, estudiantes  de Escuelas, Liceos, Institutos Universitarios a quienes el CEMAG ha asesorado en sus tareas y tesis de grado, organizaciones culturales, sociales, deportivas, vecinales y políticas, todos se acercan y manifiestan su perplejidad ante lo que está ocurriendo y ofrecen su apoyo incondicional. Se convoca una Asamblea Popular para el sábado 12, a las 4 de la tarde y se procede a informar a la comunidad a través de las redes sociales. Pese a la premura la asistencia fue masiva y la conclusión unánime: ¡Resistir 
El lunes 13 de febrero el Consejo Directivo de la Red de Patrimonios Culturales del Estado Miranda manifiesta “… su pleno apoyo y solidaridad, en nombre del conglomerado de tradiciones declaradas Patrimonio, que conforman esta Organización”. El martes 14 de febrero el Concejo Municipal publica un acuerdo “… mediante el cual se declara al CEMAG y a las instalaciones donde este centro se encuentra ubicado, como Patrimonio Cultural y Ambiental el Municipio Zamora”.

La politización del problema
La presencia de los concejales y otros dirigentes políticos llevó a algunos funcionarios de la Alcaldía a expresar que el CEMAG había politizado el conflicto cuando era exactamente lo contrario; fue el comportamiento ilegal, abusivo y arbitrario de la alcaldesa lo que obligó al CEMAG a buscar una solución política en el seno de Consejo Legislativo del Estado Miranda;  fue la firme disposición de la diputada Aurora Morales y el concejal Cruz Ortiz lo que puso freno al atropello. No obstante fue una tarea ardua, la ilegal ocupación duro unos siete meses; tiempo durante el cual el CEMAG no abandonó las instalaciones. El conflicto en sí no era con la policía propiamente dicha, sino con la Alcaldía; en este sentido es pertinente destacar que si bien el despliegue policial era intimidante por su dimensión, la actitud de los funcionarios siempre fue respetuosa hacia la institución; No obstante, el 29 de agosto el concejal Cruz Ortiz fue detenido por el cuerpo policial cuando quiso ingresar a las instalaciones del CEMAG.

Apoyo institucional
Además de los cientos de personas que individualmente se acercaron a la sede a expresar su sólido respaldo a la institución y las miles que lo hicieron a través de las redes sociales, el CEMAG recibió el incondicional apoyo de instituciones como el CEA, Ecosendero, las Niñas que Siembran, Parroquia Católica Beato Manuel Domingo y Sol de la Urbanización la Rosa, Biblioteca Don Luis y Misia Virginia, Artegua, la Fundación Ambiental Amigos del Camino, la Red de Patrimonio Cultural del Estado Miranda y la Asociación de Vecinos de La Campiña, entre tantas. Por esta razón no extrañamos la ausencia de los dirigentes de ASOPUEBLO, pero dado el respeto y la consideración que una vez le tuvimos nos hubiese gustado verlos allí, apoyando al CEMAG en su lucha contra el atropello del cual era víctima; pero los tiempos cambian, y algunas organizaciones también.
El CEMAG continuó su lucha en procura de un reconocimiento que pusiese trabas a futuras tentativas de atropello, y en una labor coordinada por Alfredo Rodríguez frente a un equipo conformadopor Oscar Kahara, Oscar Muñoz, José Noria, Rhadamé Livinalli y Zulay Hidalgo, se logró el 16 de noviembre de 2018, en Sesión Extraordinaria realizada en nuestra sede, que el Consejo Legislativo del Estado Miranda declarase al CEMAG Patrimonio del Estado Miranda, bajo la figura de Institución de Buenas Prácticas Sociales y Ambientales.
El trabajo continúa.
22 noviembre de 2018

 
Fotografías cortesía de Rhadamé Livinalli, Efrén Toro, CEMAG
 

 


 

 

 

 

 

 

 





 

 

 

 

 

 
 

domingo, 21 de octubre de 2018



Los ríos del Municipio Zamora

Aníbal Palacios B.

         La palabra “rivalidad” proviene del latín “rivalis”, y esta de “rivus” (riachuelo, arroyo). Es que antes los La palabra “rivalidad” proviene del latín “rivalis”, y esta de “rivus” (riachuelo, arroyo). Es que antes los ríos eran tan importantes para las comunidades que  solía generarse disputas sobre su propiedad, acceso y uso. Cualquier manantial, quebrada o riachuelo era defendida y protegida con afán porque representaba la vida. Con el tiempo los ríos fueron descuidados y el hombre buscó otras excusas para pelearse con el prójimo.

Durante las primeras décadas del siglo pasado las autoridades municipales se preocuparon por los ríos de nuestros valles, y solo intervinieron en ellos con el fin de aprovechar el caudal para acercar sus aguas a la población urbana. Desde entonces esos ríos han sostenido una desigual lucha contra políticos negligentes, depredadores forestales, religiosos indolentes, funcionarios indecentes, invasores profesionales y comerciantes inescrupulosos dueños de autolavados que vierten el aceite de los vehículos al cauce con el beneplácito de las autoridades.

Dique El Norte
A los concejales de 1936 corresponde el honor de haber promovido la construcción de un dique en la Hacienda el Norte para llevar agua a la población, sustituyendo así un viejo acueducto que ya era insuficiente. Todo esto sin destruir el río, con menos recursos económicos, menos tecnología y sin legislación ambiental protectora. Zamora es uno de los municipios con mayor riqueza hidrográfica del estado Miranda y le debemos atención y cuidados para obtener provechos sociales y económicos fortaleciéndolos, no destruyéndolos, de manera que podamos legar a las generaciones futuras los que en buen estado recibimos de la generación que nos precedió.

 En Guatire

Al Oeste de la población, en las montañas de Zamurito, nace el río Santo Cristo, conocido como río Zamurito por efectos de la suplantación toponímica que el nombre de la antigua hacienda cafetera impone por cortesía de los pobladores urbanos. El río Santo Cristo discurre por las laderas y al llegar a la falda de la montaña se une a las aguas de la quebrada Cucharón en un sector conocido inicialmente como La Planta –por una generadora de electricidad que allí hubo- y que hoy llamamos Perque. De la confluencia de esos ríos nace el Guatire, que por obra y gracia de la comodidad lingüística popular y la negligencia de funcionarios municipales y algunos comunicadores sociales se le conoce como El Ingenio, ante la majestuosidad de la antigua hacienda homónima, la más productiva de la comarca hasta mediados del siglo XX. No obstante, insistimos, su denominación autóctona, oficial e histórica es río Guatire, nombre emblemático de la otrora apacible aldea Santa Cruz del Valle de Pacairigua y Guatire; se trata de la toponimia aldeana en la cual se fundamentan los orígenes de la población, por lo que no debe permitirse la distorsión. Es un punto de honor, no se negocia; no existe en el municipio Zamora ningún rio llamado El Ingenio, a despecho del proyecto aquel convertido en bodrio al que pretendieron llamar Parque El Ingenio por un inexistente rio que solo fluía en la mente de sus promotores y cuyas aguas, no podía ser de otra manera, se enturbiaron y lo condujeron al fracaso. El río Guatire riega uno de los dos valles que sirven de escolta a la colina donde se erigió el pueblo; tiene aproximadamente 8 kilómetros de longitud y al llegar a Las Barrancas se orienta hacia el Este en busca del río Pacairigua, al cual se une cerca de la entrada de Sojo.

Un poco más al centro del territorio zamorano nace el río Norte, cuya cabecera está justamente en la hacienda cafetalera del mismo nombre, a una altura de 1400 metros. Su recorrido es de poco menos de 10 km. Una hermosa cascada, playa y balneario conocida como La Llovizna, que deleitó a varias generaciones de guatireños, es el regalo de despedida de este río antes de unirse al río Aguasales, para dar vida al Pacairigua.  

La Llovizna

Si continuamos hacia el Este encontramos al río Aguasales, a veces llamado La Siria y definitivamente mal llamado La Churca. Nace entre las filas de Aguasales y las Perdices, entre 1600 y 1800 metros de altura y su longitud es de 9 km aproximadamente; al igual que el río Norte en su final, obsequia el Aguasales a la muchachada guatireña un hermoso y emblemático pozo, La Churca, para que luzcan sus dotes clavadistas, aunque con muchísimo riesgo físico, por lo que no lo recomendamos. Lo cierto es que a pocos metros de La Churca los ríos Norte y Aguasales unen sus corrientes para formar otro de los íconos toponímicos representativos de nuestra ciudad, el río Pacairigua, a veces mentado Santa Cruz por la terca comodidad pueblerina de asociar el nombre de sus ríos a las haciendas de caña; su longitud es de aproximadamente de 7 km. Cerca de la entrada de Sojo, los ríos Guatire y Pacairigua se unen, y se impone el nombre de este último hasta su confluencia, en El Calao, con el río Grande, que a muchos kilómetros de allí recibirá también las aguas de los ríos Araira, Chuspita y Morocopo para adentrarse en territorios del municipio Acevedo.

 En Araira

Ya en la acogedora parroquia Bolívar tenemos el río Araira que nace en las estribaciones montañosas que conforman los topos El Oso y Cogollal a una altura que varía entre los 1600 y 1800 metros sobre el nivel del mar. Su longitud es de 25 km aproximadamente desde su vertiente principal en el topo El Oso hasta su desembocadura en río Grande.

Si dejamos atrás la otrora Colonia y nos adentramos un poco en busca del famoso lar de las mandarinas, nos encontramos primero con el río Chuspita, que nace en las vertientes Este y Sur del topo Majagual, a unos 1400 metros sobre el nivel del mar, y drena entre Las Pavas, topo Redondo y topo El Camejo, con un recorrido aproximado de 38 kilómetros, lo cual lo convierte en el río de mayor longitud en nuestro municipio; desemboca también en el río Grande, que recoge todas las aguas guatireñas con excepción del río Salmerón.

El río Salmerón nace en los sectores conocidos como Brazo Grande y Brazo Chiquito, montaña adentro, entre topo Redondo y la Fila del Viento, aproximadamente a 1.000 metros de altura. Se nutre con Quebrada Honda y se dirige a la Fila de las Perdices en un recorrido aproximado de 15 km., y confluye en la quebrada de El Bagre, en el sector Las Tapas, a partir de ese lugar pasa llamarse río Capaya, que nace en territorio zamorano y luego se dirige a regar los valles del municipio Acevedo, donde decae topográfica y ambientalmente.

Las montañas de Santa Rosalía y El Amarillo, a una altura relativamente baja de entre 400 y 600 metros, dan vida al río Cupo, que se nutre de las quebradas de María, los Saltrones y El Amarillo, y con una longitud aproximada de 13,5 km., drena también hacia el río Grande.

 El Río Grande y su carga de angustia

Por la parte Sur es poca el agua que riega tierras guatireñas, pero allí tenemos al río Morocopo, con una longitud aproximada de 6,5 km. que nace entre las filas de Morocopo y Tierra Negra, al sudeste de Cupo y desemboca en río Grande, en el sector Los Jobos del Municipio Acevedo. Es precisamente ese río Grande que tantas veces hemos mencionado, el mayor colector de las aguas zamoranas, y el único que no mana de nuestras montañas. Se trata del mismo río Guarenas que cambia el nombre al entrar en tierras zamoranas y al nutrirse de las aguas de estos valles. Se extiende por todo el flanco sur del municipio y su cauce natural fue modificado en parte por la construcción de la autopista de Oriente. Tiene el dudoso honor de recibir también las aguas servidas de Guarenas y Guatire, efectos estos que llegan al río sin ningún tipo de tratamiento.

 Las Quebradas, chicas pero cumplidoras

En cuanto a las quebradas, la conocida con el poco elegante nombre de Cañaote del Barrio, otrora tuvo una denominación más ostentosa -como lo estableció René García Jaspe-: los indios la llamaban Taparaquao o quebradas de las taparas, y por su cauce fluía agua clara de manera constante.
Otra quebrada que vio pasar mejores tiempos fue la de Care, cuyas aguas también fluían de manera permanente. Por los lados de la Urbanización La Rosa (donde nunca hubo flores sino gamelote que los vecinos acudían a rozar, en busca de alimentos para los animales domésticos, por lo que la llamaron simplemente “la roza”), tenemos a la porfiada quebrada Muñoz, que en su terco discurrir se negó a morir ante la acción urbanística y reapareció a poca distancia con otro nombre, laguna La Rosa, para ver si la dejaban quieta pero ahora es peor. En la Urbanización Las Casitas fluía la quebrada Tapaima, nombre original de esa comunidad por sugerencia de Jesús María Sánchez. Por otra parte, en El Rodeo, en un sector hoy llamado Altamira, muy cerca del botadero de basura, también corre una quebrada que en algún momento llegó a ser de mucha utilidad a los agricultores de la región, hasta que vino el progreso y le interpuso un basurero. En su mejor época llegó a conocerse como la quebrada de Ceniza, cuando sus aguas regaron este pequeño valle ubicado en la entrada de Araira. Por su parte, el cauce de la quebrada de Canela sólo corría agua durante el invierno tropical. Otra quebrada importante es la de Tio Pedrote, que nace en Casupal y desemboca en el pozo La Llovizna en Chuspita de Lima; de allí es Oscar Muñoz Lima con quien, por cierto, verificamos las longitudes expuestas. Iginio Palacios, vecino del sector indica que su corriente es permanente, fluye todo el año.

Nuestros ríos son nobles, resisten el desinterés de las autoridades y la desidia de muchos usuarios; a veces se molestan y pasan factura con crecidas en las que pagan justos por pecadores. Preservarlos no es difícil ni costoso. Nelly Pittol, por ejemplo, una vez explicaba la importancia del bambú que crece en sus márgenes, como elemento natural de contención de sus aguas. Así que tenemos una tarea pendiente. 

martes, 9 de octubre de 2018


La emblemática conserva de cidra
Aníbal Palacios B.
          El origen de la conserva de cidra, el dulce más representativo de la artesanía culinaria guatireña, hay que buscarlo siglo XIX abajo, a juzgar por el testimonio de quienes convirtieron su elaboración en una actividad comercial organizada, sistemática y rentable a principios del siglo pasado.
 
          La cidra; así, con ce, porque la conserva de sidra (con ese) podrá ser acaso un pay de manzana, pero la tradicional, auténtica y exquisita conserva guatireña es elaboraba con cidra que traían indistintamente de Jericó, Chuspita del medio y el Bautismo directamente a la casa de la familia Espinoza ubicada en un sector conocido entonces como La Lagunita, que hoy llamamos calle Santa Rosalía. Antes de eso la golosina era elaborada por diversas familias para un mercado básicamente local y en ocasiones puntuales como fiestas patronales y eventos de menor envergadura pero que congregaban a muchos vecinos en un solo lugar. Conversamos con Nelly Tovar Espinoza, sobrina-nieta de quien tiene el mérito de haber enriquecido la cultura culinaria de tres generaciones de guatireños. Nelly habla con la convicción y la emoción que da el haber vivido la experiencia.

Francisca, la emprendedora
          El término emprendedor ha tomado mucha relevancia en los últimos años pero ya a principios del siglo XX Francisca Espinoza era toda una mujer ingeniosa y pudo visualizar que la confección de la conserva de cidra realizada con criterios fabriles no solo mantendría a su familia en una época de economía deprimida sino que además, podía proyectarse como una referencia aldeana de la granjería criolla aún por sobre otras ofertas como el Pan de horno, el Papeloncito de azúcar y el Almidoncito de Yuca, para hablar solo de los tres dulces más distinguidos del arte culinario local. Tal fue su previsión, disposición y empeño que la conserva de cidra hoy por hoy representa el alimento más emblemático de la gastronomía aldeana, tal vez por exclusiva y seguro por deliciosa, a pesar de que la actual generación la desconozca porque no se produce con la regularidad de antaño.
         En 1925, Margarita Rico enseño a Francisca Espinoza y a la familia Graterol el proceso de elaboración del dulce, pero fue Francisca quien le sacó más provecho al aprendizaje. De inmediato compartió con sus hermanas y sobrinas todo lo aprendido y les instruyó sobre la manera de comercializar el producto. Así, siempre innovadora, formó una especie de cooperativa familiar con Antonia (quien se convirtió en lo que hoy llamaríamos la chef), Eva Luisa, Dilia y Fortunata. Se desconoce si Francisca había leído La Riqueza de las naciones de Adam Smith o si fue puro olfato productivo, lo cierto es que nuestro personaje pronto comprendió la necesidad de aplicar el concepto de división del trabajo y, siempre en familia, incorporó a las primas Porto-Espinoza (Olga, Juanita, Rosa Amelia),

Proceso de elaboración
        La cidra es una fruta cítrica pulposa parecida a una parcha granadina de concha gruesa y áspera. Llegaba a la casa de las Espinoza en La Lagunita en sacos de 50 kg aproximadamente. Miguel Ángel Lima era uno de los principales proveedores. La actividad  comenzaba con el lavado, que de por sí requiere mucha agua para quitarle el sabor amargo; luego se procede al rallado. Para esta parte del proceso productivo, dada la ingente cantidad de frutos que requería satisfacer la demanda del producto, se construyó un rallo especial con una lata (recipiente de aceite o manteca de cochino en forma cúbica) extendida cuyos huecos se forjaban con un clavo. Este duro trabajo lo realizaba Alejandro Gámez Espinoza (Nano) en casa de las Porto, ubicada en el Cerro de piedra de la calle Miranda, contigua a la Santa Rosalía, que formaba parte de la cadena de producción. Es pertinente aclarar que a diferencia del dulce de Cabello de Ángel, la pulpa de la cidra se desecha; es la concha del fruto la que se utiliza para elaborar la conserva. Luego viene la molienda; para esto se utilizaba una máquinas Corona, frecuentemente usadas para moler maíz pilado (que estaban es desuso pero cuya renovada demanda es producto de la crisis económica actual). Juanita, Ninfa, Rosa Amelia, Ana Luisa y Socorro conformaban esta unidad operativa.
El Criollito, salida de la calle Santa Rosalía
       Una vez colocada la masa en grandes azafates venía la cocción. Para esto se disponían de enormes pailas de bronce de un metro de diámetro y medio metro de profundidad, sobre un fogón de leña que transportaban en burro hasta la casa de las Espinoza, y a fuego lento, por espacio de tres horas,  entraban en acción las paleteras, con una especie de remo de madera. Este pesado trabajo lo realizaba un equipo conformado por Dilia, Lucina (Vitola), Conchita Pérez y Dominga Pérez. El azúcar también era materia prima guatireña, y lo proveía la prestigiosa Hacienda La Margarita en sacos de 10 kg (cada paila empleaba esa cantidad). Una vez terminada la cocción la conserva se tendía en bateas moldeadas en madera (que fabricaban los Ruiz en la carpintería ubicada justo en frente de la casa de las Espinoza), se oreaba y el proceso finalizaba con el secado al sol por espacio de tres a cuatro horas y requerían voltearse por ambas caras. Esta etapa es fundamental en la confección del producto puesto que le da el característico y distintivo endurecimiento exterior de la conserva y mantiene la suavidad y textura de la parte interna. Con días nublados no se elaboraban conservas y si al atardecer no estaban a punto, las conservas se almacenaban en un cuarto especial, porque no podían serenarse. El aroma del delicado producto atraía a los vecinos, pero estos eran potenciales clientes; el problema eran las abejas que había que espantarlas con soplete y quitar cuidadosamente las ponzoñas de aquellas que no lograban ser persuadidas.
       Finalmente se envolvían en papel blanco de bodega a razón de dos unidades por paquetes y se ofrecías al público a un precio de 0,75 bolívares (real y medio, en los términos monetarios que aún se usaban en aquel entonces, pero que pertenecían a la unidad monetaria derogada por Antonio Guzmán Blanco cincuenta años antes), que para aquel entonces equivalía a casi un tercio de dólar.

Subproductos
A la izquierda, Bodega de Peruchito Toro
       Los limoncitos eran una especie de complemento de la conserva; constituían la delicia de los niños porque su precio era más accesible: un centavo (0,05 céntimos) que por lo general era la única moneda al alcance de toda la chiquillería. Tenían la forma de un limón, de allí su nombre, pero la materia prima era la misma, aunque no tenían la misma textura del revestimiento de la conserva. Para los efectos económicos Francisca Espinoza pensaba en todo, la producción del limoncito facilitaba lo que hoy conocemos como el indispensable ”flujo de caja”.
       Nelly Tovar Espinoza, docente, destacada atleta guatireña y cantante, por lo demás, nos cuenta que también había una especie de departamento de Seguridad encargado de que los niños de la familia no metieran la mano, porque pese a la sana y severa costumbre del respeto y el persuasivo método de la mirada severa  y, en casos extremos, la oportuna cachetada (o chancletada), el aroma era una tentación muy grande. Confiesa que llegó a infringir las normas en varias oportunidades y recibido el justo castigo, pero eso nunca la detuvo, y eran justamente los limoncitos la razón de sus tormentos.

La distribución
        Braulio Istúriz, ya célebre por la elaboración de sus papeloncitos de azúcar, era el encargado de distribuir el producto en el mercado caraqueño aprovechando la amplia cartera de clientes cautivos que tenían sus golosinas. Así, los mercados de Coche, San Jacinto y Quintacrespo esperaban ansiosos la llegada de Braulio. Gustavo Matico Tovar se encargaba de los clientes de Guarenas y Barlovento, y en Guatire usted podía comprarlos en el Restaurant El Criollito (en la esquina de la calle Bermúdez con Santa Rosalía), la bodega de Peruchito Toro (donde hoy está el BOD) y la Panadería Urrutia (final de la Bermúdez, cerca de la actual panadería  El Socorro).
        Rómulo Betancourt fue el primero en llevar el producto al exterior. En sus frecuentes visitas a Guatire, públicas o clandestinas, solicitaba las conservas de cidra, primero donde las Espinoza, luego en casa las Porto, y solía embalarlas para disfrutarlas en sus viajes como Jefe de Estado. Ya para los años sesenta la segunda generación de la familia Espinoza se fue a Caracas, pero sus primas, las Porto, continuaron con la tradición desde su casa en el Cerro de Piedra. El producto perdió presencia externa porque el crecimiento de la demanda local absorbía la producción, pero paradójicamente se regó por todo el país porque los guatireños viajantes la repartían por todas partes a manera de obsequios.  
Clara Pacheco
    Las Porto ya creciditas se mudaron a Caracas y decayó la elaboración de este apetitoso manjar, pese al empeño de las Arnal, vecinas de las Porto, quienes obtuvieron la receta, y de Clarita Pacheco que además de mantener la tradición culinaria del Almidoncito de yuca, ha luchado por rescatar el de la conserva pero tiene un grave problema: no consigue quien le suministre la cidra. Clarita está dispuesta a dictar talleres para su elaboración si obtiene la materia prima de manera constante. Otros artesanos de la culinaria local se han sumado al proceso de elaboración de la conserva de cidra, pero sin lograr el punto exacto de su exquisitez que le da la ausencia del amargo característico de la fruta.
Guatire, octubre de 2018