jueves, 8 de junio de 2017


Emilio Cañongo Blanco, sanpedreño de seis décadas
Aníbal Palacios B.

Seis décadas y medias para ser más precisos, pues anda en estos menesteres desde 1952. Emilio Cañongo Blanco nació en Cantarrana el 11 de mayo de 1945, hijo de María Blanco y Emilio Cañongo. Su madre murió cuando tenía siete años y es justo a partir de esa edad cuando comienza a acompañar a su padre cada 29 de junio, vestido de tucusito. La conversación con Emilio permite conocer algunos de los tantos parajes oscuros de la historia de la parranda durante la década posterior a la muerte de Pico Tovar ocurrida en 1965.

Durante muchos años su padre, también llamado Emilio, tuvo la responsabilidad de anunciar la llegada del año nuevo a todo el pueblo guatireño. Quienes vivían en los valles de los ríos Pacairigua y Guatire, así como los habitantes de las zonas montañosas como Jericó, Santa Rosa, El Norte, Zamurito, El Bautismo, La Siria y sitios aledaños, se enteraban simultáneamente del acontecimiento porque Emilio, con la debida autorización de las autoridades del pueblo, excavaba un hueco  profundo en El Calvario, colocaba un cartucho de dinamita y pocos segundos antes de la hora indicada encendía una mecha larga y entonces, a las doce de las noche en punto, un fuerte sonido reverberaba por todos los confines de la aldea. Emilio padre era un hombre explosivo, porque también se encargaba de hacer estallar los cohetes durante las fiestas patronales, oficio que luego heredó Berecheche.
Pero Emilio Cañongo padre, comerciante ambulante (o turco, como se les llamaba) nacido el 29 de octubre de 1900, también era sanpedreño, coticero para más señas y de él su hijo adquirió conocimientos, compromiso y pasión por esta ancestral tradición guatireña. La familia vivía en Cantarrana y luego se mudó a la al 23 de enero. Su padre murió en 1960, cuando Emilio aún no había cumplido 15 años, por lo que también heredó la responsabilidad de criar a sus tres hermanos; así, por más de cincuenta años se calzó las cotizas del padre hasta que en 2014  sus piernas ya no eran capaces de atender apropiadamente el verso “y se me ponen de frente que ya los voy a llamar”, por las exigencias físicas del caso.

Por las calles de Guatire…
Emilio nos cuenta que la Parranda salía de la Iglesia, cruzaba la calle y entraba a la Prefectura; era un ritual obtener la bendición del párroco y la autorización del Jefe Civil; a partir de allí, ya ubicados en la calle Miranda se ofrendaba al Nazareno y luego visitaban las casas de Gilberto Useche. Henry Leroux y más adelante, en la Lagunita (o Macaira), la de Luis Felipe Muñoz. Subían a Cantarrana donde les esperaba María de Jesús Tachón con un apetitoso condumio y retornaban en busca de la calle Concepción para visitar las barriadas al norte del pueblo. En el trayecto visitaban familias como la de Ao Ibarra en Caja de Agua. Ocasionalmente eran invitados a entrar a la vivienda de algún promesero. Al llegar a calle Piar cruzaban en busca de la Padre Sojo y se orientaban hacia Barrio Arriba para finalizar en El Olivo, a eso de las seis de la tarde.
El único que vestía pumpá y levita era Justo Pico Tovar, recuerda Emilio, los demás parranderos llevaban cualquier paltó negro y sombrero de cogollo, no había uniformidad en el vestir, tampoco organización como la conocemos ahora, era una festividad espontánea que giraba alrededor de Pico. Como tucusito Emilio bailó amparado por los faldones de Juan Berroterán y Lucas Mijares en sus roles de María Ignacia, junto con sus hermanos Enrique y Jacinto; luego suplió la ausencia del padre quien lo precedió como coticero, rol que lo convirtió por muchos años en una emblemática figura de la tradición del San Pedro de Guatire.
Aún cuando debe existir una perfecta armonía entre el canto, el cuatro y las cotizas - explica Emilio Cañongo- el coticero se guía por el ritmo del cuatrista. Un par de meses antes de parrandear remoja sus cotizar en agua salada y las pone a secar en una superficie plana con un peso encima. Su función dentro de la parranda ahora la transmite a los más jóvenes, aunque admite con un dejo de tristeza su preocupación por el desinterés que observa en muchos parranderos que no terminan de entender que la tradición es mucho más que el 29 de junio. De sus andanzas en el rol de tucusito con Celestino Alzur recuerda que éste le decía “cuando tengan hambre me jalan el paltó”, pero llegado el momento y la acción les replicaba “tan temprano y ya van a estar pidiendo comida”. En los años sesenta visitar Sarría por invitación de Pablo Linares. También recuerda la presencia de la Parranda de San Pedro en la inauguración del Puente Angostura en Ciudad Bolívar; aunque desconoce quién les invitó, estuvieron presentes en el acto, coordinados por Celestino Alzur. Eso ocurrió el 6 de enero de 1967, para entonces Pico Tovar había muerto, por lo que presumimos que la invitación pudo venir de la señora Cruzana Ortega, guatireña, esposa del Presidente de la Corporación Venezolana de Guayana.
De los viejos parranderos recuerda a Peruchito Álvarez, Guillermo Silva, Martín Vaamonde y Antonio Núñez, quien llegaba desde Guarenas cuando ya la Parranda iba por Caja de Agua; “nosotros a su vez visitábamos Guarenas los 5 de julio”, acota. Aunque cada padre atendía a sus hijos tucusitos, era costumbre que en las casas que visitaban les obsequiaran dulces y una de sus favoritas era la casa de María de Jesús Tachón, quien les daba un trato preferencial. También llegados a los Altos de Vallenilla (cerca del Hospitalito) Braulio Istúriz les esperaba con sus papeloncitos de azúcar.
Justo Tovar vivía en Caracas y venía directamente a la misa el 29 –continúa su relato - es decir, no participaba en las actividades previas o posteriores a la festividad, de estas se encargaban parranderos como Celestino Alzur o Guillermo Silva. La parranda terminaba en El Olivo, y Pico acostumbraba obsequiar a los  tucusitos una bolsita con doce mediecitos (tres bolívares) que Emilio le entregaba a su padre. Hoy Emilio sigue activo en la Fundación Parranda de San Pedro del 23 de Enero, institución que presidió y desde la cual enseña a coticear, a confeccionar el  pumpá y la levita y enseñar sobre la importancia y trascendencia de esta ancestral tradición.
 

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