jueves, 4 de agosto de 2016


Carlos Grippa: El último comerciante autóctono
Aníbal Palacios B.
 
La noticia se regó cual chisme pueblerino: de boca en boca; en poco tiempo ya todos sabían que Carlos Grippa había tirado la toalla y vendido su tienda de lencería. Su sonrisa franca y sincera que compensaba la reciedumbre de su carácter a la hora de conquistar al cliente, ya no será vista tras un mostrador. Era el 14 de julio de 2007. A las doce del mediodía Casa Grippa registró su última venta bajo la propiedad de Carlos…  
Por supuesto que la mayoría de los habitantes de esta aldea lo lamentó, entre otras razones porque Casa Grippa no sólo era un establecimiento comercial muy arraigado en la sociedad zamorana, sino porque también era una especie de centro de tertulias muy concurrido. Allí iban a parar quienes deseaban expresar cualquier preocupación sobre los problemas comunitarios a sabiendas de que la solución no estaba en manos de Carlos Grippa. Los chismes, datos e informaciones diversas de la Cámara Municipal y la Alcaldía llegaban primero a su tienda que a la redacción de cualquier periódico. Por supuesto, no faltó quien dijera ¡por fin!, y agradeciera al cielo. Es que  Carlos Grippa no era monedita de oro y en distintos ámbitos caía mal su franqueza a la hora de expresar cualquier idea, fuera esta deportiva, cultural, social o  política. 
 
Orígenes
Carlos Grippa nació hace un montón de años (23 de julio de 2007) en la hacienda Bermúdez, en los predios de Terrinca. La dinámica social lo llevó a convertirse en Maestro Rural y hoy tal vez fuese un mal pagado jubilado docente si los avatares políticos de los años cuarenta no lo hubiesen obligado a renunciar al oficio. Desde 1938 aprendió los fundamentos del  tendero de la mano de Isaac Bherger, comerciante judío de la tienda Las Cuatro Esquinas, ubicada en el lugar homónimo que el modernismo urbano se empeña en borrar como punto de referencia aldeana. Algunos dicen que aprendió a ser tacaño de ese tutor, pero ese perfil forma parte de los mitos que se han creado sobre su persona; nos consta la generosidad de Carlos con las causas en las cuales creía. Durante muchos años, después de la muerte de Miguel Lorenzo García, ningún comerciante guatireño financió tanto a las instituciones deportivas, culturales, vecinales, sociales y hasta políticas como Casa Grippa, y eso ya es mucho decir. El único aval que exigía Carlos era la honestidad del interesado.
Su famosa tienda, Casa Cultura al principio y luego por razones de registro legal, Casa Grippa, fue fundada en 1946. Con ella han tenido que ver por más de seis décadas todo el Guatire y Araira urbano y rural, porque desde Salmerón hasta Oruza, y desde Zamurito a Jericó, los lugareños venían a comprar un carrete de hilo Elefante,  o dos metros de popelina para engalanar a las niñas de la casa, porque en bisutería, mercería y confección, Casa Grippa era la tienda más surtida desde Guarenas hasta Cúpira, y además del producto se llevaban como ñapa información útil en un pueblo sin medios de comunicación de circulación regular. No fueron pocos los jóvenes que dieron sus primeros pasos como trabajadores entre los estante de esta tienda, y en los clientes más añejos todavía persiste el recuerdo de Cipriano Toro (Torito), uno de sus empleados más emblemáticos. 
 
¿Por qué se fue?
La idea de vender la tienda no era nueva, y en el hogar Arelys, Elina e Iliana, sus hijas, conjuntamente con Aida, su esposa, le insistían en que era hora de retirarse. Pero Carlos quería venderle a un comerciante criollo; tal vez fuese una excusa para no irse, porque bajo ese perfil no eran muchos los candidatos. Lo  cierto es que de repente decidió abandonar toda una vida de relaciones públicas desde tan privilegiado lugar, y como no era hombre de chinchorros, siempre lo  veíamos caminando por las calles de su pueblo y asomarse en cuanta reunión observaba, porque ese hábito no lo perdió jamás. Algunos allegados le exhortaron a escribir un libro, una especie de anecdotario pueblerino de tantas historias y cuentos que conoció o le narraron. Es que Carlos, rara avis, mantuvo una relación con su clientela no ya desde un mostrador sino desde cualquier esquina y a cada paso era saludado por infinidad de contertulios, para envidia de muchos dirigentes políticos, a quienes nadie dirige la palabra, porque para Carlos el mostrador fue una especie de tarima desde la cual supo llegarle a un pueblo al que nunca defraudó.
Metódico, Carlos esperó cumplir 91 años para despedirse de su pueblo, y un 31 de julio de 2016 arrió velas hacia ese camino desconocido, pero lo hizo desde esta aldea que tanto quiso y por la cual luchó desde diferentes frentes (político, deportivo, social, cultural). La comunidad le correspondió con genuino afecto  esa querencia, porque Carlos, tal como aquella compañía autobusera, siempre fue el amigo del pueblo.