¡Qué vaina contigo, Henry Gil!
Aníbal Palacios B.
Nuestra amistad con Henry era reciente, apenas databa de
unos cuatro años. Pero fue sólida y fructífera, incluso didáctica. Claro que le
conocíamos desde hace mucho tiempo. ¿Quién no conocía a Henry Gil en Guarenas y
Guatire? Sólo que entonces le veíamos como alguien distante y difícil, esquivo
y de mal talante, ermitaño y retrechero. ¡Cuán equivocado estábamos!
Poeta, trovador, compositor, bohemio, amigo
Cambiamos el
lugar de encuentros vespertinos, el local de Bartolo no disponía de las
comodidades que las ya largas tertulias exigían, y nos mudamos al Centro Comercial
Castillejo donde Gleixis Ortega detentaba un pequeño Café llamado Aga’s, que se
convirtió en nuestro centro de operaciones. Esas tertulias permitieron conocerlo
más, y mejor. Respetuoso con los caballeros, galante con las damas, Henry
conservaba intactas sus cualidades de poeta y en más de una ocasión nos hizo sentir
mal porque mientras uno tenía que hablar parejo para llamar la atención de una
dama, llegaba él, tomaba una servilleta de la mesa y en par de minutos escribía
un soneto que la hacía suspirar. Afortunadamente, en beneficio de la amistad,
no abusaba de sus aptitudes.
Revolucionario,
de los de antes, Henry Gil siempre conservó sus ideales en defensa de las
causas sociales dirigidas a los menos favorecidos económica y socialmente, y
cuando le correspondió ejercer funciones públicas, no traicionó esos ideales.
Las generaciones actuales quizás desconozcan la valentía con que defendió los
intereses municipales guareneros ante la toda poderosa compañía eléctrica
local. Sus correrías políticas no las inició, como pudiera pensarse, dentro de
las filas de Acción Democrática, sino de la izquierda venezolana. Un amigo
español huido del franquismo, Manolo Huelves, le dio las primeras enseñanzas en
materia de teoría política y Alfredo Mechita
Gil, su hermano, se las consolidó. Luego, la madurez, los amigos y uno que otro
regaño de César Gil Gómez, su padre, le recondujeron al camino de la democracia
partidista y representativa. Sin embargo, Henry siempre prefirió mantenerse un
tanto al margen de la militancia política, mientras era amigo de unos y otros y
colaboraba con todos. Es que si eres político difícilmente puedes ser amigo a
carta cabal, y Henry prefería la amistad.
Un buen día se
nos ocurrió llevar parte de las conversaciones cotidianas, las musicales
concretamente, a la radio y surgió el programa Tertulias, a través de Millenium en principio y luego en Súper Romántica.
El programa fue todo un éxito y en buena medida se le debía a Henry Gil. Mientras
este cronista tenía que leer libros, buscar viejas revistas y visitar páginas
web para conocer sobre algún artista, resulta que Henry Gil se había echado
palos con él, compartido escenario o simplemente conversado un rato en un
lejano bar dominicano o de la Isla del Encanto. Amigo y admirador, de Alfredo
Sadel, Henry grabó con su sello disquero y conoció a cuanto cantante criollo y
extranjero actuaba en los auditorios caraqueños, incluidos los escenarios de
las radioemisoras capitalinas, porque los programas eran en vivo, y él solía
estar, como muchos, en la esquina del Teatro Municipal esperando un llamado de
Radiodifusora Venezuela u Ondas Populares.
Henry estuvo en una audición con el maestro Billo Frómeta cuando se fue Felipe Pirela; era un tema del cual
no le gustaba hablar mucho, pero un buen día accedió a contarnos la
experiencia. Era un muchacho recién casado, y luego de la exitosa audición la
esposa fue a hablar con el maestro; nuestro amigo desconoce el diálogo, pero luego
Billo le dijo que la vida de un cantante de orquestas no era muy compatible con
la idea de un matrimonio feliz, y hasta allí llegó todo, optó por el
matrimonio. ¡Estabas enamoradísimo!, comentamos. Nos dirigió una mirada
fulminante y dijo: ¡No joda, nos divorciamos a los ocho meses! No pude evitar
reirme.
Durante muchos
años Henry Gil y Pedro Escalona formaron un admirable dúo de parrandas,
serenatas, presentaciones y actividades afines y consecuentes, para llenar de
satisfacciones a muchísimos guareneros y guatireños y de tribulaciones a Ana
Julia Pompa, esposa de Pedro. Fue tanta la compatibilidad, la armonía y la
empatía entre ambos juglares, que algunos amigos, jodedores, por lo demás, decían
que Pedro era el mejor guitarrista del mundo, porque era el único que se
atrevía acompañar a Henry Gil; suponemos que igual dirían en Guarenas de
Juancho Carpio. Es que Henry era muy exigente con los músicos que le
acompañaban y no aceptaba una nota discordante y mucho menos un instrumento
desafinado, un poco cual Camejo en su época. No conoció el arrepentimiento, sus
errores los asumía con responsabilidad y los trataba con seriedad, no todos los
corregía. Siempre nos manifestó estar satisfecho con lo que hizo y vivió; de volver a nacer haría lo mismo, insistía.
De sus amigos
sólo quiso respuestas a temas que le inquietaban en su afán permanente de
aprendizaje, de allí que si conocía un funcionario del CIPC, o como quiera que
ahora se llame, en seguida indagaba si ya habían determinado quién fue que mató
a Consuelo. Al dueño de una lencería le comentó: tú eres la persona que me
puede explicar cuál es la tela del juicio. Así, de un maratonista experto o de
algún ingeniero de carreteras pretendía que le explicasen cuál era el término
de la distancia. Su cara seria no cambiaba ante el desconcierto de los
interpelados.
En cuanto
observaba que una institución o una comunidad necesitaba solucionar un problema
o desarrollar un proyecto para consolidarse, pretendía a incorporarse a la
consecución del objetivo, olvidando que ya no tenía treinta; lo malo era que
además intentaba involucrar a quienes le rodeaban, y no era sencillo hacerle
entender que uno tenía suficientes responsabilidades sociales y culturales que
atender y que él ya no estaba para esos trotes. Poseía una habilidad
extraordinaria para llamarnos la atención sin que pareciera un regaño y a su
vez la virtud de saber escuchar explicaciones sin recriminar que le parecían
excusas.
Si la palabra
amistad tiene algún sinónimo más espiritual que semántico, ese es Henry Gil. De
ello pueden dar fe Alexis Castro, Matilde Muñoz, Rosita, Luis y Mercedes
Rondón, entre tantos con quienes compartió. Nosotros siempre sabremos valorar
el afecto que nos brindó y los conocimientos que compartió.
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