Carlos Grippa: El
último comerciante autóctono
Aníbal Palacios B.
La noticia se regó cual chisme pueblerino: de boca en boca;
en poco tiempo ya todos sabían que Carlos Grippa había tirado la toalla y
vendido su tienda de lencería. Su sonrisa franca y sincera que compensaba la
reciedumbre de su carácter a la hora de conquistar al cliente, ya no será vista
tras un mostrador. Era el 14 de julio de 2007. A las doce del mediodía Casa
Grippa registró su última venta bajo la propiedad de Carlos…
Por supuesto que la
mayoría de los habitantes de esta aldea lo lamentó, entre otras razones porque Casa
Grippa no sólo era un establecimiento comercial muy arraigado en la
sociedad zamorana, sino porque también era una especie de centro de tertulias
muy concurrido. Allí iban a parar quienes deseaban expresar cualquier
preocupación sobre los problemas comunitarios a sabiendas de que la solución no
estaba en manos de Carlos Grippa. Los chismes, datos e informaciones diversas de
la Cámara Municipal y la Alcaldía llegaban primero a su tienda que a la
redacción de cualquier periódico. Por supuesto, no faltó quien dijera ¡por
fin!, y agradeciera al cielo. Es que
Carlos Grippa no era monedita de oro y en distintos ámbitos caía mal su
franqueza a la hora de expresar cualquier idea, fuera esta deportiva, cultural,
social o política.
Orígenes
Carlos Grippa nació
hace un montón de años (23 de julio de 2007) en la hacienda Bermúdez, en los predios de Terrinca. La dinámica social lo llevó a
convertirse en Maestro Rural y hoy tal vez fuese un mal pagado jubilado docente
si los avatares políticos de los años cuarenta no lo hubiesen obligado a
renunciar al oficio. Desde 1938 aprendió los fundamentos del tendero de la mano de Isaac Bherger,
comerciante judío de la tienda Las Cuatro
Esquinas, ubicada en el lugar homónimo que el modernismo urbano se empeña
en borrar como punto de referencia aldeana. Algunos dicen que aprendió a ser
tacaño de ese tutor, pero ese perfil forma parte de los mitos que se han creado
sobre su persona; nos consta la generosidad de Carlos con las causas en las
cuales creía. Durante muchos años, después de la muerte de Miguel Lorenzo
García, ningún comerciante guatireño financió tanto a las instituciones
deportivas, culturales, vecinales, sociales y hasta políticas como Casa Grippa,
y eso ya es mucho decir. El único aval que exigía Carlos era la honestidad del
interesado.
Su famosa tienda, Casa Cultura al principio y luego por
razones de registro legal, Casa Grippa,
fue fundada en 1946. Con ella han tenido que ver por más de seis décadas todo el
Guatire y Araira urbano y rural, porque desde Salmerón hasta Oruza, y desde
Zamurito a Jericó, los lugareños venían a comprar un carrete de hilo Elefante, o dos metros de popelina para engalanar a las
niñas de la casa, porque en bisutería, mercería y confección, Casa Grippa era
la tienda más surtida desde Guarenas hasta Cúpira, y además del producto se
llevaban como ñapa información útil en un pueblo sin medios de comunicación de
circulación regular. No fueron pocos los jóvenes que dieron sus primeros pasos
como trabajadores entre los estante de esta tienda, y en los clientes más
añejos todavía persiste el recuerdo de Cipriano Toro (Torito), uno de sus empleados más emblemáticos.
¿Por qué se fue?
La idea de vender la
tienda no era nueva, y en el hogar Arelys, Elina e Iliana, sus hijas,
conjuntamente con Aida, su esposa, le insistían en que era hora de retirarse.
Pero Carlos quería venderle a un comerciante criollo; tal vez fuese una excusa
para no irse, porque bajo ese perfil no eran muchos los candidatos. Lo cierto es que de repente decidió abandonar
toda una vida de relaciones públicas desde tan privilegiado lugar, y como no
era hombre de chinchorros, siempre lo
veíamos caminando por las calles de su pueblo y asomarse en cuanta
reunión observaba, porque ese hábito no lo perdió jamás. Algunos allegados le
exhortaron a escribir un libro, una especie de anecdotario pueblerino de tantas
historias y cuentos que conoció o le narraron. Es que Carlos, rara avis, mantuvo una relación con su
clientela no ya desde un mostrador sino desde cualquier esquina y a cada paso
era saludado por infinidad de contertulios, para envidia de muchos dirigentes
políticos, a quienes nadie dirige la palabra, porque para Carlos el mostrador
fue una especie de tarima desde la cual supo llegarle a un pueblo al que nunca
defraudó.
Metódico, Carlos
esperó cumplir 91 años para despedirse de su pueblo, y un 31 de julio de 2016
arrió velas hacia ese camino desconocido, pero lo hizo desde esta aldea que
tanto quiso y por la cual luchó desde diferentes frentes (político, deportivo,
social, cultural). La comunidad le correspondió con genuino afecto esa querencia, porque Carlos, tal como aquella compañía autobusera, siempre fue el amigo del pueblo.
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