FRANCISCO DELGADO DALO:
LA VISION FUTURISTA DE UN CONCEJAL GUATIREÑO
Aníbal Palacios B.
El
terremoto del 29 de octubre de 1900 puede servir como punto de partida para un
análisis de la gestión municipal en Guatire, porque nos permite observar dos
claras tendencias de estilo gerencial que podemos definir como de carácter
social, el que prevaleció desde citada fecha hasta el 23 de enero de 1958; y política, el que hemos conocido a partir de
la caída del gobierno de Marcos Pérez Jiménez.
Terremoto de 1900 (Foto El Cojo Ilustrado) |
A las 4 de la mañana del 29 de octubre del
año 1900 un violento terremoto sacudió al bucólico pueblo de Guatire y destruyó
casi todas sus viviendas desde La
Lagunita (Macaira), hasta los
predios de Curazao, límites urbanos
de Norte y Sur, así como entre las Calles Manzanares
(hoy calle 9 de diciembre) y Sucre,
límites de Este y Oeste. De la iglesia, sólo quedó en pie la Torre del
Campanario, visiblemente fracturada. Luego de las lamentaciones de rigor, un
grupo de ciudadanos entre los que destacaban Antero Muñoz Escalona, Elías
Centeno, Luis Betancourt y Antonio García Guerra, asumen la responsabilidad de
reconstruir al pueblo en general y a la iglesia en particular. Ese
comportamiento fue el modelo de gestión municipal que guió a las autoridades
municipales guatireñas durante seis décadas; es decir, solucionar los problemas
del pueblo, sin excusas por falta de recursos presupuestarios. Acueductos,
escuelas, hospitales, calles y plazas quedaron como evidencias tangibles de un
mandato administrativo orientado al servicio de una comunidad y no de intereses
personales o grupales. Llegó la democracia y los criterios políticos comenzaron
lentamente a imponerse sobre los fundamentos sociales y luego, en los últimos dieciocho
años, el desatino, la improvisación y el desarraigo aldeano, se convirtieron en
el manual operativo de la gestión municipal.
La
excepción que confirma la regla
Desde 1958 hasta el 2015 han ejercido la dirección
de la Administración Municipal en Guatire unas 20 personas; bajo la
denominación de Presidente del Concejo Municipal, al principio y luego como Alcaldes,
a partir de 1989. De ellas solamente podemos catalogar como sobresaliente la
gestión de Francisco Delgado Daló, quien ejerció como Presidente del Cuerpo
Edilicio entre 1968 y 1971, y luego entre 1983 y 1985. El criterio de gestión gubernamental
que orientó el mandato de Francisco Delgado fue el de quienes condujeron los
destinos del pueblo durante las primeras seis décadas del siglo XX; es decir
darle un matiz social a su administración, por lo que los resultados no se
hicieron esperar. Un problema recurrente del guatireño ha sido la falta de vivienda, aún en épocas de poco movimiento migratorio, situación que se vio agravada con el terremoto de 29 de julio de 1967. Guatire no tuvo ejidos, lo cual visto en retrospectiva, dado el comportamiento habitual de los dirigentes políticos del país, podemos considerarlo una bendición. Eso motivó que los dueños de las haciendas que circundaban el municipio, cedieran terrenos para que sus trabajadores construyesen viviendas cerca de sus lugares de trabajo, pero en pocos casos se legalizaron títulos de propiedad y cuando el terremoto destruyó sus casas y surgió el convenio entre Fedecámaras y el Banco Obrero para reconstruirlas se presentó el problema de respaldo al préstamo hipotecario. Francisco Delgado, en un acto de absoluta justicia social pero carente de fundamento jurídico, dictó una Ordenanza que convirtió al Municipio en garante de los préstamos y agilizó los trámites de traspaso de la propiedad de los terrenos afectados. Al final las hipotecas fueron condonadas, pero el problema se enfrentó con hidalguía.
Las Barrancas, el barrio más antiguo de
Guatire y quizás el más olvidado, recibió una atención integral: asfaltado,
acueducto, cloacas, la Capilla de Santa
Isabel de Guía y una cancha deportiva. La Urbanización Tapaima (o Las Casitas, o Arnaldo Arocha, como quiera usted llamarla) fue producto de la
gestión de Francisco Delgado, desde la consecución del terreno hasta la edificación
de las viviendas y el urbanismo inicial. A todas las barriadas de la población
se les construyó canchas deportivas y se les atendió otras necesidades. Las
familias de Araira recibieron títulos de propiedad de los terrenos de sus
viviendas, que eran propiedad del Instituto Agrario Nacional y el bulevar
paralelo al rio se convirtió en un desahogo vial expedito. Todo eso con un
pírrico presupuesto municipal; es decir, que el trabajo en favor de las
comunidades de realizó a fuerza de
gestiones políticas ante instituciones públicas y privadas.
Visón de
futuro
A la par de atender las barriadas, Francisco Delgado acometió la obra social más transcendente del período democrático en Guatire: la remodelación del casco urbano de la población. El proyecto no tuvo oposición política ni ciudadana; todos entendieron la necesidad de ampliar la calle Bermúdez (cuyo propósito inicial la extendía hasta Terrinca), y la calle Miranda (que en su primera etapa debía llegar hasta el Colegio San Martin de Porres). Sólo hubo un poco de comprensible aflicción por parte de algunas familias residentes en dichas calles cuyos hogares de ancestral tradición debían modificarse para ceder espacios (unos 10 metros de cada frente) que permitiese convertir las calles en avenidas. Cora de Useche, Lourdes Hernández, Ángel María Daló, la familia de Régulo Rico, los Muñoz, García, Graterol, etc., enfrentaron su propia nostalgia convencidas de que el pueblo requería una cuota de sacrificio urbanístico. Lágrimas no faltaron, pero comprensión tampoco. De no haberse ampliado estas vías, Guatire sufriría un caos vial semejante al de las calles Páez y Comercio de Guarenas, agravadas por la carencia de ejidos que se constituía es una especie de camisa de fuerza que constreñía el desarrollo urbano. Guarenas pudo crecer hacia las áreas periféricas, aislando al casco central; Guatire ni siquiera tenía esa opción. Hoy, un autobús de pasajeros tendría que maniobrar en las 4 Esquinas hacia adelante y atrás para cruzar de la calle Bermúdez hacia la Miranda.
Paralelamente, Delgado Daló conversó con los
propietarios de las Haciendas El Rincón, El Palmar, La Margarita y El Ingenio y
les expuso que de no urbanizar sus predios corrían el riesgo de ser invadidos,
porque la presión social era alta y a la municipalidad cada vez le era más
difícil contenerla. En pocos años surgieron proyectos urbanísticos en La Rosa,
Valle Arriba, Villa Heroica y Castillejo. Por otra parte se invitó a numerosas
empresas para crear parques industriales con la oferta de exonerar impuestos
por un año, con la condición de que empleasen mano de obra local, porque hasta
ese entonces, los guatireños trabajaban en Caracas y Guarenas. El Centro Cívico
era muy grande para albergar la nómina de trabajadores (¡Que en ese entonces si
trabajaban!) del Concejo Municipal, por lo que hubo que alquilar un piso entero a Eleggua y cederle la azotea al CEMAG. El Cañaote del Barrio pasó a llamarse Bulevar I y II, al ser embaulada la
maloliente quebrada y construida las caminerías; se reforestaron las calles en
labor conjunta con el CEMAG y se edificó la Sala de Fisiometría. Todo eso logró
Francisco Delgado Daló a pulso de visión futurista y gestión política y
administrativa concebida en función de generar bienestar a la comunidad, porque
los recursos presupuestarios eran escasos; vendrían, sí, después, precisamente
como consecuencia de su gestión al promover la construcción de esas viviendas
que generarían impuestos catastrales y esas industrias que aportarían ingentes
impuestos municipales, que hoy sirven sólo para alimentar la voracidad política
y burocrática.
Sí, Francisco Delgado Daló es un político que
se convirtió en paradigma de lo que debe ser un gerente municipal; allí está su
obra, la tangible y la intangible, porque ambas se pueden valorar e imitar.
Delgado Daló recuperó el carácter social de la gestión gubernamental de quienes
dirigieron los destinos de Guatire y Araira durante la primera mitad del siglo
XX, y así merece ser reconocido.