¡Se
derrumban las 4 Esquinas!
Joseito
Espinoza predijo el terremoto de 1967
Aníbal Palacios B.
Un anuncio promocional por medio de un
volante entregado de mano en mano el día 25 de julio de 1967 anunciaba: “¡Se derrumban las cuatro esquinas!,
y una campaña publicitaria a través de Radio Industrial en la peculiar y
estridente voz de Luis Reyes, sirvieron de marco para que la tienda Las Cuatro Esquinas anunciara a la comunidad de Guatire,
Guarenas y Araira un remate de mercancías que comenzaría casualmente el sábado
29 de julio, que resultó premonitorio porque justamente ese día, literalmente, ¡se derrumbaron las
cuatro esquinas! y no precisamente en precios como
pretendía Joseito Espinoza, dueño del establecimiento.
Si usted pregunta en Guatire y
Araira quién es José Espinoza, nadie le respondería con exactitud. “¿Es de por aquí?” preguntarán quienes tengan
la voluntad de orientarlo. En cambio, si pregunta por Joseito, a secas, o
Joseíto Espinoza, si desea ofrecer más datos, entonces sobrarán detalles. No
era hijo de ningún José como pudiera pensarse, sino de Vicente Espinoza porque
José era su tío. Joseito era el propietario de la tienda Las Cuatro Esquinas, ubicada en un emblemático sector de Guatire
que aún conserva el nombre y la referencia geográfica. Ocupaba la esquina
noroeste del conocido lugar y competía con Tienda
las 3 B (Bueno, bonito y barato), Casa
Cultura (luego Casa Grippa) y Bordados Aurora, separados entre sí por
menos de cien metros. Había que ofrecer buenos precios para atraer a la
clientela y agosto era un buen momento porque durante el período de vacaciones
escolares disminuían las ventas. Joseito pautó una campaña publicitaria por Radio Industrial e imprimió un millar de
volantes en el que resaltaba la atractiva frase Atención –Se derrumban las cuatro
esquinas- Atención. En
negritas la primera y última palabra y con una altura de dos centímetros el
anunció central. La promoción estaba pautada para comenzar precisamente el
sábado 29 de julio y culminar el viernes 18 de agosto, pero Joseíto apenas pudo
mantener la oferta un solo día.
Para 1967 la calle Bermúdez era casi netamente comercial,
mientras que en la Miranda predominaban
las residencias. Los establecimientos comerciales prolongaban sus servicios
hasta las nueve de la noche, cuando terminaba la primera función del Cine Bolívar, de Cipriano Rodríguez.
Dicho y hecho
Tienda Las 4 Esquinas |
También a las 8 de la noche, Aurora Llaca, copropietaria de Bordados Aurora, salía de su casa, sede también de su tienda ubicada en la calle 9 de diciembre, frente a la Ferretería El Chamaco (hoy Edificio Pompa). Iba al supermercado a realizar unas compras para la cena familiar y al salir se encontró con una dama, cliente por lo demás, quien se dirigía a la parada de autobuses, rumbo a Guarenas. Ya en la calle Bermúdez, a unos 30 metros de las 4 Esquinas, Enriqueta Villani detuvo a Aurora para pagarle una mercancía que horas antes había adquirido en la tienda, pero la dama acompañante le dice “yo sigo, estoy apurada” y continuó su marcha. Justo al llegar a la tienda de Joseito Espinoza, se produjo el terremoto y el consecuente desprendimiento de la cornisa que la mató e hirió a Josefina González. Pasado el susto Enriqueta y Aurora corrieron a socorrer a la dama referida, pero nada pudieron hacer. ¿Casualidad? ¿Destino? La repentina aparición de Enriqueta salvó una vida y pudo salvar dos, de no ser por la prisa de la desconocida mujer en tomar un autobús que la trasladaría a Guarenas. Hubo otra persona herida, según se supo luego: la Niña Reverón. El sismo duró alrededor de 35 segundos; luego se produjo un torrencial aguacero.
Ya cerca de las 9 de la noche volvió la calma, Joseito cerró los portones de la tienda y trató de comunicarse con Camila, su esposa, que en ese momento debía estar en Araira, ya que era madrina de boda de Alejandrina Toro, pero esa es otra historia.
Noche de bodas
En el año
1961 se debatía en Guatire la conveniencia de construir un nuevo templo o remodelar
el existente, cuya última modificación databa de 1885 y había sido duramente dañado
por el terremoto de 1900. Ese era precisamente el argumento de quienes,
encabezados por el padre Mariano Marianchic, solicitaban una nueva edificación
porque la existente se había reconstruido sobre las viejas y maltrechas ruinas
dejadas por el terremoto. No hubo acuerdo entre los parroquianos, por lo que el
presidente Rómulo Betancourt convocó a una veintena de paisanos a una reunión para
dilucidar el asunto, el lugar fue la quinta Los
Núñez, ubicada en Altamira, residencia presidencial para aquel entonces. Un
concluyente y documentado informe del Ministerio de Obras Públicas determinó que la vieja estructura no
aguantaría un terremoto, por lo que la balanza se inclinó por la construcción
de un nuevo templo, que finalmente se inauguró en 1965.Para la noche del 29 de julio de 1967 el padre Mariano tenía una agenda saturada. Esa noche estaban programadas tres bodas y la feligresía llenaba el templo como si de una misa de Semana Santa se tratara. Novios, familiares, curiosos, chismosos y los habituales de siempre que tenían por costumbre presenciar cuanto matrimonio se realizara en la parroquia, ocuparon todos los espacios disponibles. María Josefina Gutiérrez y Luis Felipe Ruiz, Rosaura Silva y Rafael Eduardo Fuco Acevedo, Sonia Yolanda Utrera y Juan de Jesús El Negro D’León, se disponían a contraer nupcias esa noche en la iglesia Santa Cruz de Pacairigua, mientras que en Araira lo harían Alejandrina Toro y Jesús Álvarez. En el templo guatireño se pautó el comienzo de la ceremonia a las 7 de la noche, por la cantidad de contrayentes; mientras que en la iglesia Nuestra Señora del Carmen los invitados fueron convocados para las 8 de la noche. En Guatire se cumplió el programa sin novedad; pocos minutos antes de las ocho, ya todo el ritual matrimonial había concluido y los contrayentes se habían marchado a las celebraciones correspondientes. A las 8:05 de la noche permanecían en la iglesia el padre Mariano, los monaguillos y alguno que otro curioso, por lo que al producirse el terremoto todos pudieron salir sin mayores dificultades. La iglesia ofrecía seguridad física y, por supuesto, también espiritual pero (por si acaso) era mejor estar en la calle. Para el momento del terremoto las tres parejas de recién casados se disponían a celebrar el acto entre familiares, amigos y alguno que otro coleado, que nunca faltan.
María Josefina Gutiérrez y Luis Felipe
Ruiz
La novia
tenía 18 años y acababa de graduarse de maestra en el Colegio Santa María Goretti. Había sido asignada al Colegio Eugenio P. D´Bellard cuya sede
era la vieja casona de La Carbonera, cuya
estructura quedó muy destrozada por el sismo. El novio era Supervisor en Hilana, la hilandería sita en Guarenas. La
recepción fue en casa de la familia de la novia, ubicada en la calle Páez. Fueron
los primeros contrayentes de la noche, por lo que la ceremonia del vals, el
brindis y las fotografías de rigor ya había concluido. Mientras que María
Josefina atendía a los invitados Luis Felipe bailaba con su hermana Angélica. “Nos
fuimos de un lado para otro y comenzó a caernos tierra del techo”,
cuenta Luis Felipe. Se trataba de una vieja construcción con techo de teja y
caña amarga. “Solté a mi hermana, busqué a María Josefina y corrimos a la calle”,
continuó el novio. Como debe ser, acotamos nosotros. Todos los invitados salieron a la calle ya atestada de vecinos asustados; pocos tenían la claridad mental suficiente para saber qué hacer; pero en medio del barullo, hubo una persona que si mantuvo la calma, la estoicidad y la imperturbable serenidad de quien nada teme. Ysaura Posteraro Gutiérrez, sobrina de la novia, fue la única persona que se quedó en casa y, créalo o no, sin miedo alguno, a lo sumo quizás desconcertada. Afuera alguien gritó “¿y la niña?” y como si de una escena de Mi pobre Angelito se tratara, la madre, el abuelo y unos tíos corrieron a buscar a Ysaura que, con apenas 10 meses de nacida, sonreía ante la avalancha de caricias, besos y abrazos que nunca antes había recibido en tan poco tiempo.
El palo de agua obligó a todos a refugiarse nuevamente en la casa que por lo demás era una regadera por la gotereas del fracturado techo. Domingo Gutiérrez, padre de la novia, decidió que la fiesta continuaría en El Ingenio, en una casa que tenía asignada por su rol de administrador de la Vaquera de Chuchú García. La mayoría de los invitados no asistió porque se fueron a sus respectivos hogares para ver qué había ocurrido; sólo los familiares de la pareja aceptaron la invitación, así que se fueron con su música, comida y bebida a otra parte. La casa quedó sola, situación que aprovechó un ladronzuelo para robarse algunos regalos. La pareja había alquilado un apartamento en el local donde funcionaba el cine Bolívar, y allí se trasladaron a los cuatro días, una vez superado el miedo a una nueva experiencia.
Rosaura Silva y Rafael Eduardo Fuco Acevedo
Sonia Yolanda Utrera y Juan de Jesús El Negro D’León
Fue la última
boda de la noche; la pareja y sus invitados se dirigieron a la calle El Rosario donde a mitad de la misma,
poco antes de llegar a la calle Zamora,
Santiago Mendoza les había prestado su vivienda para la recepción. Comenzaron a
bailar el Danubio azul cuando de
repente la aguja del tocadiscos de deslizó por toda la superficie del long play
en señal de que algo andaba mal. Un invitado gritó “¡Un terremoto!” y todos corrieron a la calle. En este punto de la
narración no pudimos determinar la correcta secuencia de los hechos porque tras
cincuenta años de su ocurrencia la memoria suele ser tramposa. Lo cierto es
que, a pesar de estar bailando juntos, Sonia dice que El Negro corrió primero hacia la salida y ella lo siguió, pero él
insiste en que fue al revés, que ella salió despavorida hacia la calle y ante
el temor de que un carro la atropellara, corrió tras ella para detenerla. Para
sustentar su argumento acota que se resbaló con el arroz que se había regado en
el piso y al caerse una cabila del jardín rasgó su pantalón desde el tobillo
hasta la cintura. Ignoro que tiene que ver una cosa con la otra pero la
desavenencia continuó y debo admitir que la disfruté e incluso le agregué mi
granito de arroz: “¿Alguien más se
resbaló”? –pregunté-. A fin de cuentas no es la primera vez que la pareja
discrepa, ni será la última. Los invitados lógicamente se fueron a sus hogares y
los familiares regresaron a la casa cuya estructura no sufrió daños, vasos,
platos, botellas, todo cayó al piso, excepto la torta que en el centro de la
mesa se inclinó como una torre de Pisa, pero resistió el embate. A nadie se le
ocurrió revisar la habitación donde estaban los regalos; bueno, en realidad alguien
lo hizo y se los llevó casi todos. Pensaban visitar la isla de Margarita en
viaje de luna de miel, pero toda la región costera del país era un desastre. La
pareja había fijado su residencia en Calvarito y hacia allá se dirigieron con
la angustia de no saber en qué condiciones estaba la vivienda, pero cuando El Negro abrió la puerta y observó que
todo estaba intacto, pudo respirar con mayor tranquilidad.
Alejandrina Toro y Jesús Álvarez
El Notario
puede decir lo que le dé la gana, pero Camila Espinoza, Camila León y Camila
León de Espinoza son una misma persona. Camila Espinoza, esposa de Joseito
Espinoza, era la madrina de boda de Alejandrina Toro y Jesús Álvarez y a las 8
de la noche debía estar ante el altar de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, pero a esa hora apenas salía de Guatire
en un vehículo conducido por su hermano Rubén León. Fue un hecho providencial,
su puntualidad tal vez hubiese producido una tragedia como consecuencia del
terremoto porque el templo estaba lleno de feligreses y estos podían reaccionar con pánico. Por su parte, Alejandrina había decidido no ir a la iglesia hasta que no llegara la madrina. Ya lucía su ajuar completo: vestido, zapatos, tocado, liga, ropa interior, accesorios, algo nuevo, algo prestado, algo azul; sólo faltaba el buquet porque lo traería Camila. En la habitación le dio un último toque al maquillaje cuando de repente sintió una fuerte sacudida, un ensordecedor ruido y un fuerte movimiento de tierra que obligó a todos, novia, pajes y damas de honor a correr a la calle. En casa sólo se quedó José Vicente Espinoza, entonces de 4 años, hijo de Camila y Joseito, que se aferró al copete de una cama. Pasado el susto alguien preguntó “¿y el carajito?”, y Vicente, quien supuso que se referían a él, respondió “¡Aquí estoy!” Nadie se percató de que lo habían dejado solo. Casi de inmediato se presentó el párroco en casa de la novia y le preguntó ¿Te quieres casar aquí?, pero Alejandrina había decidido casarse en la iglesia y nada ni nadie podía impedírselo, ni siquiera un simple terremoto. Por lo demás, la estructura del templo no sufrió daños severos. A las 8:10 llegó Camila y el séquito se dirigió a la iglesia; como no había electricidad los carros tuvieron que enfocar sus faros hacia la nave del recinto y el párroco pudo finalmente bendecir el matrimonio de Alejandrina Toro y Jesús Álvarez. Con el festejo no hubo problemas, una vez restituido el servicio eléctrico no había razones para suspenderlo, no hubo desgracias en Araira y poco o nada se sabía del resto del país. Fue la única de las cuatro bodas en el municipio cuya fiesta se celebró íntegramente.
Calle Bolívar |
Así
transcurrió la noche del 29 de julio de 1967 en Guatire y Araira, visto en el
tiempo hay escenas que parecen graciosas, pero les aseguró que nadie llegó a
reírse.
Calle Miranda (Hoy Banco Mercantil) |
Por lo demás,
sin pretender alarmar a nadie, les informo que los sismólogos calculan que el
ciclo sísmico en Venezuela es de 50 años, así que no está demás que usted
asista a las
charlas que ofrece el CEMAG sobre acciones y previsiones sísmicas,
solo por si acaso.
Aníbal Palacios B.
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