El
¿descubrimiento? de América
Aníbal Palacios B.
Más de quinientos años después, las
inexactitudes, mitos, distorsiones, omisiones y las estériles desavenencias
semánticas aún envuelven bajo un manto de misterio la llegada de Colón a nuestro continente, lo
cual genera una lógica dificultad para entender cabalmente lo ocurrido.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
define la palabra Descubrimiento, en su primera acepción, como
“Hallazgo, encuentro, manifestación de lo que estaba oculto o secreto o
era desconocido”. Como segundo significado del término, puntualiza: Encuentro,
invención o hallazgo de una tierra o un mar no descubierto o ignorado. Es
decir establece la preexistencia del objeto desconocido. Pues bien el 12 de octubre
de 1492 Cristóbal Colón descubrió un nuevo territorio. Estaba allí,
muchos navegantes pasaron, lo vieron y hasta estacionaron, pero nadie se
percató de la novedad, hasta que lo hizo el marinero genovés. Si usted quiere
regatearle méritos al personaje, puede decir que los indígenas descubrieron a
Colón porque, con absoluta seguridad, ellos avistaron primero a los visitantes
que éstos a los residentes… pero hubo un descubrimiento. No fue ningún “Día
de la resistencia indígena” porque los indígenas no se resistieron. Tampoco
un “Encuentro de dos mundos” porque mundo hay uno sólo; mucho
menos el “Día de la raza” porque desde el punto de vista étnico faltaban dos. El
encuentro de dos culturas suena más racional, pero igualmente una
encontró (descubrió) a la otra. Podemos convenir en que se hable del Descubrimiento
de América por comodidad pedagógica, aunque no fue sino hasta el año 1507,
quince años después, cuando un cartógrafo alemán, Martín Waldseemüller, publicó
el primer Mapa Oficial de la nueva región y lo llamó América, por la
sencilla razón de haber sido Américo Vespucio quien primero se percató, o hizo
público, que era un continente y no una isla grande. Igual convenimos en lo de
las tres carabelas, aunque en realidad fueron dos (la Santa María
era una nao), porque para los efectos es igual y en estos menesteres el tamaño
no importa; además, era lo que había.
De inexactitudes, distorsiones y
omisiones
Lo primero que nos enseñan es que en
la época se pensaba que la tierra era plana y que Cristóbal Colón, cual un José
Arcadio Buendía cualquiera, determinó, un buen día (valga la redundancia), que
“la tierra es redonda como una naranja”. Pues resulta que un tal
Eratóstenes, más de mil quinientos años antes, había demostrado la esfericidad
de la tierra y establecido la circunferencia ecuatorial en poco más de 40
mil kilómetros, y allí estaba precisamente el problema. Era de conocimiento
público, entre especialistas, claro está, la información del matemático griego,
pero Colón con insistente terquedad sostenía que eran apenas unos 30 mil
kilómetros, lo cual significaba darle una vueltica en menos tiempo.
En relación con la tripulación de ese primer viaje, según
el cuento, estuvo conformada por malandros, sicópatas, ladrones,
criminales, zagaletones, bachaqueros, reposeros, enchufados, caraquistas y
motorizados. ¡No! A Colón lo acompañaban marineros. El que una buena
cantidad de estos fueran reclutados en cárceles se debió a que los marinos,
después de muchos meses en alta mar llega a los puertos en busca de bingos,
botiquines y burdeles, por lo que suelen meterse en líos, algunos de ellos
considerados delitos. Colón fue muy convincente con la Reina Isabel a la hora
de conseguir financiamiento para el viaje, pero su capacidad de orador no le
sirvió mucho para persuadir al común de los tripulantes que merodeaban por
Palos, pueblo que por cierto se jactaba de formar a los mejores marineros del
mundo. Así que hubo que ofrecer conmutación de penas por aventuras. Tampoco es
cierto que estos aventureros vinieron atraídos por el espejismo del oro, puesto
que después del horizonte se preveía encontrar especias, es decir, condimentos
aromatizantes para las comidas, por lo cual es lógico pensar que a la
voluntaria tripulación le atrajo simplemente la atractiva idea de ser excarcelados.
Finalmente, nos informaron que Colón llegó a una isla llamada Guanahani, pero
sin indicarnos dónde carrizo quedaba. ¿No es más didáctico decir que llegó a
las Bahamas? Ahí, a seis o siete cuadras de Los Roques.
¿Qué
trajo Colón?
Lo más
trascendente del portafolio colombino fue la cultura española, fundamentalmente
idioma y religión. Más de dos tercios de los colonizadores españoles
fueron andaluces. ¡Gracias a Dios! Nuestra forma de hablar,
nuestra música y hasta nuestro espíritu, es andaluz. No quiero imaginarme
hablando como un madrileño. ¡Hostia, que ni siquiera saben pronunciar el nombre
de la ciudad! Los alimentos vinieron en el primer viaje como elementos de
autoconsumo. Gallinas, ganado bovino y porcino, al principio fueron para
alimentar la tropa. Luego, una vez que arribaron los primeros colonizadores
era necesario autoabastecerse y de España llegó algodón, cebada,
trigo y arroz. El café, que llegó a jugar un papel de primer orden en el
fortalecimiento de las economías locales, también vino del Este. La caña de
azúcar, plátanos, naranjas, limones y hasta el exquisito y americanizado mango,
fueron frutos importados. También armas, primero como elemento de defensa y
luego de conquista, y por último las enfermedades europeas que causaban
estragos por aquellos lares y aquí azotaron a una población
inmunológicamente desvalida
¿Qué se
llevó
Colon?
Los reyes
católicos no se decepcionaron porque Cristóbal Colón no les llevase lo que les
prometió: una nueva ruta marítima para llegar a Oriente,
proveedor comercial por excelencia. Su ingratitud no llegaba a tales extremos;
se conformaron con las ingentes toneladas de oro y plata que estabilizó sus
agotadas finanzas luego de la cruenta, larga y costosa guerra contra los
moros, y como valor agregado un territorio de más de 40 mil kilómetros
cuadrados que explotar comercialmente y una población superior a las 500 mil
almas para catequizar y ofrecer al paisano, nacido en Valencia, Rodrigo de
Borgia que, a la sazón, ejercía en el Vaticano el cargo de Pontífice, con el
nombre de Alejandro VI. Pero como no faltaban sibaritas aficionados entre los
colonizadores, muy pronto la gastronomía española se enriqueció con productos
como la papa, el maíz, tomates, piñas y el maní, aunque fueron el tabaco y el
cacao los cultivos que marcaron la pauta económica de la región. A los
escribientes españoles, que todo lo anotaban, se les pasó por alto registrar
quien se comió el primer aguacate, que para muchos gourmets se trata de un héroe
anónimo. En cuanto a la fauna utilitaria fue poco lo que aportamos por aquí,
porque cocodrilos, anacondas, jaguares, cascabeles y jabalíes no encontraron
mucha demanda en el mercado europeo, más allá de los parques zoológicos.
Más
recientemente, se afirma que la sífilis fue un aporte de los aborígenes
americanos a la cultura europea, a manera de intercambio viral, para
compensar a los españoles por los microorganismos genéticos que tantas
enfermedades importados por ellos desde el viejo continente.
El tercer viaje
Macuro. Fotografía de Luis Ovalles |
Pero la historia nos la enseñan
incompleta, vaya usted a saber por qué.