sábado, 30 de abril de 2011

Elías Nicolás Centeno

Un Guatireño por convicción

 Aníbal Palacios B.


Elías Nicolás Centeno nació en Cariaco, estado Sucre, el 10 de septiembre de 1881. Su familia  emigró a Caracas, y José, el hermano mayor, se estableció años después en Guatire. En las postrimerías del siglo XIX el viaje de la capital hasta esta población había que hacerlo a caballo. En los primeros días de diciembre de 1893, Elías Centeno llegó a Guarenas, y de allí una familia amiga de José Centeno tenía el encargo de enviarlo  a Guatire. Como en ese momento no había quien lo acompañase, decidieron enviarlo en una yegua que al parecer se sabía el camino solita hasta la entrada del pueblo, de tantas veces recorrerlo. Allí lo estaría esperando José... Pero hubo un pequeño detalle que pasó inadvertido para todos: a la yegua la ensillaron con la cabeza hacia el Oeste y al arrearla, hacia allá se dirigió. Cuando Elías se percató de que transitaba el camino por el que había venido, torció el rumbo, y el destino, de cara al Este. Cuando llegó a Guatire, ahora sí, fielmente conducido por el noble animal, se despejó la cara de preocupación de su hermano por el retraso, y  cielo y valle dieron una cálida bienvenida a quien se convertiría en una figura de primer orden durante las primeras seis décadas de historia social, cultural, política y económica en el siglo XX de esta población.

El maestro
Elías Centeno se graduó de bachiller en Caracas, e inició estudios de Derecho que no pudo culminar. En Guatire fue comerciante, administrador, maestro, Director de la Escuela Federal, Registrador Subalterno, Concejal, músico -estudió bajo la batuta del maestro Régulo Rico, y formó parte de la Banda Unión Filarmónica-, poeta, pero fundamentalmente un hombre que se entregó por entero a trabajar por el fortalecimiento de las estructuras culturales de nuestro pueblo, junto con personalidades como Antero Muñoz, Ramón Alfonzo Blanco; Régulo Rico, Ágel María Daló y el padre Istúriz, entre otros. Como docente, tuvo entre sus destacados pupilos a Rómulo Betancourt, Vicente Emilio Sojo  y Ángel María Daló; el primero por voluntad propia.

Nos cuenta Margarita Centeno, hija de Elías, que dos casas más abajo de la residencia de Luis Betancourt y Virginia Bello (padres de Rómulo Betancourt), en la calle Miranda, las hermanas Hernández Suárez dirigían una escuela de primera enseñanza para niñas. En aquel entonces los planteles eran separados para varones y hembras, pero los varoncitos de pocos años solían recibir sus primeras enseñanzas de lectura y escritura en las escuelas para damas. Rómulo era, dada la vecindad, se convirtió en alumno irregular de este plantel, pero las mamaderitas de gallo de sus amigos más grandecitos se le hicieron insoportables y un buen día decidió irse directo a la escuela dirigida por Elías Centeno, ubicada a tres cuadras de su casa, en la esquina donde justamente hoy está el Grupo Escolar Elías Calixto Pompa, que en la época conformaba una cuadra perteneciente a la familia Nicolai, dueños de la hacienda El Norte. Rómulo se dirigió al aula de Elías Centeno y entablaron el siguiente diálogo:

- “Don Elías, quiero que usted me enseñe”.
- “Pero Rómulo, no tienes la edad suficiente para asistir a este plantel”-
- “Yo no quiero ir más a la otra escuela, quiero ser alumno suyo”.

No hubo manera de convencer a Rómulo de que era muy pequeño para ese nivel; la terquedad, al parecer, le venía de niño al futuro dirigente político, quien jamás volvió a las aulas de las hermanas Hernández Suárez y e inició sus estudios formales de la mano de Elías Centeno..

Vicente Emilio Sojo decía que Elías Centeno era muy exigente con la ortografía, la caligrafía y la oratoria. A pesar de ser casi contemporáneos, el músico fue su alumno. En varias oportunidades contó la siguiente anécdota: - “Escribía en la pizarra con una letra muy pequeña, cuando Elías me dijo: “Esa garrapata de letra yo no la entiendo, me vuelves a escribir en castellano como te enseñé; hay que escribir para que los demás lean, y yo no entiendo lo que dice ahí”. 

Su actividad pública dentro de los acontecimientos sociales, culturales y políticos comenzó cuando a los 19 años fue designado Secretario de la Junta que asumió la reconstrucción del templo derrumbado por el terremoto del año 1900.  Bolivariano, de los de antes, Elías Centeno era casi el Orador de Orden Oficial de los actos públicos protocolares con motivo de las fiestas patrias. Fue designado Presidente de la Junta que celebró el Centenario de la Independencia, el 5 de julio de 1911.

En diciembre de ese mismo año, 1911, es nombrado apoderado del Distrito Zamora, ad honorem,  para resolver la disputa de límites con el Distrito Acevedo, cuyas autoridades sostenían que sus linderos llegaban hasta Reventón, muy cerquita de Araira. Ante las constantes disputas por parte de los concejos municipales de ambos distritos, el Gobierno del Estado Miranda decidió intervenir para solucionar el problema, y nombró al Procurador General para que mediara en la disputa. Elías Centeno, quien había investigado acuciosa y profusamente la  problemática, demostró los verdaderos linderos del Distrito Zamora, con documentos auténticos, con leyes territoriales y con mapas, no con cuentos de los abuelos e interpretaciones ligeras, logrando así solucionar definitivamente esta disputa que restableció los límites de Guatire por el Este, que son los que conocemos actualmente.

Se casó con María Derifa Guía, y tuvo tres hijos: Margarita (la Nena), Teresita y Elías. Derifa, como se le conocía, era pianista y guitarrista, además muy culta. Con motivo de la presencia de estudiantes presos por el régimen gomecista en las Colonias, prácticamente toda la población de Guatire y Araira se identificó con ellos, quizá más por razones humanitarias que políticas, pero lo cierto es que en una oportunidad estuvo a punto de ir a La Rotunda por una falsa acusación de antigomecista. “Él no trabaja por política, el trabaja por su pueblo” le precisó alguien al gobernante, y no fue detenido.

En el año 1930, el general Gómez dispuso que para conmemorar los cien años de la muerte del Libertador, cada pueblo debería contar con una Plaza Bolívar con su estatua alusiva al héroe de la independencia, financiada por el gobierno. Pero para Guatire no habría financiamiento de estatua alguna, “por alzaos”, le dijeron en la Gobernacion del estado Miranda. El cinco de mayo del año anterior un grupo de guatireños, en un alzamiento, habían dado muerte al Jefe Civil, compadre del general, lo que generó la posterior exclusión. Los habitantes de Guatire esta vez sí se alzaron en su totalidad y en un acto de resistencia pacífica, decidieron comprar ellos mismos su estatua. Se nombró una Junta presidida por Ramón Alfonzo Blanco, y conformada además por el presbítero Jacinto Soto, Manuel Hernández Suárez, Elías Centeno (Tesorero), Antero Muñoz, Régulo Rico y Pablo Antero Muñoz. La plaza se bautizó con el nombre de “24 de julio” en acto solemne el 17 de diciembre de 1930; pero dejemos que el propio Elías nos relate la historia:

 “...corría el mes de junio de 1930, se acercaba el 17 de diciembre, fecha del primer centenario de la muerte del Libertador, los principales pueblos de Venezuela, desde el mes de enero de ese año, se preparaban para la gran conmemoración con Bustos y Estatuas ofrecidos por el Gobierno Nacional y por los Estados. Este Distrito pidió un Busto que le fue negado; había cometido un pecado político: el brote revolucionario que tuvo lugar el 5 de mayo del año anterior, con pérdida de varios funcionarios del Gobierno. Pero  el pueblo no se amilanó, había que tributar un homenaje póstumo al Libertador, no con un busto como se había pensado, sino con una Estatua. Se nombró el 24 de Julio, día de su nacimiento, la Junta Directiva... (que acordó la inauguración de la Estatua, el mosaico de la plaza '24 de Julio', sus barandas y la construcción -a futuro- de un hospital que llevaría por nombre 'Santa Marta', ciudad donde murió el prócer)... Con este gesto correspondió Guatire a la negativa que se le hiciera, reconquistando así de manera insólita su derecho a ser un pueblo venezolano. No con fondos nacionales, sino con el dinero del pueblo...” 

Elías político
Fue Jefe Civil desde 1939 hasta junio de 1945, su gestión quedó enmarcada dentro de unos sencillos parámetros que expuso en una alocución pública: juró ser fiel guardián de los intereses comunales y respetar las leyes con igualdad, a su vez que exigió de los guatireños cumplir con su deber de ciudadanos. Sin demagogia, no ofreció prebendas y dejó claramente establecido que en el fiel cumplimiento de las leyes tienen igual responsabilidad gobernantes y ciudadanos. Aprovechó las relaciones que el cargo le confería, para gestionar, junto con otros destacados guatireños, la construcción del prometido hospital, que se inauguró a finales de 1939.
Rómulo Betancourt, perseguido político para la época, algunas veces se escondía en la casa de Chucho Pacheco, a una cuadra de la Jefatura Civil, iglesia de por medio. Cuando esto ocurría las hijas de Pacheco no salían a jugar a la plaza, por temor a deslices infantiles. Elías Centeno se percataba del hecho y mandaba un mensaje con los amigos: “Dile a Chucho Pacheco que le aconseje a Rómulo, que se vaya, que no me comprometa, que me lo están pidiendo y yo sé que él está allí...” y Rómulo no abusaba ni de la hospitalidad de Pacheco ni de la complicidad de Centeno. Al día siguiente las niñas volvían a jugar en la Plaza.

Una tarde, años después, se presentó en su casa un anciano, Elías lo reconoció enseguida, pese al convincente disfraz: “Rómulo, que haces aquí, no sabes el peligro que corres”.  “Ayúdame Elías, me andan buscando.”  “Me pones en un aprieto Rómulo, entre el deber de funcionario y el de amigo”... Privó la amistad, y Elías Centeno ayudo a escapar al fugitivo político. Años después Rómulo se acordó del gesto. Cuando derrocaron a Isaías Medina Angarita, las nuevas autoridades adecas dispusieron la detención de Elías Centeno, Ángel María Daló y Manuel María Yánez. No hubo maltratos físicos, sólo estuvieron detenidos. “No tomes agua de la que te ofrezcan allá”, le recomendaba una preocupada Derifa. Cuando al ahora presidente Rómulo Betancourt le llegó la noticia, se enfureció y ordenó la inmediata libertad de los detenidos. Al salir en libertad, todos se fueron inmediatamente a sus casas, pero en el hogar de los Centeno-Guía hubo un poco de angustia porque el jefe de familia no llegaba a casa... se detuvo a saludar a todos los vecinos que le manifestaban su solidaridad.

En los años 40 y 50 no ser adeco era casi una afrenta, además de un error político. Elías Centeno, entre otros pocos destacados personajes, no lo era, y se lo cobraron en 1958 con un sórdido, inmoral y  anónimo panfleto que trató de enlodar su figura junto con ciudadanos como Julio Omaña, Ángel María Daló y Andrés Pacheco Anderson, entre otros. Pocos años más tarde, en uno de esos días en los cuales Betancourt dejaba a un lado la majestad presidencial para visitar a sus viejos amigos guatireños, Rómulo le dijo: “¡Como te aprecio Elías! Casi como si fueras mi padre, lástima que no seas adeco, con esa cabeza que tienes”. Y Elías le respondió: “No soy adeco, Rómulo, sólo soy del pueblo y me preocupo por él”. Fue, si se quiere, una especie de desagravio político.

Este hijo adoptivo de la patria chica, tras décadas de actividad por su pueblo, dejó un vacío al morir, el 10 de abril de 1962.

1 comentario:

  1. Saludos desde Cariaco.
    Hoy 25 de julio llegó a mis manos un ejemplar de Tere Tere, de manos de un familiar de este ciudadano.
    Y de verdad que me quedé sorprendido por lo que leí. Eso me enorgullece.

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